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Mientras tantoEl nadador de John Cheever

El nadador de John Cheever


 

En el Taller de Narrativa que doy en la Casa de la Provincia he analizado “El nadador”, de John Cheever (1964). Aquí están algunas conclusiones a las que llegué durante mi lectura.

 

Sabemos unas cuantas cosas sobre este relato. Cheever trabajó con un manuscrito inicial de 150 páginas llenas de notas, que al final quedó reducido al cuento de 15 páginas. Esta compresión del material narrativo explica su potencia simbólica.

 

En los Diarios que escribía, Cheever anotó algunos temas que le intrigaban cuando iba escribiendo el cuento (tardó dos meses, mucho tiempo para él). Casi podemos ver cómo iba tanteando con las ideas a medida que Ned Merrill avanzaba de piscina en piscina. Y podemos hacernos una idea de cómo funcionaba su asombrosa imaginación. Al principio sólo tenía tres cosas en la cabeza: la obsesión por el poder curativo del agua (y de ahí la presencia de las piscinas y del río que quiere llamar Lucinda, en honor de su mujer); la idea de un Narciso de Bullet Park; y por último, la obsesión por el envejecimiento y la pérdida de la fuerza física e intelectual (Cheever tenía 52 años cuando escribió este cuento). En los “Diarios” aparece esta frase, escrita mientras está dándole vueltas al relato: “No se puede envejecer en el curso de una sola tarde”. De alguna forma, esa frase es la esencia del relato, su sentido último. Porque Cheever se equivocaba. Sí se puede envejecer en una sola tarde. Y justamente este relato demuestra que ese súbito envejecimiento es posible.

 

 Y ahora vayamos al cuento. Ante todo, la traducción que aparece en la recopilación “La geometría del amor” es muy deficiente. En cambio, la versión de José Luis López Muñoz y Jaime Zulaika (recogida en “Relatos II”, también de Emecé) conserva la maravillosa cadencia de la prosa de Cheever. Una editorial digna retiraría del mercado la traducción calamitosa de “La geometría del amor”.

 

El relato se inicia con una impresión de juventud, lozanía, plenitud. El humor absurdo de la resaca que alcanza al párroco y al jefe de los boy scouts agudiza esta impresión de jovialidad, aunque veremos que luego puede tener implicaciones mucho más oscuras (porque el relato termina con el agotamiento, la ruina, el vacío, el frío y la noche). ¿Se puede envejecer en el curso de una sola tarde? El caso de Neddy Merrill demuestra que sí.

 

Arranque. Estamos en un hermoso domingo de verano en una zona residencial. Todo parece normal y agradable. Al principio parece que hay cuatro personas en la piscina de los Westerhazy: los Westerhazy y los Merrill (Lucinda y Ned). Todo el mundo ha bebido. La frase “Anoche bebí demasiado” se repite de forma insistente. Y este procedimiento narrativo es magistral. Todo el mundo ha bebido, todo el mundo tiene resaca, hasta el párroco y el jefe de los exploradores (Audubon). Y la frase opera una leve distorsión en la escena que actúa de dos formas: por un lado, nos trasmite la engañosa sensación de que todo está en orden, porque no hay nada más habitual que la bebida y las resacas en esa zona residencial de gente acomodada que tiene una piscina. Y por otro lado, esa frase nos insinúa que algo va mal, como si fuera el pulso tembloroso en la mano que sostiene los prismáticos que enfocan la piscina de los Westerhazy: “Anoche bebí demasiado” (y el relato tratará también de los problemas de la bebida, pero no sólo de eso).

 

El personaje, Ned Merrill, aparece en el borde de la piscina con un vaso de ginebra en la mano (la ginebra jugará un papel esencial en esta historia). Ned disfruta de un maravilloso instante de plenitud vital. El tiempo es espléndido. Hay nubes, pero él las ve como si fueran una atractiva ciudad lejana (luego veremos en qué se transforman esas nubes que ahora son tan hermosas como Lisboa). Todo es perfecto, sí, pero el lector tiene la impresión de que hay un ligero desajuste en la escena. Parece que el visor está algo borroso, o desenfocado. Y eso se debe a que resuena en su oído la frase que se repite con insistencia desde el principio y que ahora vuelve a aparecer en forma de vaso de ginebra: “Anoche bebí demasiado” (pero ese vaso indica que seguimos bebiendo a pesar de la resaca). Bien, ahí tenemos a Ned, en la piscina, disfrutando de un maravilloso domingo de verano. Aunque no es joven, ahora se siente exultante. Y como consecuencia de este impulso de exuberancia vital, Ned decide regresar nadando a su casa, que está a doce kilómetros, donde sus «cuatro hermosas hijas habrían terminado de almorzar y quizá estarían jugando al tenis en aquel momento”.

