Cuando dejamos de ser niños-niños y pudimos prestar atención a lo que decían nuestros mayores, oímos que hablaban de emergencia, pero con tanto cuidado que intuíamos que debía de ser algo que tenía que ver con los que mandaban. Era la época de Macías y en aquel tiempo bastaba con que dijeras cualquier cosa que no entendían los que iban armados para armar la gorda. No es un juego de palabras: libertad, autonomía, autodeterminación, reconciliación, autogobierno, España, eran vocablos que no entendía la mayoría de los guineanos, pero eran palabras que soltabas y cualquier analfabeto te decía que lo hacías para poner en entredicho la grandeza del Gran Líder Presidente Vitalicio Único Milagro de Guinea Ecuatorial Su Excelencia Macías Nguema Biyogo Ñengue Ndong. Y con esto acababas en la cárcel por “subversivo”.
A tenor de lo que se vio, y no nos hemos molestado en preguntar en qué consistió aquello, la temida emergencia sería un tiempo en que los que mandaban temían perder su poder y transmitieron ese miedo a la población, como si fuera esa la que sufriría las consecuencias de su pérdida. Los desastrosos once años de Macías nos mostraron que ningún guineano de a pie debía dolerse por las cuitas de los que mandaban, pues todo lo que se hizo fue a nuestro pesar, y pasando sobre nosotros. Sólo faltaba que compartiéramos su dolor, pese al daño que nos infligieron. No faltaría más, como suele decirse vulgarmente.
El cambio político que supuso el destronamiento de Macías debía significar el destierro de todas las referencias de su régimen y la reconciliación de la población, hecho que abarca el olvido de los desmanes que cometieron y el indulto a los autores de los mismos. Y es que el carácter masivo de los delitos no aconseja nada más ajustado al sentido común. Además, la deificación que se hizo de la persona de Macías facilitaba la satisfacción general si se le eliminaba.
Pero pese a que parte de los supuestos se cumplieron, al destronamiento de Macías, en Guinea Ecuatorial no se dieron las condiciones para encaminar los asuntos nacionales por la senda de la solvencia y la felicidad, como lo desea el himno. Y al constatar este hecho, retomamos los elementos de discurso con que empezamos este artículo, elementos que aparentemente parecían tener escasa relación con el título: la emergencia. Paradójicamente, la emergencia de la que hablaban con tanto secreto nuestros mayores existió, pero se dio en otro contexto y se vivió con menos conocimiento. Este hecho pudo deberse a una simple casualidad, casualidad que se sustentaría en la ignorancia de la población, o a una hábil maniobra de los que mandaban. La emergencia se dio en los albores de la descolonización. En aquellas fechas en las que los que se creían con ventajas políticas anhelaban el pronto legado del poder por parte de las autoridades coloniales.
Otras personas no menos ambiciosas compartían este anhelo, pero con las reticencias en un manejo cabal de los asuntos guineanos por parte de una población literalmente vedada a los métodos científicos de resolución de problemas. ¿Existían en Guinea, preguntaban, elementos humanos capaces de llevar a buen puerto los asuntos comunes? Si en unos era una pregunta, en otros era una abierta negación de que tuviéramos todavía capacidad para gestionar con solvencia la independencia que en breve se nos concedía. Los intereses enfrentados de grupos políticos de la metrópoli, la pujanza nacionalista de unos líderes, con el empleo demagógico de los intereses en juego, la escasa capacidad de discernimiento de la población y todos los factores negativos derivados de una administración colonial precipitaron los acontecimientos y propiciaron la entronización de Francisco Macías, quien, francamente, no había sido la mejor opción, y desde aquellas fechas, muchos así lo hicieron ver. Pero los intereses en juego eran muchos para los pocos ánimos de reflexión de las partes. Todo estaba hecho.
Citan algunos hechos que propiciaron el rápido empeoramiento de la situación política de Guinea, entre los que se citan supuestos golpes de Estado, pero tales hechos no pueden justificar el abandono de la gestión de los asuntos nacionales. Lo que ocurrió en Guinea fue lo que más tarde se usó de forma demagógica para atemorizar a la población: fue la primera emergencia de Guinea. El monopolio de la gestión política y económica por parte de las autoridades coloniales, monopolio que se mitigó con la cesión del poder a un gobierno autonómico carente de poder ejecutivo, se pensó perpetuar con la asunción del poder del Gobierno de Macías. Macías y su gente no solamente tenían que asentir o limitarse a aceptar, como ocurrió durante el breve Gobierno autónomo, sino que caían bajo su responsabilidad funciones que nunca habían ejercido y para las que no habían recibido ninguna formación. Con el advenimiento de Macías, todo lo que no habían hecho los ciudadanos, y en aquel tiempo no sabían hacer nada, se destruyó. Esta destrucción abarca elementos de uso común cuya conservación no parece depender del conocimiento de los métodos de su fabricación: escuelas, hospitales, grifos y fuentes privados y públicos, cerraduras, ventanas, alumbrado público, todo. No sólo no se conservaron, sino que se destruyeron, en una furia destructora que parecía que se quería borrar cualquier vestigio de la época colonial. El carácter nefasto de esta destrucción es lo que justifica la ignorancia de los nuevos ciudadanos guineanos, pues no parece discutible la realidad de las nefastas consecuencias que deparó al país. Pero la ignorancia tiene de malo en que se asienta en una falsa apariencia de voluntad, o de libertad. Se podría decir que el que rompe un mobiliario público es porque quiere. Pero la libertad no permite ni fomenta la comisión de actos de barbarie; luego libertad e inteligencia son entes indisociables. Lo que se ve es que la metrópoli no había preparado a los guineanos para asumir la independencia. Los resultados de la gestión hablan por sí mismos.
