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Mientras tantoEnnis Del Mar que estás en los cielos

Ennis Del Mar que estás en los cielos


 

El crítico gay no había visto nunca completa la peli de vaqueros mariquitas. Y no es que la dejara por indignación o aburrimiento, sino porque siempre la había pillado empezada. Tal vez sería que los dos actores protagonistas no le estimulaban lo suficiente, ni le resultaban muy creíbles en esa tesitura de Machos pro Machos, en la que el director taiwanés les había puesto. Cada vez que volvía a tropezársela en medio de un zapping, se quedaba a verla, 
         

     – ¡Ah! la de los Marlbourought gays están echando. Pues esta escena yo no la conozco.

 

Y así, de esta forma tan azarosa, iba completando -a pesar de los cortes publicitarios- la historia en busca de su origen. Lo que menos conocía, era el inicio del romance entre los dos broncos ovejeros, pero según avanzaba la cinta, más atrapado se sentía el crítico por el dolor colectivo de sus personajes.

 

     – ¿Será que el genio de Ang Lee no ha contado en Brokeback Mountain sólo la triste historia de un amor entre dos vaqueros de Texas y Wyoming , sino que ha puesto en la pantalla todo el dolor sufrido por los homosexuales del mundo y sus seres más queridos?

 

Gran parte de la responsabilidad de esa adhesión involuntaria a la resina emocional que destila ese amor bronco y secreto, la achacaba al tema musical de la película –The Wings– del argentino Gustavo Santaolalla. Partiendo de ciertas resonancias country, el músico compone una salmodia tonal, más que una melodía, a base de desmayados rasgueos de guitarra acústica, con los que consigue arañar y acariciar al mismo tiempo, el oído de los espectadores. El tema desprende cierta austeridad emocional de la derrota, propia de algunas de las mejores baladas de Leonard Cohen.

 

La película no le resultaba triste sólo por el frío, ni el color gris de los cielos y las casas, en ese poblado del Medio Oeste norteamericano; también lo eran los trajes, los muebles, todo sin color, ajado como en una escenografía de teatro; en contraste con el brillante colorido de los tiempos de pasión masculina en esas montañas mágicas de nombre impronunciable. Brokeback Mountain era al fin y al cabo un nombre ficticio. Las escenas idílico-campestres del filme no estaban rodadas ni siquiera en los Estados Unidos. El equipo se había trasladado a las montañas de Alberta, en Canadá, donde todo resultaba tan fotogénico como en una postal o una foto de almanaque. Además, los fríos canadienses se reflejaron fielmente en esta película deliberadamente helada, donde amar cuesta la misma vida.

 

Al crítico gay le inquietaba cada vez más aquella tragedia de vaqueros, donde las hembras resultaban mucho más fascinantes y perturbadoras que los hombres. Ellas sí que sabían amar, y no estos zánganos de machorros acojonados. El casting femenino y el delicado trabajo de dirección de actrices de Ang Lee, le parecieron una rara exquisitez del arte interpretativo. En numerosos planos de la película, ellas sólo están y miran; no hay nada más que puedan hacer, son las víctimas pasivas de esta tragedia. Michelle Williams, Anne Hathaway o Linda Cardellini, dan vida, belleza y una profunda presencia a las esposas de los dos vaqueros liados; y a la  novia que intenta llevar de nuevo al altar, al primero, una vez divorciado.

 

Gracias a esta última, el crítico comenzó a descubrir el poderoso atractivo de Ennis Del Mar, auténtico motor involuntario de los amores que arrastran esta película, y se lanzó a escribir su crítica:

 

“La interpretación del actor australiano Heath Ledger es pura esencia y minimalismo. La química cinematográfica dispara la austeridad expresiva de un rostro hasta cotas inimaginables, frente a lo que pueda transmitir la faz de un actor histriónico. Esa simpleza sicológica de Eric del Mar, (gracias a un complejo trabajo del intérprete), permite que la cámara –el ojo del espectador- penetre más allá de la piel del actor, y se encuentre con el alma del personaje. 

 

     – “Mejor para ti, soy un tipo bastante aburrido”, le dice Ennis Del Mar a su chica, cuando rompen; y ésta -en una de las mejores escenas de la película- le replica entre lágrimas:

 

     – ¿Mejor para mí? Pero ¿no te das cuenta Ennis Del Mar, que las chicas no se enamoran nunca de los chicos divertidos?

