No nos engañemos, un perdedor es alguien que ha renunciado a ganar. La victoria, banal, nada elegante y siempre mercenaria, para los mediocres, parece decir el perdedor. A cambio, un raro orgullo le es concedido, idéntico al que siente un lobo solitario cuando aúlla al claro de luna en un bosque invernal envuelto en una ventisca del demonio.
Algunos perdedores son verdaderamente indestructibles por mucho que, como vino a decir Beckett, se empeñen en fracasar para fracasar mejor. Su vida es como un amor de verano en un pueblo de la costa, pero en un verano infinito y en un pueblo que se asoma al último mar de este mundo. La chica del cuento es guapa, cómo no. Es la belleza con mayúsculas, esa que te acuchilla, retuerce el puñal, pero luego te cura y te da un beso en la herida. El perdedor no puede evitarlo: la quiere.
La idea no es mía, estaba camuflada en esta frase de John Cheever, un perdedor muy sabio: “la vi marchar con un sentimiento muy lejano a la felicidad, pero también con la renovación de autoestima, de nervio, que parece ser el premio por aceptar una verdad dolorosa”. Un nervio delgado como el alambre, pero resistente y cabrón como el de espino, capaz de sostener muchas verdades dolorosas tendidas al sol.
Se me olvidaba, si el perdedor toca la guitarra es un bluesman. Si escribe, un poeta. Y si sólo camina y respira, un vagabundo. El otro día, en el metro camino de Queens, un hombre negro dormía abandonado a su suerte con una gorra en la que, las letras blancas de Obama, apenas podían verse ya. A veces es una ciudad dura, me dijo mi compañero. Cuando tienes razón, tienes razón, le dije yo, pero en inglés –when you’re right, you’re right-, una expresión que me da un aire de tipo elegante con poco dinero y algo de ingenio.
Mi perdedor indiscutible de esta semana, el que domina todos mis pensamientos en este preciso instante, descubierto gracias a un golpe de fortuna, es Townes Van Zandt, un cometa con voz de terciopelo –un tópico precioso- que surcó el firmamento americano durante unos años, dejando una estela de canciones desarmantes. No place to fall es como para subirse a una moto y tirar hacia el Oeste hasta llegar a San Francisco. No lo descarto. La pulsión por desaparecer en busca del claro de luna es característica en los perdedores.
«Si te necesitara, si te necesitara,
¿vendrías a mí y aliviarías mi dolor?
Si me necesitaras, si me necesitaras,
iría a por ti, nadaría el mar,
para aliviar tu dolor». Palabra de Van Zandt.
Como dice mi amigo Andrés, al final sólo quedará un blues. Es decir, un perdedor y su guitarra. Amén.