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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 14 / 2010

De mi Diario : Semana 14 / 2010


Weiß/Colonia, 4.4.

El correo me trajo ayer, como todos los años por estas fechas –desde hace quince, o más–, una invitación de la Fundación Mapfre para presentarme al Premio González-Ruano de periodismo. Me basta ver la lista de los premiados para saber que nunca me lo darán, uno tiene el deber de ser realista. Pero encuentro cierta diversión masoca en enviar mi postulación, e ainda mais un poco de espíritu deportivo –«Lo importante es participar», qué risa, María Luisa–, amén de que esa es la mínima cortesía que le debo a quienquiera que haya incluido mi nombre en la lista de personas que reciben anualmente la convocatoria. Sin duda un humorista. O un despistado. O ambas cosas a la par.

(O un sádico, lo que no puede excluirse a priori, ahora que lo pienso).

 

Weiß/Colonia, 5.4., primera hora del día

Me escribe Rolando: «Acabo de escuchar “Uno” por no menos de cien veces en esta vida; la frase que me agarra del cogote y no me suelta es “tanta traición”.  Pá mí que Discépolo se vació tanto en ese tango como en “Cambalache”». Le contesto: «Veo tu mail justo cuando iba a cerrar el quiosco, y te digo que de «Uno» a mí el verso que me deja duro es el de «punto muerto de las almas». Si Quevedo hubiese conocido el automóvil, habría firmado ese verso. Pero además hay otros tangos suyos (de Discépolo), que no son tan conocidos, donde, como tú dices, se vacía. Por ejemplo “Que vachaché”, a cuyo lado el Apocalipsis de San Juan es un comic de Quino». 

 

Weiß/Colonia, 5.4.

Pauli ha venido a pasar con nosotros los dos últimos días festivos de la Pascua Florida (el lunes también lo es en Alemania). Anoche estuvo hasta casi las 11.00 pm chateando desde mi compu mientras yo veía en la tele el Krimi inglés de los domingos, ayer el último de la segunda serie del inspector Lewis en Oxford. Cuando relevé a Pauli delante de la pantalla, le pregunté que si se había comportado bien con él, si no tuvo dificultades de acceso, de formateo, de rapidez en el servicio. «Ninguna. Cool, man!» me contestó Pauli, cuyo adjetivo predilecto es “cool”, y yo la miré a eyyya con semejante mirada, que si las miradas matasen, como en las pelis de ciencia ficción, esta compu hijueputa de la remilputa madre estaría reducida a cenizas deletéreas. Enter.

 

Weiß/Colonia, 6.4.

Ayer fue un día de prueba porque la remilputísima máquina esta anduvo con una menstruación king size (parece que hoy ha mejorado de su dolencia) y me jodió dos veces todo lo que llevaba traducido, de modo y manera que estuve casi hasta las tres de la mañana aporreando teclas, porque el 2 de mayo se me echa encima y la carga que me pesa es la rehostia en bicicleta, como dirían en Madrid: la parte fuerte del catálogo, cuatro artículos a traducir para la revista Humboldt, cuatro columnas que debo dejar adelantadas, varios posts para mis blogs ídem de ídem Amén de ello, y por si fuera poco, hoy han empezado a levantar los andamios para refaccionar la fachada de nuestra casa y el ruido incesante de las taladradoras se me mete en el cerebro y no me deja pensar ni traducir ni escribir con tranquilidad, estoy desesperado, voy a salir a dar una vuelta con la bici, a ver si para cuando regrese han terminado con el montaje, la madre que los parió. (En realidad soy un grandísimo hijueputa, mira lo que escribo en vez de compadecer a estos pobres hombres trabajando con el día primaveral espléndido que tenemos. Y menos mal que ellos pueden hacerlo gozando del sol y de este cielo Azul Inesperado, que es la tonalidad de color más rara en el cielo de Colonia: de ahí ese nombre con que la bautizo).

 

Weiß/Colonia, 7.4., a las 3.00 de la madrugada

Iba ya camino de la cama, temprano, a medianoche, cuando pasé por el living a desconectar el televisor, y por pura inercia pulsé el botón de encendido a ver qué había en pantalla. Y era el final de Descalzos, estupendísima peli alemana de Til Schweiger, con él y la Johanna Wokalek, una actriz súper clase. Gocé ese final del film y, de repente, al zapear en lugar de apagar (¡dale con la inercia!), aparece la escena inicial entre Jane Fonda y Robert de Niro en Stanley & Iris, la última peli de Martin Ritt. Todos mis buenos propósitos de acostarme temprano se fueron al reverendísimo carajo, pero no estoy para nada arrepentido de ello: volví a enamorarme de Jane.