 

En ese momento el personaje masculino se queda solo en una triste bolera de pueblo de Wyoming, y la cámara se acerca tan profundamente a su rostro, que el espectador descubre por qué se enamoran todos y todas de Ennis Del Mar a lo largo del filme.”

 

Y mientras tecleaba impulsivamente en el ordenador su crítica, desde el interior de su cabeza, la música de Santaolalla seguía rezumando uvas de melancolía.

 

“Ang Lee ha sabido llevar a la pantalla con una sutilidad y una inteligencia inusuales un tema tan delicado, como poco tratado por las grandes productoras cinematográficas. Salir no sólo indemne, sino aclamado mundialmente por un proyecto tan atípico, honesto y valiente, hizo a todos los integrantes de Brokeback Mountain  (En territorio vedado, en España; Secreto en la montaña, en Hispanoamérica) ser un poco más grandes dentro del arte cinematográfico.

 

Cuando la historia de vaqueros enamorados se encamina hacia su fatal desenlace, tras la ruptura de la pareja de hombres, el espectador es conducido a una soberbia coda final, donde Ang Lee se permite ejercer el mayor virtuosismo de la nada, dirigiéndola. Ennis Del Mar, (enterado bruscamente de que su amigo Jack ha fallecido), se dirige a casa de los padres de éste, para ofrecerse a derramar sus cenizas en las montañas Brokeback, como había pedido el finado. Allí se encuentra ante una fábrica de sal o una casa de locos, disfrazada de granja perdida entre las montañas. La entrevista de Ennis Del Mar con los padres del amigo muerto resulta puro teatro, pero del dirigido por Ingmar Bergman en el Dramaten de Estocolmo.

 

La austeridad extrema y puritana de esta tercera generación de inmigrantes europeos muertos de hambre, con que repoblaron los yanquis el territorio indio, es tratada por Ang Lee con criterios puramente trágicos: estatismo de los personajes, inexpresividad de los rostros, primeros planos de los actores, en un ambiente tan cegador como luminoso, como tres estatuas de sal que apenas mueven los labios cuando hablan, o los párpados, cuando escuchan; casi muertos en trance. Monólogos de la intransigencia y del dolor por las esperanzas marchitas. Apenas nada, muerte, vida, pura violencia contenida. Ang Lee ha contado con actores de primera categoría para interpretar a personajes episódicos, que dejan una profunda huella –por tanto- en el público, y multiplican la calidad artística de la obra.”

 

Aunque hacía ya horas que había terminado la película, el crítico no podía olvidarse de ella. Su aroma seguía gravitando en esos acordes salmódicos, que resonaban sin cesar en su cabeza. Intentó encontrar la canción en Youtube, como quien busca una droga, pero no le fue posible conseguirla. A la mañana siguiente notó que la música y la densa tristeza de la cinta se habían disuelto en su sangre. No era impotencia lo que sentía sino una profunda conmiseración por sí mismo. En medio de ese abandono de morfina al que se dan los melancólicos, vio la luz el crítico: descubrió que el rostro de Ennis Del Mar lo iluminaba todo, calentándolo como un sol de mediodía.

 

     – “¡Qué trabajo más exquisito, fino y sensible el de ese australianito con entradas en la frente!”, se dijo a sí mismo.

 

Veía al chico en el registro de Johnny Deep o de Sean Penn, dos de los grandes actores del Hollywood vivo. Qué delicia para él supondría volver a encontrarlo y cotejarlo en nuevas películas. Ennis Del Mar/Heath Ledger era toda una promesa para el arte cinematográfico. Por otra parte, se sentía fatal como crítico, por no haber detectado desde el comienzo, cómo el vaquero calvito tenía una gran personalidad interpretativa.

 

Lo que más le fastidiaba, en el fondo, era la certeza de haber descubierto el encanto erótico del joven a través de los ojos de la última mujer que lo había amado. Sólo ella había sabido demostrar por qué Ennis Del Mar resultaba tan cautivador y adorable: por lo desamparado y vulnerable que se encontraba frente al mundo y frente a sí mismo. Las mujeres siempre han estado dispuestas a salvar a un hombre amándolo. Quizá sucediera lo mismo con algunos críticos invertidos.

