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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 15 / 2010

De mi Diario : Semana 15 / 2010


Weiß/Colonia, 11.4. (1)

Anoche, antes de irme a dormir, a la 1.45 a.m., descubrí que pasaban en la tele una de mi Ruby Stevens que no recordaba, y hasta  puede que no la haya visto nunca, Cattle Queen of Montana; y en la cual, además, el nombre del personaje que interpreta (Sierra Nevada Jones) me tendría que haber compelido a volver a trasnochar. Pero me bastó ver que compartía su protagonismo con un tal Ronald Reagan para apagar el televisor sin el más mínimo remordimiento. Hay veces en que ni el amor más acendrado logra volverte tan masoquista que aceptes cualquier compañía en la que se presente. ¿Podría imaginar que llega Dulcinea, o Julieta, o madonna Laura, o Lizzy Bennet, o Clawdia Chauchat,

o La Maga, o Beatriz Viterbo en compañía (pongamos por caso) de Mike Jagger? ¿o de Sarkozy? ¡¡¿o de Maradona?!!  ¡¡¡¡Piés, para qué os quiero…!!!!

 

Weiß/Colonia, 11.4. (2)

El accidente aéreo de Smolensk diezma las filas de la elite polaca, empezando por el propio presidente de la República, y es doblemente trágico si se piensa en el motivo del vuelo, rendir un homenaje a los caídos en la matanza de Katyn. Pobre Polonia. Si hay un país mártir en este continente, sin duda que es Polonia. Para más inri, hasta es católico. Ni Irlanda en sus peores tiempos. Los irlandeses, al menos, se vengaban de los hijos de la Gran Bretaña convirtiéndose en sus grandes glorias literarias: Jonathan Swift, Oscar Wilde, Bernard Shaw… Hasta un polaco se enteró del sistema y lo adoptó: Joseph Conrad. Pero no debo profanar con mis ironías estos instantes. Polonia sufre. Una vez más. No sabe uno cómo mentalizar estas cosas.

 

Weiß/Colonia, 12.4. (1)

Este fin de semana se fraguó flor de polémica en mi estafeta virtual, todo a cuenta de un escrito que me llegó desde Colombia (y que yo reboté urbi et interneti), un escrito de solidaridad con el juez Baltasar Garzón ante la demanda que le han planteado y que puede acabar con su carrera. No he seguido el asunto, ni de lejos, pero me llama poderosamente la atención la inquina, casi se diría el odio que despierta este hombre, Garzón, incluso entre gente de la que yo no esperaría descalificaciones tan marcadas por una antipatía inocultable. Lo malo es que estamos de nuevo en la espiral de una argumentación ad hominem, tratándose como se trata de un tema que sigue siendo tabú en la historia de España, y parece ser muy poderoso el interés en que lo siga siendo. Y en este contexto acerca de la culpa y la memoria, un amigo me escribió en un mail una frase que me encabronó y no pude contenerme, así es que le he contestado citándosela literalmente: «Y la inefable frase “el tiempo en su devenir es más benévolo que la gente que lo convierte en historia”, ¿de dónde la sacaste, ángel mío? ¿de un manual de los jesuitas o alguno de la KGB? (También podría ser una cita, digo, de monseñor Escrivá de Balaguer)».

La filosofía de similor es algo que me repatea el hígado.

 

Weiß/Colonia, 12.4. (2)

Me llega un mail-telegrama de Héctor: «Estoy en París, querido Ricardo. ¿Algún consejo?»  Le respondo a vuelta de correo: «Claro que sí te doy un consejo, ve a visitar mi tumba, y así te entrenas para la necrológica que fatalmente me vas a dedicar. Intrucciones, pues : Para llegar a mi tumba en el cementerio de Montparnasse, lo mejor es entrar por la puerta principal, a unos 300 metros de la boca del metro Edgar Quinet. Y al entrar debes dejar atrás la primera calle a la derecha (la que va paralela a las tapias del cementerio), y avanzar hasta la primera calle transversal, Avenue du Nord, y ahí meterte a la derecha, donde está la tumba de Henri Langlois (fundador de la Cinemateca Francesa), hasta llegar delante de mi tumba, que ya verás cómo la identificarás enseguida, a la izquierda, a unos 200 metros de la de Langlois. Prométeme que te harás una foto con ese mi felino tocayo, nacido como yo un 10 de junio».

