“No mires a los ojos de la gente
me dan miedo, siempre mienten”
Así decía una canción de los ’80 de Germán Coppini y Teo Cardalda.
Entonces hasta yo era joven y me acongojaban unos versos así porque siempre me han gustado las miradas francas, abiertas. No sé por qué creo que se entra a conocer a una persona por su mirada, que se penetra en el corazón de alguien por los ojos. Y todas esas personas de miradas huidizas o sostenidas pero pétreas nunca me inspiraron confianza. Puedo haberme engañado en alguna ocasión, pero la mirada o la forma de mirar de una persona me hacía prejuzgarla. Casi siempre sin equivocarme en el veredicto.
Antes de venir a Burkina solía pasear por las calles de Madrid intentando adivinar qué había detrás de cada persona con la que me cruzaba. Un ejercicio mental estresante, pero muy interesante.
Personas todas ellas con una vida detrás, algunas incluso también una vida por delante que intentaba imaginar cómo sería fijándome en su aspecto, su forma de caminar, su forma de mirar…; en qué trabaja, cuánto puede ganar, si llega a fin de mes agobiado de deudas, si tiene hijos y cómo son, si les quiere, si les pega, si les besa y abraza cuando llega doblado a casa, o si está en el paro o si ni siquiera percibe el subsidio de desempleo, si a la pena de no poder darles todo lo que quisiera se une la vergüenza de tener que pedir prestado para subsistir, si le van a embargar la casa por no poder pagar la hipoteca…
Bueno, tampoco todos producen esas sensaciones, ni mucho menos, por más que vivo en Madrid en un barrio muy popular con mayoría de emigrantes…
En cualquier caso lo difícil es encontrarte con nadie que te devuelva la mirada, que te mire a los ojos, que te mantenga la mirada sin que ello provoque un reto, una provocación o un torpe intento de ligue.
los niños tienen la mirada alegre, como la sonrisa, sin gastar por la dureza de esta vida…
Con los únicos que en España puedo disfrutar de las miradas es con los bebés. Me encantan, porque les miro a los ojos en sus cochecitos de paseo y me mantienen y redoblan las miradas hasta que nos perdemos de vista, las más de las veces girando su cuerpo o la cabeza para continuar mirándome y yo hago lo mismo. Sobre todo en los semáforos o pasos de cebra cuando pasan y estoy parado con mi moto que les llama tanto la atención. Ahí no me falla ni uno.
…luego pasa lo que pasa y se endurece todo un poco más, las manos, la sonrisa, la mirada…
Pero supongo que los años nos añaden pudor al dolor y acabamos por vagar por la calles escondiendo la cabeza entre los hombros y la mirada se nos cae al suelo para evitar relacionarnos con nadie. Son cosas que nunca me han gustado del primer mundo: parece como si nos sobráramos todos.
Aquí es distinto.
Podríais pensar, yo también lo hice, que la gente me mira porque soy blanco.
Y tenéis toda la razón, yo también la tuve.
Pero no sólo es a mí, ellos también se miran y se paran y se ponen a hablar o se saludan de lejos y se dicen adiós con la mano o se están llamando todo el día por el móvil sólo por saludarse (aunque no tengan un franco para cosas más importantes).
Pero es verdad que me miran mucho porque soy blanco, una rareza. Puedes ir por la calle, o en el coche, y puedes cruzarte los ojos con, prácticamente, todo el mundo. A mí me hace feliz.
Por supuesto hay miradas de todo tipo.
No me refiero sólo a que intento descubrir en ellas, y en quien las sostiene, qué o quién hay detrás, como hacía en España, pero ahora no sólo es el aspecto externo o su forma de caminar o lo que hace cuando la veo lo que me da información, también su mirada.
He sentido pena, deseo, cariño… miedo, he sentido de todo entrando por esos ojos intentando llegar al corazón, los sentimientos de estos niños, de estos jóvenes, de estos hombres y de estas mujeres.
Y de estos bebés miedosos y llorosos si el nazzara se les acercaba más de la cuenta. Tendrán miedo de que les vaya a comer, supongo que el coco para muchos de ellos será el blanco, puede que incluso les hayan asustado con historias de miedo sobre los sacamantecas blancos.
Miradas francas, algunas limpias y casi todas con lesiones en las córneas.