 

“Pero, ¡qué narices!”, pensó de pronto. Estando Internet plagado de fotos de estrellas de cine, ¿que hacía  devanándose los sesos, en pensar si Linda Cardellini lo había descubierto antes que él, teniendo al actor luminoso y deseado, esperándole en tantas páginas? Tomó su ratón como barco y se echó a navegar por la red para pescar sus imágenes. Ese día en la entrada de Yahoo invitaban a visitar uno de esos bobos y frecuentados rankings de actores de Hollywood en paños menores, mostrando su carne de gimnasio. Lo encabezaba una especie de Rambo musculoso de pelo largo, que resultó ser Jake Gyllenhaal, el vaquero muerto de la película.

 

     – “Ah, éste es el otro, el que se muere o matan al final de las montañas mágicas, el pobre. Qué papeleta le dejaste a Ennis Del Mar, que en el fondo te amaba tanto, y se quedó tan solo”, le dijo al tipo de la fotografía.

 

Gracias a las artes de Google localizó rápidamente la película de ortografía tan poco tecleable como pronunciable, y se encontró de pronto en el interior del rodaje: recibiendo información de la novelita original en la que se basaba el filme; leyendo criticas de colegas -todas buenas-; y visitando una a una las páginas de las actrices que tanto le habían seducido en esa película de hombres. Dejó a Ennis Del Mar para el último, como delicioso postre. Copió en el buscador el nombre del australiano, y se quedó atónito con lo que leyeron sus ojos: «Heath Ledger, todo sobre su vida y su muerte». Debía haberse equivocado. No habría escrito bien el nombre. Esta vez lo tecleó letra a letra, pero fueron tantas las páginas fúnebres que se le ofrecieron, que tuvo que minimizar las pantallas, respirar hondo, beber agua, y decirse a sí mismo entre interrogantes:

 

     – ¿Que Ennis Del Mar ha muerto?; ¿cómo es posible?; ¿qué estúpida broma macabra es ésta?

 

No habían pasado 24 horas de su gran descubrimiento, y cuando va a buscarlo en Internet para seguir disfrutándolo, se lo encuentra muerto. ¿Sobredosis de barbitúricos recetados? ¿Problemas con el sueño? ¿Estrés por exceso de trabajo? Aquello era de locos. ¿Cómo podría ser que hubiera muerto un chico tan adorable a los 29 años? El crítico se quedó de piedra, como sólo se quedan los muertos.

     – ¿Para esta mierda sirve el talento y el éxito?

 

Qué cosas pasan en esta vida donde la razón queda reducida, por intervención de la muerte, a pura paradoja. No podía evitar deslindar a Ennis Del Mar de Heath Ledger. Si hacía sólo unas horas, era él quien despedía en la pantalla a su amigo muerto para siempre, ¿cómo podía ser ahora que el vaquero muerto encabezara rankings de Rambos, mientras en la memoria activa de Internet, se hablara de Ledger (que dio vida al vaquero superviviente), en términos de cadáver, autopsia y sobredosis?

 

Ávido de respuestas, y sin entender muy bien el significado de las fotos que iba viendo, descubrió que el actor fallecido se había liado con la actriz Michelle Williams, que interpretaba a su esposa en Brokeback Mountain, tras terminar el rodaje; que pasaron tres años juntos y que tuvieron una hija –Matilda Rose- que había terminando siendo su única heredera, tras un complejo y mediático litigio con el padre del finado. Ledger fue encontrado muerto el 22 de enero de 2008 en su exclusivo apartamento del Soho neoyorquino, por una ingesta de barbitúricos para conciliar el sueño.

 

Al crítico le parecía todo como una pesadilla, donde la información de la vida privada de los intérpretes no podía separase de la de los personajes de la película.

¿Existirá el cine para enmendar la realidad con sus finales felices o tristísimos?; ¿o será que existe la realidad para contradecir al cine, con sus más inesperadas e infaustas sorpresas?

 

¿Dónde se encontraría ahora Ennis Del Mar?, ¿cabalgando con Gary Cooper por las praderas del cielo?; o ¿recorriendo en autobús los desiertos de Australia, persiguiendo incansablemente a Pryscilla? En ninguna de las dos partes. Ennis Del Mar vive ya eternamente en las cumbres deleitosas de las montañas de postal de Brokeback para no salir de allí más nunca, porque el paraíso de la felicidad fue creado como recompensa para los que en vida sufrieron tanto.

 

 

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