 

Weiß/Colonia, 13.4. [y martes], primera hora del día

Diny invitaba a cenar ayer (ya, ayer) a las compañeras de su grupo de Amnistía Internacional. En realidad no trabajan más para ai, se distanciaron de la organización desde que esta decidió ampliar –de un modo que no les resultó ni convincente ni conveniente– su campo de acción. Pero han conservado la buena costumbre de seguir reuniéndose una vez al mes, rotando los domicilios y regalándose con una cena por lo general opípara (al menos las de Diny, que se pasa el día entero en la cocina la vez que le toca el turno). Cuando se fueron a eso de las 10.30, Diny lo dejó todo ordenado en la cocina, el lavavajillas en marcha, me dio un beso y se acostó. Luego, al ir al salón a prender la tele, pasada la medianoche, veo que se olvidó de un cuenco en la mesa del comedor, y hay en él una docena de pedazos de pan frito que Diny hizo como tropezones para la sopa. Se trata de una tentación superior a mis fuerzas, muerdo uno, y esa textura crocante, ese sabor inconfundible, me devuelven a mi infancia. En esto soy como decía Cela de don Pío Baroja: sólo las mujeres me gustan más que el pan frito.

 

Weiß/Colonia, 13.4. [y martes] (2)

Conversé con el Dr. Ruppert. El diurético que me recetó para rebajar la hinchazón de los pies y las piernas no ha hecho efecto, así es que a partir de mañana y hasta mis vacaciones de mayo me espera una maratón de sesiones de linfodrenaje, con un fisioterapeuta especializado, no es algo que practique todo el mundo. En un principio había pensado en mi buena amiga Katja, que trabaja a un tiro de piedra de esta casa, sólo que en su consulta no hay especialistas en el tema, pero tengo suerte y en las páginas amarillas encuentro una  que tiene su consulta en Sürth, muy cerca de donde Montse. Empiezo mañana a las 11½ , y de allí me iré a darle un beso a Henri. Ojalá dé resultado este tratamiento, porque cuando me desnudo para la ducha y me veo estas patas de elefante, se me viene el mundo encima. ¡Qué lata es esto de tener un cuerpo, madre de Dios!

(«y abogada nuestra», como solía añadir mi abuela Remedios en tales casos).

 

Weiß/Colonia, 14.4. (1) [Catorce de Abril, Día de la República]

9.30 llamada a Héctor, a su hotel en París, está en la habitación 339, ¿cómo coño se dice 39 en este idioma aritméticamente súper cartesiano? ¿no era 20-19?  Me niego a decir vingt-dix-neuf, qué estupidez. Finalmente le pido a la conserje que me pase con “la chambre trois trois neuf”. Charlamos un rato, se ríe Héctor al preguntarle si ya fue a visitar mi tumba, me contesta que no. Le abro el apetito diciéndole que en ese cementerio están enterrados Cortázar, César Vallejo, Baudelaire, Samuel Beckett, Simone de Beauvoir y el enanito aquel que la acompañaba, Jean Seberg en fin, que vale la pena darse un paseo a la sombra de la torre de Montparnasse. Me dice (creo que para escaquearse del tema) que si le da el tiempo, irá. On verra, monsieur Abad!

 

Weiß/Colonia, 14.4. (2)

Primera sesión de linfodrenaje con la fisioterapeuta, y es en verdad un éxito perceptible de una manera física, casi no necesito calzador para volverme a poner los zapatos. (¿O será que estos pobres tamangos se ancharon tanto en los días precedentes, con mis pezuñas paquidérmicas, que ya entran solas en ellos?) Y de la consulta, con la bici, sigo a lo de Montse, donde Henri me sonríe desde su cochecito, lo tomo en brazos, le doy el biberón, llega Oskar y me pide que le hable a Henri en español, que por qué (le pregunto), porque es muy divertido (me contesta), y se sienta sobre mi pierna derecha y le tengo que pedir que por favor se levante, que una cosa son los 5 k de Henri posados en mi pierna zurda, y otra cosa es la tonelada suya desplomada sobre mi pierna diestra. Henri a todo esto, no ha apartado la mirada de la puerta por donde se fue su madre al salir de compras mientras yo cuidaba de su criatura. Y sonríe con toda la cara cuando la ve volver. A mí, en todo el tiempo, no me dio ni cinco de pelota.

