Linus Pauling consiguió ganar dos veces el premio Nobel (de Química y de
Al final de su vida, este gran científico, sin embargo, cambió su objetivo de investigación. Comenzó a explorar las utilidades de un potente antioxidante, la vitamina C, en el tratamiento de casos de cáncer. Asombrosamente, algunos de los pacientes se curaron después de administrarles grandes dosis de vitamina C por vía intravenosa. Estos fascinantes casos de curación no pudieron reproducirse en otros centros por otros investigadores. Estamos hablando de los años 70.
Cualquiera de mis alumnos en 2010 intuye por qué los hallazgos de Pauling (1) nunca fueron reproducidos por otros investigadores.
En primer lugar, no utilizó un grupo de control, necesario para comparar la eficacia de cualquier fármaco. En segundo lugar, todos los pacientes, médicos y familiares sabían lo que se les estaba administrando: el estudio no fue ciego. Y por último, la muestra de pacientes era muy exigua.
El azar y el efecto placebo pudieron ser los responsables de todos los hallazgos. Pero quizá no. Por eso, intensivas investigaciones se han llevado acabo con posterioridad para comprender el efecto de los antioxidantes en el envejecimiento, el cáncer, la inflamación y un sinfín de problemas médicos. Así pues, las experiencias de Pauling no hay que verlas como un fracaso sino como un inicio pionero de resultado aun no concluido.
Pero hay que hacer algunas reflexiones. De entrada, los diagnósticos de cáncer bien podían ser incorrectos: otras etiologías podrían haber sido erróneamente clasificadas como cáncer, de ahí las asombrosas curaciones.
Y por último, toda la corriente de uso de las vitaminas para todo, corriente que aun pervive, injustificada por las pruebas, procede de aquellos hallazgos inesperados e irrepetibles. Las vitaminas no son la cura milagrosa de nada, nadie ha podido demostrarlo. Sólo se sabe con certeza que una alimentación variada rica en productos frescos proporciona todas las vitaminas necesarias. Y por el momento, con eso basta.