 

Aunque el lector crea que todo está muy claro, desde el principio hay trampas muy bien colocadas por el autor. De entrada, las hermosas hijas sólo existen en un tiempo verbal hipotético, el potencial/condicional compuesto (“habrían terminado”), que es un tiempo verbal que designa lo que no ha sucedido pero la costumbre nos dice que debería suceder (qué maravillosa sutileza en quien inventó los tiempos verbales). O dicho de otro modo (más misterioso aún): el pasado que aún no ha sucedido (¿no es ese tiempo verbal una maravillosa creación de la inteligencia humana?). Y a continuación tenemos el cauteloso QUIZÁ que matiza el partido de tenis que deberían estar jugando las cuatro hermosas hijas de Ned.

 

Aquí ya aparecen las primeras sombras, aunque el lector no sea consciente de ellas. Y además, si hay cuatro personajes en la piscina de los Westerhazy, ¿por qué nunca mantienen una conversación? ¿Por qué no se nos dice que están juntos, bebiendo y riendo? Si todo va bien, si estamos en un maravillo día de verano, ¿por qué siempre aparece Ned solo? ¿Y por qué lleva un suéter sobre el hombro, si él acaba de darse un chapuzón en la piscina?

 

El lector, repito, no es consciente de eso. Sólo a medida que vaya leyendo le surgirán las dudas retrospectivas sobre esta escena inicial, porque Cheever consigue crear una confusión deliberada en la narración. ¿Dónde están los personajes? ¿Quién habla? ¿Quién ve las cosas? Si nos fijamos bien, no habla nadie y habla todo el mundo a la vez. En un recurso narrativo típico de Cheever, sus narraciones tienen un doble punto de vista: el del protagonista (individual) y el de la comunidad en la que vive ese personaje, que se superpone continuamente al otro punto de vista. Y al principio es la comunidad residencial la que cuenta la historia y se ve a sí misma. Eso queda muy bien resumido en la frase: “Anoche bebí demasiado”. Los vecinos se ven a sí mismos, todos resacosos, todos disfrutando en la piscina en un domingo soleado de verano.

 

 Ya me he referido al nuevo elemento disonante que aparece en la segunda página: el suéter que lleva Ned sobre los hombros. ¿No hacía calor? ¿No era un maravilloso domingo de verano? ¿Entonces para qué necesita un suéter? A primera vista parece un desajuste casual, un pequeño olvido, una leve incoherencia (quizá la bebida, quizá la ginebra). Pero ese suéter tendrá un protagonismo mucho más acusado (genio de Cheever). Y desde que aparece el suéter, el desenfoque se hace más inquietante (el pulso tiembla con más fuerza). Así que ahora sentimos que las referencias constantes a Lucinda Merrill y a los Westerhazy también pueden ser una especie de distorsión. Todo parece normal, todo parece en orden, pero ahora surgen preguntas en voz baja. ¿Está Ned de invitado en casa de los Westerhazy? ¿Dónde está realmente su mujer Lucinda, a la que quiere dar el nombre del río invisible que atraviesa el condado en forma de una sucesión de piscinas? ¿O ha entrado solo al jardín de sus amigos, que NO lo han invitado? NO LO SABEMOS CON SEGURIDAD. Cuando Ned decide emprender su peregrinación de piscina en piscina hasta regresar a su casa (página 3), Lucinda le pregunta a dónde va. Así creemos que Lucinda es real, pero la sensación de incertidumbre perdurará a lo largo del relato. ¿Dónde está Lucinda? ¿Y por qué parece tan solo Ned, si está tan acompañado? Porque la verdad es que Ned parece muy solo, desoladoramente solo desde el principio.

 

 -La casa de Ned está 12 kms al sur, en Bullet Park. Ha de nadar a través de 17 casas con piscina (una de las piscinas es pública). Ned cree encontrar en esas piscinas el río imaginario que las une: decide llamarlo Lucinda, como su esposa. ¿Por qué esa necesidad de nombrar a su mujer? Luego sabremos que eso se debe a que su esposa no está, pero eso sólo lo descubriremos mucho más tarde. Aquí, al principio, lo único que vemos es que para Ned Merrill existe un vínculo irrompible entre su mujer y la estabilidad familiar e incluso geográfica y topográfica de Bullet Park: Lucinda significa Familia-Normalidad-Seguridad-Vida doméstica.