 

Weiß/Colonia, 14.4. (3)

Me escribe Ángeles, de México, que el Chema está contento de que [yo] lo haya reencontrado. Le respondo: «Me extraña que diga que está contento de que lo reencontré, a no ser que se trate de un caso de  narcisismo exacerbado, porque lo cierto es que no me contestó a ninguno de mis mails. Le dices que te dije que le dijeras que estoy descontento por haberlo perdido otra vez».

 

Weiß/Colonia, 15.4.

Dos crónicas en la tele. Una sobre Michela Murgia y su novela Accabadora, con la Córcega profunda por escenario, la tierra de Grazia Deledda, autora ninguneada por tantos que nunca se tomaron el trabajo de leerla. A lo mejor pensando en ella, Michela ha escrito irónicamente una vez: «Me darán el Premio Nobel en precario y me lo quitarán al cabo de dos meses». En esa su novela recién traducida al alemán, la protagonista es una acabadora, palabra del dialecto sardo, derivada del castellano, y que designa a la mujer ya de edad, sabia y experimentada, a quien se llamaba para que pusiera fin a los sufrimientos de un agonizante. Eutanasia practicada en la isla y de la que casi nada se sabe. Me interesa el tema. Y en la otra crónica, un  estudio paralelo de dos destinos tan diferentes como el de Joseph Ratzinger y Hans Küng, que fueron compañeros de estudios teológicos, y el uno llegó a Papa y el otro a sabio universalmente respetado. La pura asimetría, si bien se piensa. Porque de Ratzinger lo más positivo que puede decirse es que como payaso no tendría (en realidad: no tiene) rival en el mundo. Ni Woytila en sus mejores tiempos.

 

Weiß/Colonia, 16.4., primera hora del día, una vez más

Ninotchka en la tele: sí, la he visto docenas de veces, y tengo el DVD, pero siempre es nueva. Helma Sanders-Brahms, la directora de cine alemana (que por cierto llevó a la pantalla chica El terremoto de Chile, la nouvelle de von Kleist), dijo de Ninotchka que era «total unmodern» (me parece que no necesita traducción, así es que lo dejo así), porque las comedias de Lubitsch  parecen salir de un espíritu que está ligado al del siglo XVIII antes de la Revolución Francesa: «Lubitsch ist der filmende Mozart (=L. es Mozart filmando)». Y en esta Ninotchka dispone, además, de un arma formidable: el deslumbrante talento de Greta Garbo como actriz de comedia, cosa que la esfinge sueca no había hecho nunca, ni volvió a hacer: la escena de la brasería, cuando se ríe a carcajadas, es un momento estelar de la historia del cine. Y siempre me río como loco con el diálogo del primer encuentro de Ninotchka y León, enmedio de la calle, esperando cruzar cada uno a la otra acera, cuando ella despliega el plano de París y León se ofrece a ayudarla, qué anda buscando, ella contesta que la torre Eiffel, y él: «Cielo santo, ¿es que se ha perdido?», y al preguntarle que si está interesada en la vista panorámica, ella que no, que sólo en la torre desde el punto de vista técnico, y él que en ese caso teme no poderle ser de mucha ayuda: «Mire, un parisino sólo va a la torre en momentos de desesperación, para tirarse desde ella», y Ninotchka: «¿Cuánto tiempo se tarda en llegar al suelo?», y León de momento se queda mudo, pero reacciona enseguida: «La última vez que me tiré, olvidé cronometrarlo». Es una pura delicia, como el resto. Pero además ahora, después de verla por enésimonosécuánta vez, pienso que en Ninotchka hay un elemento subyacente, y hasta puede ser que involuntario –aunque sí subconsciente– por parte de los guionistas (Billy Wilder entre ellos), y es que en la trama se combinan y se potencian sinergéticamente  media docena de cuentos de hadas: Piel de Asno, El patito feo, La Cenicienta, Blancanieves y los (en este caso sólo tres) enanitos, La bella y la bestia, ¡¡Caperucita Roja!!Esta es una línea de trabajo que debo de investigar. O sea: que me toca ver de nuevo la peli. ¡Aleluya!

 

Weiß/Colonia, 16.4.

