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Mientras tantoEscaleras: una lista

Escaleras: una lista

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

Hace algunos años vi en VIPS (que es donde se ven esta clase de libros) un libro muy interesante sobre las escaleras. Tonto de mí, no lo compré, y ahora no puedo localizarlo. El autor del libro, un volumen muy bien ilustrado, decía que en el pasado las escaleras eran un elemento arquitectónico fundamental, en ocasiones el más imporante de un edificio, pero que con el paso del tiempo las escaleras habían ido perdiendo protagonismo y habían ido siendo relegadas a un papel secundario cuando no directamente ocultadas, como sucede, por ejemplo, en las casas americanas, en las que la escalera está separada del vestíbulo o del rellano por una puerta y tiene, además, un carácter meramente funcional, con paredes pintadas de blanco, etc.

 

Sin embargo, yo siempre he sido un gran amante de las escaleras, como he sido siempre un amante de los nolugares (Marc Augé) en general. Y les propongo una lista de algunas de mis escaleras favoritas.

 

Las escaleras del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una de las más hermosas que conozco. Maravillosas, grandiosas, llenas de espejos y de estatuas, con sinuosos pasamanos de sensual mármol blanco. Uno de los grandes placeres de esta vida es descender por estas escalinatas desde lo más alto, sintiéndose algo así como un Zar. O como Putin cuando subía él solo esas inmensas escaleras del Kremlin. Porque las escaleras (especialmente las escalinatas) son para megalómanos, no cabe duda.

 

Las escaleras del antiguo Conservatorio de Madrid, antes de la remodelación del edificio que lo volvió a convertir en teatro de ópera. Eran unas escaleras maravillosas, amplísimas, de piedra rosada trufada, con cuadros abstractos en las paredes e inmensos rellanos. Y tenían la particularidad de que no las usaba nadie jamás. Yo subía por ellas oyendo el eco de mis pasos resonar por arriba y por abajo. Una experiencia alucinante.

 

Las escaleras de la Metropolitan Opera House de Nueva York. Comienzan en el subsuelo, donde está el retrato de Richard Strauss y la entrada directa desde el metro, y suben en maravillosas convolucions de hormigón entre lámparas setenteras de cristal que parecen salidas del planeta Krypton.

 

Las de la Biblioteca del Congreso de Washington. Son escalinatas de palacio. Me recuerdan a otras también muy espectaculares, la de la Antigua Pinacoteca de Viena.

 

Las de la Fundación March, de Madrid. Son unas escaleras verdosas que descienden varios pisos desde el piso de entrada, donde se ponen las exposiciones, hasta la sala de conciertos, en cuya antesala hay un gran mural de Vaquero Turcios. Son unas escaleras misteriosas, oscuras, con unos pasamanos (creo recordar) de metal también verdoso y muy suaves al tacto, por las que uno desciende sin darse cuenta, y como poseído por un impulso indetenible, hasta llegar al centro de la tierra. El deseo de descender. El placer de hundirse. Orfeo.

 

Las de la estupa de Swayambunath, en Kathmandú. La estupa es un gran templo budista, que tiene pintados unos ojos enormes que se ven a muchos kilómetros de distancia. Está en lo alto de una verde colina, en las afueras de Kathmandú, y la ascensión por ella es absolutamente agotadora. Es, quizá, la escalera más agotadora del mundo. Además, está llena de monos agresivos y peligrosos, con los que uno debe enfrentarse a medida que sube.

 

Las escaleras que conducen al Templo de las Águilas en Malinalco, en México. Malinalco significa «el lugar de las flores», y la escalera sube por la ladera de una empinada montaña cubierta de vegetación y salpicada de enormes flores, especialmente campanas amarillas de datura. Es interminable. Desde arriba, donde están el templo azteca y las pirámides toltecas, el paisaje de montañas cubiertas de floresta y de lianas, es inolvidable.

 

Finalmente, unas escaleras sacadas de la imaginación. Son las del Palacio de los Magos en la película El castillo ambulante de Hayao Miyazaki. Son unas enormes escaleras que hay que subir para llegar a la entrada del palacio. Son, en realidad, una sutil trampa mágica. Los magos llegan hasta allí, pero tienen que subir la escalera. Y la escalera es interminable. Sólo los magos jóvenes, los que están en buena forma física, son capaces de subirla. Los otros se quedan agotados y jadeando. Estas escaleras siempre me recuerdan aquello que decía Don Juan Matus: que el último reto de un mago, después de superar el miedo, el ego y el poder, es la vejez.

 

Las columnas periodísticas parecen escaleras. ¿No piensan ustedes? Uno va bajando por ellas hasta llegar abajo del todo. Y una vez allí, sigue adelante.

 

 

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