 

 Ned emprende su viaje. Se tira a la piscina. Ned desprecia a los hombres que NO se tiran de cabeza a la piscina. Y al final, en el último tramo de su peregrinación, cuando llegue a la piscina de los Gilmartin, la número 15, se traicionará a sí mismo, porque no será capaz ya de tirarse de cabeza.

 

 

 -1ª piscina: los Graham. Neddy se siente un explorador, un peregrino. La dueña de la casa lo recibe con una frase amable: “Oh, qué agradable sorpresa. Me he pasado toda la mañana tratando de hablar contigo por teléfono”. Ya tenemos la presentación gradual de lo anormal, de lo incoherente, de los desajustes crecientes que se irán acumulando a medida que pase el día. Sentimos de nuevo que algo raro pasa con Neddy. ¿Por qué no han conseguido localizarlo? Y luego está su actitud recelosa ante los Graham, aunque él la justifica porque se siente un explorador en territorio desconocido. El caso es que se muestra escurridizo, no tiene tiempo, pretexta que tiene que irse. Y de nuevo tenemos la leve impresión de que hay algo que falla. El desajuste, el desenfoque, el suéter en un día caluroso cuando uno está sentado al borde de la piscina y tiene la mano metida en el agua. Y después, para empeorar las cosas, Neddy se escabulle cuando llegan los amigos de los Graham. ¿Por qué?

 

 -4 piscinas siguientes (Hammer, Lear, Howland, Crosscup). Los dueños de dos casas lo ven nadar como si fuera un fantasma. Otros dos dueños no están. Al principio no le damos importancia a esta ausencia de los dueños de las casas. Pero a medida que avance el relato, las ausencias de los dueños irán haciéndose más inquietantes (hasta culminar en la ausencia final). Cheever prepara el desenlace con mano maestra. Hay algo premonitorio que avanza en la narración igual que avanzan las nubes y se acerca la tormenta.

 

 -7ª casa, los Bunker: hay una fiesta. 25/30 invitados charlan y ríen. Se oye un trueno a lo lejos. Anuncio de tormenta. Por vez primera se establece la conexión entre la meteorología y la vida de Ned. La mujer de la casa, Enid, le comenta a Ned que Lucinda le ha dicho que no podía ir a la fiesta (¿por qué no?). Aquí se nos plantea una nueva incógnita. ¿Por qué no puede ir, si todo va bien, si hace sol y el día es maravilloso? Cheever describe la actitud de Ned con una frase que añade cierta tensión: “Temeroso de tener que participar en alguna conversación que pudiera retrasar su viaje”. ¿Por qué teme participar en una conversación? ¿A qué viene tanta prisa? Luego sabremos lo que teme: tener que dar explicaciones sobre su vida.

 

 -8ª piscina, los Levy. Aquí se produce el primer corte simbólico (en la mitad exacta del recorrido de 17 piscinas: lo que revela el sentido de la proporción de Cheever, su intuición de la armonía compositiva del relato). Aquí se produce el primer cruce simbólico de territorios (de lo real a la pesadilla, y del engaño de la normalidad apacible a la verdad aterradora del abandono y la ruina). Cheever lo prepara todo muy bien: al salir de la casa de los Bunker, Ned ha tenido que cruzar la carretera en Alewives Lane. Y ahí lo vemos por primera vez como un hombre indefenso entre coches, aunque haya poco tráfico. Por primera vez nos preguntamos si ese viaje tiene sentido, si no es absurdo, o peor aún, una locura. En cualquier caso, esa figura vulnerable que cruza una carretera en bañador ya ha iniciado su verdadera peregrinación espiritual hacia la verdad. Y así llega a la casa de los Levy, que también está vacía, aunque los dueños acaban de irse y han dejado unas copas en la mesita de la terraza. Ned empieza a sentir cierta desazón. Se sirve una ginebra: es la cuarta o quinta ginebra (son muchas), pero Neddy se siente satisfecho.