¿Cómo un país del que se creía que se convertiría en la Suiza de África pudo haber llegado a esos extremos de malversación y de ineficacia? Y la prueba irrefutable de su ignorancia es que Guinea nunca ha sido negada por los bienes de la naturaleza. Además, y eso confirma lo de la indisociabilidad de la libertad y a inteligencia, nadie en sus cabales destruiría su pueblo con el simple pretexto de la inseguridad, como se hizo en tiempos de Macías. Y no sólo se destruyó en tiempos de Macías, sino que sobre Guinea Ecuatorial pesa la losa de los años en que cualquier mención seria de la enseñanza era tomada como un atentado contra la integridad nacional. Con el destronamiento de Macías y el cambio de régimen se produce un continuismo en las maneras de relacionarse con el poder y la Guinea Ecuatorial vive la segunda emergencia.
Las riquezas reales y potenciales de de Guinea propician la asignación al país, y de forma inmediata, de niveles de desarrollo parejos a los países europeos. Pero no hacía falta mencionar las riquezas del país para certificar su desarrollo, pues ejemplos de naciones con menos recursos y con mejores cotas de bienestar hay de sobra. El hecho es que la riqueza de Guinea no influye nada en la calidad de vida de sus habitantes. A afirmación tan contundente le proponemos elementos de discurso tendentes a mitigarla, identificando en la clase gobernante de actividades realizadas en pro del bienestar de la población. Ante los ataques de la comunidad internacional, y de los escasos grupos de la oposición interna y externa, los gobernantes suelen referirse a los “esfuerzos que despliega el Gobierno” en provecho de los habitantes de Guinea. Referencias que a veces alcanzan tintes delirantes cuando a los que mandan se les oye hablar del “desarrollo sin precedentes” o de la envidia que nos tienen países menos desfavorecidos por la naturaleza y por sus circunstancias políticas. El deplorable estado del país contrasta con la ostentación de que hacen gala los que medran al amparo de los círculos del poder. Y aunque aparentemente la ostentación de los bienes los condena y sería indicativo de su escaso interés por el bienestar del país, la comisión pública de actos deleznables, censurables y grotescos refuerza la teoría de su escaso desarrollo social e histórico: nadie en su sano juicio cometería y aplaudiría actos tan grotescos como los que cometen los actores públicos de este país, rivalizándose en la exhibición obscena de bienes muebles de importación, en las delirantes declaraciones de los líderes políticos y miembros del Gobierno, en la identificación de la deificación con el reconocimiento de alguna virtud pública de tal o cual gobernante o en la adulación servil, degradante y animalizadora (también aleccionadora).
Por ello, la constatación de estos hechos degradantes es la que concede certidumbre a la enumeración de sus logros. Para su mentalidad, Guinea ha conocido muchos avances. Definitivamente, refuerzan estos asertos el hecho de que a la imposibilidad de relacionar la comisión de aquellos actos censurados más arriba con personas de solvencia se suma el de la imposibilidad de encontrar a alguien que encuentre aceptable el estado de la infraestructura inmediata: estas escuelas destruidas, estos hospitales inhumanos, estos caminos impracticables; las calles y casas sin luz eléctrica, la dolorosa, vergonzante e inexplicable falta de agua en las ciudades y pueblos de toda Guinea Ecuatorial no gustan a nadie, sea trabajador o no, sepa leer o no, pues los guineanos no echan en falta las estrecheces que aquí sufrimos cuando están en otros países. El estado mental que sostiene esta situación es el que robustece la idea de la tercera emergencia nacional.
Otra vez faltan cabezas para regir los hilos conductores y convertir las potencialidades de todo tipo en realidades útiles. Y estas son las razones que sostienen y aconsejan el recurso del multipartidismo, pues la aportación humana de los partidos políticos rompería el monopolio del poder, al que son tan adeptos los regímenes africanos, y aliviaría en parte esta emergencia. La identificación permanente de las causas de esta emergencia es necesaria para evaluar la dinámica de los procesos democratizadores, pues el cumplimiento de los supuestos teóricos de la democracia no siempre conlleva una mejora en la condiciones de vida. Es decir, ya no es extraño ver estrecheces sociales en países donde las reglas mínimas del juego democrático se cumplen. Y nadie se alimenta del listado de diputados ni los camiones de votos edifican hospitales. El cumplimiento de las promesas electorales es el que legitimiza un sistema democrático. Para ello, el pueblo tiene que existir. Tiene que manifestarse mediante reclamaciones puntuales y justas.
Como ciertos organismos internacionales suelen ocuparse de la descripción de los conflictos y de la situación de crisis de los países de emergencia crónica, y a veces intervienen económicamente para aliviar situaciones agudas que sufren ciertas comunidades, les corresponde crear mecanismos de evaluación continua del estado de ‘permeabilidad’ de las estructuras del poder de ciertos Estados. Y es que, por más recursos tenga Guinea Ecuatorial, hoy por hoy, y salvo la organización administrativa y los recursos humanos, todos los demás recursos son fungibles, y lo son más en países de crónica emergencia, donde la falta de estructuras administrativas propicia la actividad furtiva de empresas multinacionales en connivencia con políticos corruptos.
La tercera emergencia que vive Guinea Ecuatorial debe llamar la atención de los organismos de arbitraje de la ONU, que deben estudiar su evaluación bajo las alas de la Comisión de Vigilancia Continua, pues sería un grave descuido que más tarde, cuando la degradación social fuera insostenible, se tuviera que recurrir a la caridad internacional y se instituyera mecanismos de captación de fondos para aliviar una desgracia que con creces se ha podido evitar. Además, con la implicación de organismos que nunca salen indemnes de la acusación de corrupción en la gestión de los recursos económicos a ellos confiados.