Me escribe Enrique para agradecerme la dedicatoria del texto sobre el hilo de Ariadna: «Me ha conmovido el gesto en medio de la salvaje promoción del libro que me lleva de un lado para otro, sin descanso. Bueno, el descanso me ha llegado hoy gracias al volcán islandés, que me ha dejado en tierra. Un gran abrazo para ti y para Diny. Algún día vendré […] a veros en bicicleta». Le contesto que para algo «tenían que servir los volcanes, carajo. Y te tomamos la palabra de que un día nos irás […] a visitar en bici. Aprovecha este año cuando pase cerca de Barcelona el Tour de France, para engancharte al pelotón». Siempre recordaré la primera visita de Enrique a nuestra casa, que fue además su primera visita a Alemania, y cómo lo invité a salir a pasear en bici por el bosque, pero se negó en redondo, aunque –eso sí– pidió que le hiciéramos una foto con la bici, en el patio delantero donde están los garajes. Y entonces me lo llevé de paseo a pie, hasta el río, y por la orilla del río hasta el centro del pueblo, y de vuelta a casa por la escuela primaria donde habían iniciado su vida lectiva nuestros hijos, y el cementerio al lado, y luego, atravesándolo y cruzando la calle principal del pueblo, regresamos acá. Recuerdo también que ese día Mercedes y César Antonio llamaron desde Madrid, para saber cómo le estaba yendo a Enrique en su experiencia alemana, y cuando les conté lo que habíamos hecho esa mañana hubo un momento de estupor del que Mercedes reaccionó diciendo: «Enrique no ha caminado nunca tanto en toda su vida» (oí el subrayado). Pobre Enrique, tan querido, seguramente pensó que aquí rige el principio de autoridad a la prusiana, y que si tu anfitrión te invita a pasear, vas a pie de Colonia a Calcuta, y sin rechistar.

 

Weiß/Colonia, 17.4. (1)

Llamo a Héctor a su hotel en París, para despedirme, él tendría que volar mañana de regreso a     Medellín, pero ¿podrá?, en el diario se ve el mapa de Europa semitapado por la nube de ceniza volcánica que nos llega desde Islandia, y casi toda Francia queda dentro del área. Al final me despido de él de todos modos, después de decirme que estuvo en el cementerio de M’parnasse y vio las tumbas de Cortázar y Cioran, aunque no la mía. Pero se me olvidó preguntarle si fue a visitar la que yo llamo “la Capilla Sixtina de los restaurantes”, el restaurante Le train bleu, ese mítico Tren azul –en estilo II° Imperio– de la Gare de Lyon, que tanto le recomendé que no se lo perdiese. Ya me contará. En realidad mi olvido se debió más que nada a mis prisas,  y es que a Diny, a su vez, se le olvidó decirme anoche que yo tenía que ir hoy a las 11.00 a.m. al campo deportivo de Sürth, para asistir moralmente a Oskar en un partido de fútbol importante, ya que sus progenitores no podían acompañarlo. Parece sin embargo que Diny entendió mal, porque al llegar al campo lo primero que veo es a Montse con el cochecito, y Henri dentro, durmiendo. El equipo de Oskar ganó 5:3. Pero Henri no se dignó abrir ni tan siquiera un solo ojo ni un solo instante del match. Claro está que no se lo he dicho a Oskar, para no desmoralizarlo.

 

Weiß/Colonia, 17.4. (2)

Buscando enlaces para el post que debo subir esta noche a mi blog de fronterad, encuentro un video del romance de ciego de Mackie Messer, de La ópera de los tres peniques, con subtítulos en español, y el verso “liegt ein toter Mann am Strand” está traducido como que hay un hombre muerto en la playa. Qué risa, María Luisa. Porque sí, claro, Strand es playa en alemán, pero ya me dirá el autor de los subtítulos dónde es que está la playa de Londres. Ay… Strand es una calle que nace en Trafalgar Square y luego se prolonga en la Fleet Street. Esta traducción me recuerda que en el festival de cine de Berlín, hace muchos años, pasaron una peli canadiense ambientada en la juventud quebecois de la época. En tales ocasiones lo habitual es que las pelis se proyecten en su idioma original con subtítulos en el del país del festival. Y en esta peli, un chico tenía tremendo metejón con una de las chicas y quería llevársela al huerto como fuera. Y a ella él le caía bien como amigo, pero no quería encamarse con él, y una vez que la situación se puso al rojo vivo, ella, para zafarse, le da la excusa de que está menstruando:

«J’ai ma règle». Sólo que cuando vimos el subtítulo, la sala entera estalló en una carcajada. El subtítulo decía: «Ich habe meine Normen (=Tengo mis normas)». Ni Groucho Marx mejora un chiste así.

 

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