 

 Y en esto se oye un trueno. Primer indicio de que algo va mal. Se ha acabado el domingo de verano, la plenitud, la seguridad, la normalidad. Con el trueno, en un proceso mental simultáneo, Ned se imagina la estación local de tren y la escena es de una gran desolación: un camarero que oculta su esmoquin, un enano con un ramo de flores envuelto en papel de periódico y una mujer que ha llorado. La escena de pronto nos trasmite un escalofrío (y quizá el suéter de Ned estaba ahí para eso, para protegerlo de ese escalofrío que se iba a producir después pero que ya se había producido, porque Ned vive en el círculo vicioso de ese infernal potencial compuesto, el monstruoso pasado que aún no ha sucedido). En la casa de los Levy, Ned se pregunta si son las 4 ó las 5 de la tarde. Pero al mismo tiempo ve que está oscureciendo. Ahí tenemos otra disonancia, otra dislocación, otro desajuste. ¿A esa hora, en verano, no oscurece a las 9? De nuevo la sensación de confusión y de falta de nitidez se apodera del lector. Es la tormenta, sí, y la súbita irrupción de la oscuridad, pero quizá hay algo más que eso. La técnica de Cheever es magistral, porque introduce un nuevo elemento de desajuste temporal/mental: ¿cuándo había comprado la señora Levy los farolillos japoneses? ¿Un año antes? ¿O dos años? Ned no consigue recordarlo. Tenemos ya un indicio de que su mente tiene algunos desajustes graves. Y aquí, en la casa vacía de los Levy, se nos sugiere el tema central del relato: la negativa a reconocer la verdad.

 

 Cuando deja de llover en la casa de los Levy, un frío repentino se apodera de Ned. Un escalofrío recorre su cuerpo. el trastorno físico (la tormenta) se traslada al interior del personaje. Otro desajuste: Ned ve las hojas secas y amarillas de un arce cuando estamos en pleno verano. aquí empieza la pesadilla. Hay una fractura en la normalidad, una ruptura de la continuidad natural de las cosas: “Ned supuso que el árbol se hallaba enfermo, pero sintió una extraña tristeza ante ese signo del otoño”. La confusión de estaciones es también un signo de ofuscación mental. El desajuste aumenta. Ahora ya no es sólo una imagen desenfocada, sino una confusión en el seno de la realidad: la luz y la oscuridad, el calor y el frío, el otoño y el verano se confunden. Y ya no sabemos dónde está realmente Ned.

 

-Siguiente paso. Ned cruza el picadero de los Lindley. Aquí hay una nueva irrupción de las imágenes que asociamos con la ruina y el abandono de las casas: hay hierba demasiado crecida. Y no hay caballos. “Le pareció recordar que había oído algo acerca de los Lindley y sus caballos, pero no sabía exactamente qué” (este rumor que circula sobre los Lindley revela de forma indirecta los rumores que circulan sobre Ned en Bullet Park).

 

-9ª piscina, la de los Welcher: está vacía. No la casa, sino la piscina. Ahí ya aparece el terror. La progresión gradual en la escala de la desolación alcanza un grado intolerable. “Esa ruptura en la continuidad de su río imaginario le produjo una absurda decepción”. Luego sabremos que la decepción no es absurda: es su vida misma la que es una absurda decepción y un engaño absoluto para sí mismo. Además, la casa de los Welcher está vacía. Hay un cartel de SE VENDE (premonición de su propia casa vacía). Sensación de fallos en la memoria. Y aquí aparece una información clave, aunque se nos presente en forma de pregunta que Ned se hace a sí mismo: “¿Tenía la memoria tan disciplinada contra los sucesos desagradables que llegaba a falsear la realidad?” (p. 359). aquí Cheever muestra por primera vez las cartas: Ned está falseando la realidad (y estamos exactamente a la mitad de la peregrinación de 17 piscinas). Ahora podemos intuir que la escena inicial en la piscina de los Westerhazy no era tal y como se nos hacía creer. Y Ned en realidad está solo. Solo. Más solo que la una.