 

Weiß/Colonia, 7.4. (1)

Leo en el diario, durante el desayuno, una crónica preelectoral desde Londres, y una frase se me queda grabada. El corresponsal habla del candidato conservador, David Cameron,

y dice: «Es de ascendencia real, aun cuando como hijo ilegítimo de Guillermo IV (1765-1837) y su favorita durante muchos años, la actriz Dorothea Jordan». Y bueno, me parece verdaderamente exagerado, por parte del partido tory, que lleven como mascarón de proa, a estas elecciones, a un candidato que no cuenta menos de dos siglos sobre sus costillas. Ya basta con que sean  conservadores, joder, que no exageren la nota. El corresponsal añade que la esposa de David Cameron, Samantha, hija de un barón, también es de sangre azul y su ascendencia se remonta a un siglo más que la de su marido, se trató de un desliz adúltero de Carlos II. Está visto que los reyes ingleses eran unos braguetas sueltas de los de dar la vuelta al ruedo con devolución de prendas (¡qué linda expresión esta, del lenguaje taurino!), y está visto que los ingleses no son capaces de sentirse realmente british sin una gotita de sangre azul corriéndoles por las venas.

 

Weiß/Colonia, 7.4. (2)

Este es un año redondo, así es que toca celebrar la Pasión de Cristo por antonomasia, la Pasión en Oberammergau. Es el cumplimiento de la promesa que hizo el pueblo en 1633, si se libraba del azote de la peste. Y desde 1634 se viene cumpliendo, siempre en los años 34 y en aquellos que terminan en cero. La Pasión de 1934 contó con un huésped de honor, Hitler, y no es para menos si se piensa que el texto de la puesta en escena criminalizaba al pueblo judío como “asesino de Dios”. Hoy en día los pasajes de marras ya han sido descafeinados en aras de la corrección política, y dizque la histórica. Y de paso, y en vista de cómo están de revueltas las aguas con los escándalos de pederastia de los que casi cada semana se siguen desvelando más y más y más en la iglesia alemana, espero que en el guión del espectáculo saquen este año el pasaje del «Dejad que los niños se acerquen a mí». Pero lo que me hace sonreír, leyendo un extenso reportaje sobre Oberammergau y su Pasión, es el edicto municipal del año pasado, recordándole a la población masculina del lugar que se dejen crecer el cabello y la barba, porque con el pelo motilado y la cara lampiña no tienen ni la más remotísima posibilidad de pasar el castin del espectáculo. Me recuerda un poco la entrevista con Ang Lee a propósito de su última peli, Taking Woodstock, cuando le preguntaron que con cuántos extras trabajó: «Durante tres semanas, todos los días, hicimos castin con entre 200 y 300 jóvenes. En las escenas de masas, hasta con 500. Pero no se imagina lo difícil que es encontrar ahora, todavía, gente joven con vello púbico».

 

Weiß/Colonia, 7.4. (3)

Es como con las cerezas, tiras de una y detrás vienen las demás. Acababa de escribir la entrada anterior y tuve unas diferencias de opinión subidas de tono con mi menstruante comPUTAdora, así es que me puse bravo y le corté el suministro eléctrico, pá que aprenda a comportarse. Dado el caso de que la reformatización lleva su tiempo, mientras, me dediqué a [h]ojear otro de los libros del paquete que me envió Pilar Reyes: Parranda larga, una antología de Nicanor Parra. Y en ella, al azar del [h]ojeo, encontré estos versos :

«Hay algunos sacerdotes descriteriados
que se presentan a decir misa
luciendo unas enormes ojeras artificiales
y por qué no decirlo francamente
con los cachetes y labios pintados
Su Santidad debiera tomar nota»

Pienso primero si copiarlos en una tarjeta postal y enviárselos a Ratzinger. Pero luego me digo que sería malgastar franqueo. Incluso en el improbable caso de que se la hicieran llegar, dudo mucho del sentido del humor de este teólogo dizque tan inteligente. Tan inteligente ¿para qué?

 

Weiß/Colonia, 8.4. (2)

Durante el almuerzo –hoy tocaba jour fixe en La Modicana–, conversación con Julio y Carlitos acerca de cómo se interpone (y superpone) nuestro conocimiento de una persona en la lectura de un texto suyo, mucho más cuando se trata de un texto memorialista, autobiográfico. Luego, en casa, al volver, me encuentro en un mail de mi deuda estherna una pequeña joya que es la demostración ad pedem litterae de lo que hemos conversado durante el almuerzo :

«Hace dos días que mi hija está viajando, de aeropuerto en aeropuerto, despegues y aterrizajes, con sus maletas y sus recuerdos. Lo que dejó allá, lo que quisiera encontrar acá. Regresa de un viaje de intercambio escolar que duró nueves meses. Y yo siento como si estuviera frente a un nuevo parto. Sólo que esta vez ella se acordará de donde viene, pienso. Es casi la única diferencia. Y después, ya no es el cuerpo el que se dilata, es el alma la que se ensancha con la espera. El alma que la soltó cuando partió, y que hoy se viste de fiesta para volver a verla, a reconocerla. Ahora no he podido cantarle como entonces, mientras estaba en mi vientre. Ahora el nacimiento depende solamente de ella. Aunque tampoco estoy tan segura: bien pudimos ser dos las que nacimos entonces.

