Amor grande. Big love, es el título de una serie absolutamente fascinante cuya tercera temporada acabo de terminar de ver. Trata sobre los mormones, esa extraña religión inventada por un hombre, Joseph Smith, y practicada sobre todo en el estado norteamericano de Utah.
La serie, protagonizada por Bill Paxton, Jeanne Tripplehorn, Chloë Sevigny y Ginnifer Goodwin, describe la vida de una familia de mormones polígamos. Dado que la poligamia es ilegal en Estados Unidos y la iglesia mormona hace tiempo que ha decidido renunciar a ella, los mormones que la siguen practicando quedan convertidos en seres marginales. Tienen que vivir su curiosa realidad familar de forma secreta y no pueden practicar la religión que es tan importante para ellos ni entrar en el templo.
Hace unos años leí La poeta y el asesino de Simon Worrall, un libro fascinante acerca del falsificador Mark Hoffmann. Hoffmann era de origen mormón, y durante muchos años se dedicó a falsificar documentos relativos a la religión mormona, seguramente (sugiere Worrall) por puro resentimiento contra esa fe absurda y delirante bajo la cual creció. En su libro, cuyo tema principal es la falsificación realizada por Hoffmann de un manuscrio de Emily Dickinson, Worrall traza además una pequeña historia de la religión mormona.
He dicho que se trata de una fe absurda y delirante. Es posible que todas las fes sean absurdas y delirantes. Ya saben cómo define San Pablo la fe: creer en lo que no se ve. Pero los mormones no sólo creen en algo que no se ve. Creen que los hebreos cruzaron el océano y se establecieron en Norteamérica, donde crearon una civilización floreciente y escribieron en idioma «egipcio reformado» una serie de tablas que contienen el origen de lo que sería la religión mormona. Creen que otra tribu de Israel también emigrada de Oriente Medio fue castigada por Dios con una piel oscura y, malvados y borrachos como eran, aniquilaron a los primeros colonos, apoderándose de todo el continente americano y convirtiéndose en los supuestos pueblos «nativos» americanos. Creen, en fin, que Jesucristo cruzó el Océano y visitó Estados Unidos. Creen en cosas que contradice cualquier medida de sentido común y que no se apoyan en ningún testimonio histórico ni arqueológico.
Hay un tema que me obsesiona últimamente: lo inmensa que es nuestra capacidad de creer. Lo fácilmente que nos hacemos esclavos de un sistema de creencias, uno cualquiera, sea cual sea, religioso o laico, relativo a la salud o a la política, a la estética o a la moral.
Todos somos esclavos. Pero somos esclavos voluntarios. Viendo los problemas infinitos que el simpático mormón polígamo Bill Paxton tiene que sufrir día tras día y el cansancio evidente de todos los miembros de la familia por seguir manteniendo unos principios, unos valores, una forma de vida que sólo les traen dificultades e inconvenientes sin cuento, uno piensa: ¿por qué no dejarlo de una vez? ¿Por qué no dejar de sufrir? ¿Por qué no intentar vivir una vida normal, tranquila, feliz, sin pasarse el día intentando cumplir con normas imposibles y extenuantes que alguien, no sabemos quién ni cuándo, nos ha impuesto, y que nosotros, no sabemos muy bien cuándo ni por qué, hemos aceptado?
Pero dejar la esclavitud de las creencias no debe de ser tan fácil. Porque casi nadie lo logra.