 

-Blanco tipográfico. Aquí llegamos al 2º cruce simbólico en la historia. Ned cruza a pie la autopista. Aquí está pasando de la realidad tranquilizadora de la normalidad al territorio ominoso de la pesadilla. Pero al mismo tiempo, aquí se produce el paso, en sentido inverso, que lleva de la mentira a la verdad: el peregrino, el explorador, llega a lo que estaba buscando aunque temiera encontrarlo. Y es que ahora hemos llegado a la cámara del tesoro (aunque el lector no lo sabe). En “El nadador” hay un doble movimiento que recorre la historia: por un lado, Ned parece avanzar de la realidad a la pesadilla, de lo cierto a lo incierto, de lo normal a lo anormal, del verano al otoño. Pero por el otro lado, Ned se mueve desde el engaño a la verdad, desde la mentira a la realidad desnuda que no quería reconocer. Cuanto más avanza hacia la irrealidad, más se acerca a la verdad. Cuanto más se interna en la pesadilla, más cerca está de la realidad. Y ese doble movimiento que recorre la historia, esas dos corrientes opuestas que se mueven por debajo de las piscinas de Bullet Park, es uno de los grandes logros de la literatura del siglo XX. En cierta forma, este relato me recuerda “El capote”, de Gógol, porque también trata de la irrealidad, de la monstruosa irrealidad del ser.

 

Ned cruza casi desnudo y descalzo la autopista. En ese momento, para los demás y para sí mismo, no es más que un chiflado. Los conductores se ríen de él, pero Ned no se atreve a volver atrás. “No había firmado nada, no había prometido nada” (algo nos dice que él ha firmado documentos y ha hechos promesas incumplidas: hay aquí una alusión a las hipotecas y a las promesas de tratamiento de rehabilitación de alcohol). Y aun así, Ned no quiere regresar a la casa de los Westerhazy donde se supone que está Lucinda (y ahora volvemos a dudar: ¿estará ella o no?). Y de nuevo nos preguntamos si estaban los dos esposos Merrill en casa de los Westerhazy. Aquí la confusión inicial se agudiza una vez más. El pulso ya no es que tiemble, es que está sufriendo un ataque de sacudidas.

 

-10ª piscina: piscina pública de Lancaster. Aquí aumenta el suplicio. A Ned le asaltan las sensaciones desagradables. La piscina está sucia. Huele a cloro, siente asco y le abruman las normas absurdas. Y peor aún, el contacto con los demás se le hace intolerable. Esa piscina le parece un “remanso de aguas estancadas en el río Lucinda”. La piscina pública simboliza mucho más que eso: es la tiranía de las convenciones y de la hipocresía social, es la dictadura de las normas inamovibles que rigen la vida de Ned en Bullet Park. Pero también simboliza las miradas acusadoras de los que conocen su historia secreta. En cierta forma, al nadar de piscina en piscina en casa de sus amigos y vecinos, Ned quería esquivar esa insoportable tiranía de la comunidad y de la mediocridad general, y de paso huir de esas miradas inquisitivas. Ya veremos si lo consigue o no.

 

-11ª piscina. Los Halloran. Ricos filocomunistas. Nudistas. Aquí ocurre algo muy raro: hay maleza y yerbajos, aunque los dueños son muy ricos (más ambigüedad, más confusión). Las hojas del seto están amarillas. Ned se quita el bañador: ese gesto implica una desnudez moral aparte de física (se está preparando simbólicamente para la revelación final, como un pecador que se presenta ante el supremo juez de su vida). En cierta forma es como si Ned estuviera en el jardín del Edén –donde no hay pecado ni culpa-, cuando en realidad se está presentando ante el Día del Juicio que va a juzgar su vida (y ya podemos intuir que el veredicto será la Condena Eterna). Y es que en este nuevo estadio de su peregrinación se está aproximando a la revelación. Está a mitad de trayecto físico: ha recorrido 6 kms (de 12), lo que demuestra de nuevo el sentido innato de la composición que tenía Cheever. Y aquí se produce la primera REVELACIÓN: la señora Halloran dice que Ned ha vendido su casa. “Sentimos mucho que te hayan ido tan mal las cosas, Neddy”. Y luego hace una referencia enigmática a las hijas. ¿Qué ha pasado con ellas? Y de pronto el frío y el cansancio asaltan a Ned. Ha llegado el otoño que suplanta al verano inicial. Aquí hay una dislocación en la continuidad natural de las estaciones que produce un trastorno que es a la vez espiritual y físico. Y como consecuencia, Ned siente la necesidad apremiante de beber alcohol (que es el protagonista secreto de la historia, el río oculto que fluye por su sangre).