Y desde hace dos días, es como si las mujeres de la historia familiar estuviéramos en tránsito con ella. Todo bien. Y sin embargo, algo me dice que me va a poner a parir.

Y pronto».

Conociendo como la conozco a Esther (y a su hija, desde que nació), este texto tan bello de por sí, cobra una dimensión que no tendría si no las conociera. Y que me hace tilín en el corazón.

 

Weiß/Colonia, 9.4.

Nuestra joven vecina del piso de arriba está embarazada. Corrijo: gozosamente embarazada; se le nota en los ojos, en la voz y hasta en la manera de andar, se la siente feliz con su preñez. Como aún está trabajando, y su marido también, y como los carteros del barrio nos conocen a Diny y a mí de tantísimos años, hace tiempo que tomaron la costumbre de dejarnos en casa los paquetes de las compras de nuestra vecina. Porque incluso desde antes de quedar embarazada ha sido una asidua practicante de la compra postal, y ahora, por lógica pura, el volumen de sus compras va creciendo al compás de su panza feliz. Hoy trajeron un paquete grandote para ella, y por casualidad la vi volver a casa desde mi ventana, cuando acechaba la llegada de Diny con el golfo de Oskar, que va a pasar con nosotros este fin de semana, fin a su vez de las vacaciones escolares de Pascua. Abrí la puerta de nuestro piso cuando la sentí subir la escalera y su cara se iluminó al ver el paquete. «No se alegre tanto» le digo, «porque me da la impresión de que las ruedas vienen con el próximo», y nos echamos a reír de buena gana.

 

Weiß/Colonia, 10.4., primera hora del día

“Ageht” es una palabra armenia que dizque significa “catástrofe”. Pero entiendo que significa algo más. Porque “Ageht” es la palabra que los armenios usan para nombrar lo que los israelíes llaman “Shoah”, la destrucción de su pueblo, el genocidio en  estado puro. Aquello que Turquía practicó deportándolos en masa, en marchas extenuantes y homicidas cuya única finalidad era aniquilar a los armenios como tales, extirpar ese pueblo de la faz de la tierra. Y todo ello ante los ojos del mundo entero y sin oposición ninguna, excepto de los misioneros occidentales que trabajaban entonces en el imperio otomano. También algunos diplomáticos estadounidenses (el embajador Morgenthau) y alemanes (principalmente cónsules) hicieron lo posible, en la medida de sus fuerzas, para que no sucediera el Ageht. Pero sucedió. Yo recuerdo haber leído a mis 16 años Los cuarenta días del Musa Dagh, la novela donde Franz Werfel plasmó este episodio sangriento: pero la lei en el vacío del conocimiento de la realidad histórica, como una ficción. Hoy, esta noche, acabando de ver los 90’ del documental exhaustivo dedicado a este primer genocidio del siglo XX, mi ingenua pregunta no puede ser otra sino la siguiente: ¿Turquía jamás entenderá que hay una mayor grandeza en reconocer la culpa que en negarla y ocultarla?  Suele decirse que Guernica y la guerra civil española fueron el laboratorio donde el fascismo veló sus armas de cara a un conflicto mundial. ¿Acaso no está claro que el Ageht fue el ensayo general del Holocausto?  Y por si fuera poco, contando con el silencio, la complicidad implícita de la Alemania Imperial y de los Aliados. El senador Barack Obama condenó en su día expresis verbis, como genocidio, la hecatombe armenia en Turquía. Su sucesor en la misma envoltura corporal, el presidente Barack Obama, no mencionó para nada el tema cuando habló hace poco ante el Parlamento turco. ¿A qué coño se juega en la porqueriza, en la pocilga, en la cochiquera de la razón de Estado?

¡Oh cerdos! ¿queréis vivir eternamente? (Seguramente la respuesta será un estentóreo, unánime “¡¡¡Síiiiiiiiiiiiii!!!”). Salve, pues, hijueputas! 

 

Weiß/Colonia, 10.4.

El magnolio a la puerta de mi casa se ha engalanado de punta en blanco (y rosa), empenachado de flores como manos abiertas en acción de gracias al sol. Algunos pétalos han caído por culpa del viento norte de 20 km/h que sopla insistente. Desperdigados por el suelo, dan una impresión tan nítida de lo fugaz de la belleza, que se le engurruña a uno el corazón. Algo parecido a lo de hace hoy cuarenta años, cuando Paul McCartney anunció que los Beatles se separaban, dejaban de existir como conjunto. «Eheu fugaces, Postume, Postume, labuntur anni!»  Ay qué socorrido eres Horacio, mijito, siempre la cita oportuna.

 

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