Acá en la no-república de Guinea Ecuatorial ocurren unas cosas que son una pasada. Desde que empezamos a escribir para el público hacemos un inciso cuando a este país nos referimos como república. De raíz latina, república viene a significar “algo de todos”. Pero por la historia que hemos vivido, y por la que vivimos, esta no es una república, de la misma manera que no lo es la mayoría de los países de África. Pero no nos desviemos del tema.
Ocurren unas cosas que justifican el verísimo statu quo de Guinea Ecuatorial. Y porque son una pasada, solamente pueden ser pluralia tantum, como crisis, que no tiene singular. O víveres, que tampoco lo tiene. Aquí, con una democracia metida con taladro de dos brocas, tenemos un parlamento que por sí mismo es una pasada. De hecho, los mismos que lo cocieron no se recatan en referirse a él como Parlamento multicoloreado, debido quizá a las brochas y colores que se gastaron en dejarlo decente. Pero el mismo parlamento no se corta, y como un país que no es democrático a golpe de formón, se reúne y discute cosas. Y traen tela, sí que la traen. Este parlamento lleva años exhibiendo su buen funcionar a costa de los ingenuos con una cosa que llaman Comisión de Quejas y Peticiones. Pues esta comisión no es nada más que la confirmación de que los presidentes zonales del partido en poder, los altos miembros del ejército y de la policía de Guinea, los jueces y todos los togados magistrados de todos los sitios que dan miedo en Guinea, que son los administradores oficiales de justicia, no hacen su trabajo. Y tampoco son capaces de cerrar un solo trato los cientos de directores generales que hay en los ministerios. Son vergonzosamente ninguneados por los dueños de las empresas cuando hay un litigio en el que están involucrados los trabajadores simples, por ejemplo. Esto se cuenta para cuando el caso se refiere al Ministerio de Trabajo.
La perdiz de cualquier historia se marea y se retuerce, los involucrados malgastan sus caudales y el asunto no se resuelve. Entonces alguien da la idea de llevar el asunto al parlamento y todos los “honorables” se reúnen en torno a esta extraña comisión y opinan como un solo hombre. Y hacen justicia, en una palabra. ¿Entonces cómo se justifica esta merma presupuestaria con cargo a los sueldos de todos los que deben administrar justicia en este país? ¿Qué dicen de sí mismos los jueces, los jefes zonales del PDGE, los altos mandos del ejército y los cientos de directores incapaces de resolver nada de la gente que acude a ellos? Pero lo que está claro es que si el parlamento se dedica a labores judiciales, no se dedica a sus asuntos propios. Es este el quid de la cuestión. También está en un lugar que no le pertenece. Y esto empezó desde que se aceptó una democracia cosida a semejanza de la guineanidad reinante. Eso se dice por la manera un tanto novedosa de ejercer el cargo de diputado en este país.
Por las relaciones que tenemos, conocemos el caso de un hombre del que creemos que solamente posee estudios primarios. Los avatares patrios le condujeron a la senda del medro personal y descubrimos que ¡era diputado! Pues en las pasadas elecciones supimos que aquel caballero, preocupado por su futuro precario, llamó a todos originarios de su zona de origen que podrían postular al mismo puesto y rogándoles, les dijo que se abstuvieran de tomar una decisión que le perjudicara, pues estaba a una legislatura de conseguir las tres que le daban acceso a una pensión vitalicia. Esto es, que nadie se hiciera postulante, por favor, y si lo hiciera, que sea para apoyarlo en última instancia. Y eso sería por haber servido en todos estos años al país. No sería el único que espera un sueldo a perpetuidad por haber llevado el título de honorable a costa de las arcas de Estado petrolero de Guinea. Estos diputados que no abren la boca para decir nada, o solamente para opinar burdamente sobre los asuntos conyugales que se dirimen en la Comisión de Quejas, quieren tener un sueldo vitalicio. ¿A qué santo se encomienda este asunto? Pero antes de entrar en las zonas celestiales, preguntemos por la verdadera función de los diputados en este país. ¿A qué se dedican? A reunirse en el parlamento de manera puntual. Pero los resultados de su mucho reunir está a la vista del mundo entero. Y es que si estos honorables señores creyeran que hacían algo por la zona que representaban, no se verían obligados a darles de comer cada vez que los acontecimientos políticos aconsejan su salida a la escena. Y como aquí la televisión indígena anda huérfana de contenidos, vemos la puesta en escena del honorable del turno en los poblados que le sostienen el puesto. Es cuando para una camioneta y desembarcan cajas de pescado y de pollo congelados, latas de tomates, sacos de arroz, litros de aceite y alguna ropa traída de a saber dónde. Es una forma, dicen, de agradecer a la militancia por los votos obtenidos. (Esto también se haría y se diría si había habido un descarado pucherazo durante las elecciones)
Los honorables de los que hablamos son unos señores que podrían dedicarse a otro asunto lucrativo, o a nada, pero cuyo sueldo viene a ser lo mismo que un regalo, pues pese a otras prebendas inherentes al mismo, el desempeño del cargo no les exige ningún trabajo que justifique el sueldo. Con la inversión del dinero regalado por el Estado y otras prebendas inherentes al mismo, alguna vez al año tienen remordimiento de conciencia y salen al campo a regalar sal, aceite de margarita, arroz, jabón, petróleo, a sabiendas de que los que lo reciban le serán muy agradecidos, pues allá arriba, lejos de los puertos nacionales, la gente pasa las de Caín, y hay que ver las esqueléticas imágenes de las mujeres del último video de TVGE para dar fe de esta miseria: daban verdadera lástima. Y es que, en vez de sentarse para hacer el trabajo de otros, y ya que saben que no pueden legislar en contra de los que tienen el poder por el mango, podrían decir para todos sus compañeros que en su región de nacimiento ya no se vive como se pensaba hace años. Ahora los bosques están revueltos, por tanta edificación monumental, y no es tan fácil que la caza menor pueda constituir el sostén de ningún pueblo. Los productos de la agricultura de subsistencia y de la recolección no dan para sostener con dignidad una vida. Y son necesidades apremiantes que no pueden esperar hasta que se alcance el horizonte 2020. Para confirmarlo, no estamos hablando de pueblos o poblados con luz eléctrica, agua potable, hospitales y escuelas. Estamos hablando de sitios cuyos habitantes hacen sus necesidades en el bosque y donde la cita básica con la higiene se realiza, a la hora que sea, en los ríos.
Está claro que nadie puede hablar por ellos. La prueba es que sale por la televisión su baile por aceptar una cosa que deberían tener capacidad para regalar. No parecen tener otra elección. (Estamos hablando de los nativos, más las nativas, de los pueblos que reciben los regalos de los diputados, no de éstos). Pero estamos en un país que todavía se llama república, no lo es, y tiene cargos públicos. Tiene que estar cerca el día en que los que gozan del hecho de que este país no es una república sepan que serán llamados a dar cuenta de la longeva pobreza de sus habitantes y no a gozar a perpetuidad de sus beneficios sin prestar ningún servicio público.