 

-12ª piscina: los Sachs. Primera vez que Ned reconoce la venta de su casa y las dificultades (¿cuáles?) de sus hermosas hijas. Aquí Ned se enfrenta, como todos los peregrinos, a una nueva prueba: la enfermedad del dueño, que ha sido operado y tiene una gran cicatriz en el estómago que le ha dejado un vientre sin ombligo. El dueño es un hombre sin unión con el pasado (igual que Ned). Ahora Ned se enfrenta a una imagen miserable de sí mismo. Y la degradación física y espiritual prosigue: cuando se baña en la piscina, Ned siente que está a punto de ahogarse. Es la asfixia que le produce la proximidad de la verdad, la cercanía de la revelación (porque él ya sabe a dónde se dirige, aunque el lector no).

 

-13ª piscina: los Biswanger, que dan una fiesta. Nueva gradación de la decadencia física y moral de Ned. Creemos que los Biswanger son unos pesados que acosan con invitaciones a Ned y a Lucinda. Ned lo repite tanto que empezamos a sospechar que todo sea un invento. Al llegar, Ned tiene la sensación de que ha llegado el crepúsculo, “y sin embargo, aquéllos eran los días más largos del año” (de nuevo la dislocación temporal). De sopetón, nada más verlo, Grace Biswanger acusa a Ned de haberse colado en la fiesta. Es un gorrón. Luego dice a su espalda: “Se arruinaron de la noche a la mañana… y él apareció borracho un domingo y nos pidió que le prestáramos cinco mil dólares”. por vez primera asoma la verdad de la revelación, aunque todavía es un rumor en boca de otra persona, no podemos estar seguros del todo de que sea así.

 

-14ª piscina, antepenúltima: la de Shirley Adams, ex amante de Ned. Habían tenido una aventura, aunque Ned no recuerda cuándo (“la semana pasada o el mes último o el año anterior”). De nuevo la memoria confunde los hechos y los lugares. Distorsión temporal. Parece que fue Ned quien decidió acabar con el affaire, pero la cosa no está clara (luego se demuestra que es un auto-engaño y que en realidad ocurrió al revés: Ned juega constantemente a invertir los papeles entre lo real y lo figurado).

 

Shirley le dice que se comporta como un niño y que no le va a dar dinero. Así descubrimos que también se lo ha pedido a Shirley (y esa puede ser la causa de su ruptura como amantes). Shirley tampoco quiere darle nada de beber. Y encima le dice que tiene un amante más joven que Ned. Aquí empieza su calvario. Ya se ha hecho de noche (¿real o figurada?) y las estrellas son las del invierno, no las del verano. Ned se echa a llorar. Ya sabe cuál es la triste verdad de su vida. Y el lector empieza a intuirla. Y siente frío. Y quizá también eche de menos una copa. De ginebra, claro.

 

15ª piscina: Gilmartin. Necesidad apremiante alcohol. Frío, cansancio, desconcierto. LA VERDAD está cada vez más cerca. La angustia es intolerable. Por primera vez en su vida, Ned ha llorado. Y por primera vez en su vida, no se tira al agua de cabeza, sino que desciende los escalones (derrota, aceptación de la verdad desoladora).

 

16ª piscina: Clyde. Ned se tambalea por el cansancio. Incapaz de nadar. Encorvado, derrotado. “Embotado por la fatiga, su triunfo carecía de sentido”. Ya ni siquiera el esfuerzo compensa lo que ha hecho.

 

17ª piscina: la suya, su casa. Culmina la progresión hacia la oscuridad. “Todo estaba a oscuras”. Garaje cerrado con llave y la puerta oxidada. Una tormenta ha arrancado una tubería. Puerta delantera cerrada a cal y canto. Ned recuerda que ya no tiene cocinera ni doncella. Grita, golpea, intenta derribar la puerta. Todo es inútil: “La casa estaba vacía”. El peregrino, el explorador, ha llegado a lo más profundo del castillo, y allí ha descubierto la verdad que todo el mundo conocía y que él se negaba a reconocer. Está solo. No hay nadie en su casa, y tampoco había nadie en casa de los Westerhazy. Lucinda no estaba con él. Ni tampoco estaban sus amigos, los Westerhazy, porque ya no tiene amigos. Y ni siquiera podemos estar seguros de que estuviera él en aquella piscina inicial. Todo se desvanece, hasta la certidumbre física de la existencia de Ned, que se convierte en una especie de aparición, como una de aquellas hojas amarillentas arrastradas por el frío viento de otoño. Ned Merrill regresa a la irrealidad, al vacío, al aterrador hueco en la esencia de la realidad de donde ha salido.

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