No hay que caer en la ingenuidad de creer en el buen salvaje. Que salvajes los hay a patadas en España y no son precisamente buenos. Porque aquí, como allí, o en todas partes, el mundo está marcado por el bien y por el mal y ni todos aquí son buenos ni al revés. Además todos tenemos un lado oscuro, hasta los que nos creemos mejores. Ni blancos ni negros, todos grises.
Pero aquí me divierto más, me siento como un bebé, quizás porque los viejos nos volvemos infantiles, girando la cabeza para continuar mirando a quien no deja de hacerlo.
El otro día atropellé a un pollo por volverme demasiado conduciendo. Pagué 2.000 Fcfas y no me quedé con los restos, estaban sólo para hacer caldo. Tengo que concentrarme más que el pollo, que tampoco miraba mucho por dónde iba.
GALERIA DE RETRATOS DE JAVIER NAVAS
Miradas de mujeres.
Es una de las cosas que más me impresionaron al llegar: las mujeres.
Las más jóvenes, las más guapas también me miraban.
Y uno que ya se acerca a los sesenta y hacía años que se había vuelto transparente para el otro sexo (Mr. Celofán) de repente se encuentra otra vez vivo. Hacía años que en España había dejado de ir a las discotecas y bares de copas porque con los únicos que conseguía pegar la hebra era con los hombres, las mujeres pasaban de mí como de la lepra. Pero aquí todo es distinto.
Siempre me ha sorprendido que en todo lo que he leído sobre gente que ha venido y vuelve, enganchado, a África nadie cuente nada de sus relaciones con las mujeres africanas, relaciones sexuales me refiero. Pasan de puntillas sobre estas cuestiones sin citarlas siquiera. Supongo que considerarán que son cuestiones de un carácter estrictamente privado y que no le interesan a nadie, menos aún a sus posibles parejas occidentales. Pues no debería ser así.
Por mi parte, debo confesarlo, después de más de 4 meses de carencia (incluidos los viajes a España en que mis amigas más íntimas también me abandonaron) empecé a conocer a algunas mujeres. Por una parte porque no es bueno que el hombre esté solo y por otra porque ellas empezaron a conocerme y a saber que, no sólo era blanco y con posibles, sino que además no era mal tipo y las trataba como, con seguridad, no las suelen tratar aquí los hombres.
No os voy a detallar mis relaciones íntimas, para eso existen otros blogs, pero sí deciros que haber conocido algunas de estas mujeres ha sido una experiencia difícil de explicar, pero irrenunciable.
Mujeres muy torpes sexualmente hablando o verdaderamente sabias haciendo el amor, la mujer más bella con la que he estado en mi vida y también la menos afortunada en cuanto a atractivos físicos (y de los otros).
Casi todas jóvenes, o más de 30 años las más mayores, porque aquí suelen casarse muy pronto y empiezan a tener hijos enseguida. Y, por supuesto, todas quieren casarse conmigo; a lo cual todavía no entro, no he encontrado la que me haga perder el sentido en todos los sentidos. Por eso me acaban dejando, cuando ven que no me van a llevar a la iglesia o la mezquita.
En todo caso aquí, por más puritanismo e hipocresía social que haya (los novios ni siquiera se cogen de la mano por la calle), el sexo se contempla de otra manera. No se le da la trascendencia que en el otro mundo, es algo más corriente y normal que está presente todos los días. No es casualidad la tasa de natalidad por mujeres (6,7 hijos por mujer en aldeas y 4,7 en ciudades), como tampoco las madres solteras o la infinidad de divorcios y separaciones.
En un mundo, el último en casi todo, con tan pocas posibilidades de diversión ésta se reduce a pocas alternativas: el trabajo cuando se tiene ( y no se suele tener), la religión (más militantes los cristianos que los musulmanes), hablar (y por el móvil todo lo que pueden) y su puntita de sexo. Esto último de lo más divertido entre las cosas que no cuestan dinero.
Mi hijo, que se pasó 2 meses aquí conmigo, ironizaba cáustico en Facebook diciendo que se había venido a Burkina Faso con su padre, que estaba de erasmus. Un cachondo, mi hijo. O como me explicó un día ‘once you go Black, you never go back’ (traducción del Zar de la Noche, publica en estas mismas páginas)