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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 21 / 2010

De mi Diario : Semana 21 / 2010


Weiß/Colonia, 26.5. (1)

Yo le tengo un gran afecto, y un respeto no menor, a Juan Cruz. Y hoy, al llegar a Colonia, con su voz todavía en el oído (me telefoneó esta mañana, nos desencontramos en Madrid), una de las primeras cosas que hago es repasar su blog, como el de Ángeles, con todo lo que ha escrito en estos largos días de mis vacaciones. Y leo su post más reciente, titulado “57”, donde dice que quiere hacer 57 regalos, y los va nombrando, desde «Una imagen de la bahía de Santander» hasta «Un mantel blanco que se escapa de una mesa donde hay nécoras y otros colores» y «El camino de mi casa a la escuela», pasando por cosas tan entrañables como «La alegría de un pájaro que fue salvado del cautiverio en el baño de hombres del periódico», «La risa de Eva cuando aún es niña y no habla y acaba de ser pelada al rape por su abuela por temor a los piojos», «El agua fresca que amaba mi madre», «El sombrero de paja que usaba mi padre», «Don Emilio [Lledó] diciendo FiCHte en lo alto del encerado de la clase en la universidad de La Laguna» pero conforme se acerca al final lo va embriagando la literatura y enumera este nonsense: «54. La vida misma, 55. La vida, 57. Tú». Tiene lugar aquí el triunfo de la retórica sobre el discernimiento. ¿Porque quién le regalaría su “Tú” a nadie?  Ni Gandhi, que era un santo, lo que no soy yo, ni de lejos. Ni de muy, muy lejos.

 

Weiß/Colonia, 26.5. (2)

La primera decisión de Diny al llegar a casa [después de un mes de vacaciones en España] es categórica y resuelta: cocinar espaguetis. Y le salen de chuparse los dedos. Con tuco los suyos, con tuco y machas los míos. Qué regalo para el paladar, ahíto de Delikatessen carpetovetónicas.

 

Weiß/Colonia, 27.5.

Montserrat & Co. no saldrán de viaje de vacaciones este verano. Con el jardín de su casa les va a bastar, teniendo en cuenta además que Henri tendrá sólo unos seis meses a mediados de julio. Aunque si bien recuerdo, la verdad es que Montse y Frank, en 1997, se fueron de vacaciones al Egeo, a una isla perdida, con un Paul de sólo dos meses. Y recuerdo, sí, muy bien, cómo Pauli se les enfermó con una infección que los médicos griegos no atinaban a atajar, y cómo fue que regresaron angustiados antes de la fecha prevista, y cómo los estábamos esperando en la puerta de la clínica infantil de la Amsterdamer Strasse, acá en Colonia, adonde llegaron derechos con su propio auto que habían dejado en el parking del aeropuerto de Düsseldorf. Y cómo yo me precipité al auto y saqué en mis brazos a Pauli y lo llevé sin dilación ninguna a los médicos, a quienes ya teníamos sobre aviso del caso. Y cómo fue que a Pauli le costó acostumbrarse a mi persona, porque su cerebro infantil me hacía responsable de la cuarentena en que vivió a partir de ese momento. Hoy, trece años después, el buen Oskar ya nos arrancó la promesa de que va a pasar al menos una semana con nosotros, de las seis de estas vacaciones escolares. Qué golfo, pero al mismo tiempo, qué manera subrepticia de demostrarnos su cariño.

 

Weiß/Colonia, 28.5., pasada la medianoche

Pasaron a última hora de la noche Eastern Promises, y me la vi de nuevo y me volvió a causar una fuerte impresión. Como en A History of Violence, el personaje Nikolai que incorpora Viggo Mortensen tiene la sucia grandeza de alguno de los marginales de Joseph Conrad. Y es buena la actuación de Naomi Watts, y es convincente como cliché el que compone Armin Mueller-Stahl. Las escenas de violencia son acojonantes, pero realistas y necesarias, no gratuitas. Vivimos en un mundo cada vez menos gratuito.

 

Weiß/Colonia, 28.5. (2)

Sofía publica hoy en su blog un post que no tiene desperdicio, “La enseñanza”, que dice así:

«El valle se doraba con los primeros calores y varios polluelos correteaban tras la gallina Mariana, que tenía una lección para cada uno. Otros tantos, los más sofocados, seguían a la mano de Dios, que nunca había sido tan feliz. Los ingenieros, divertidos con la estampa, se deshacían en comentarios, pero al ver pasar la eternidad, que iba también correteando, quisieron incorporarse al cortejo para enseñar a las criaturas algún pasaje adecuado, lo que concluyó con un atropello general y el suave aterrizar de los polluelos de la mano de Dios sobre una nube. El pájaro cabra, que no domina nada y lo conoce todo, se dio la vuelta y en vez de susurrar mesuradas sentencias que nos abrasaran las orejas, sonrió al ver la eternidad atropellada».

Le he colgado un comentario: «Sabia Sofía (lo cual no deja de ser un pleonasmo), qué bien escribes. Y además, qué pronto has aprendido lo que a los demás nos cuesta tanto : Que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Vale».

 

Weiß/Colonia, 29.5. (1)

El proverbial síndrome llamado “cansancio de la primavera”, la luna llena y la laxitud tras el más azacaneado de los viajes que hemos hecho en los últimos tiempos, me mantienen en algo así como un sopor del que me cuesta trabajo salir. Esta mañana, tras un sueño nada profundo, sentí la invencible tentación de no moverme de la cama hasta que el propio cuerpo, agotado de la horizontal, se autoeyectase sin esfuerzo volitivo mío. Sucedió a las 10.01, hora súper capicúa donde las haya. Al menos un dato positivo para empezar el día. [Aunque luego, al mediodía, cuando voy de compras con la bici, el viento en contra, la alta temperatura y la deshabituación  a pedalear durante todo un mes me recuerdan la triste verdad: que soy un perro viejo y vencido por los años. Pero en el camino me encuentro con el buen Wefels, a quien le noto mal aspecto. Y tanto. Mientras estuvimos fuera lo operaron a corazón abierto para implantarle tres baipases. Y vuelvo a recordar la décima de Calderón en La vida es sueño: «Sueñan de un sabio…» etc.].

 

Weiß/Colonia, 29.5. (3)

En el diario de hoy tres esquelas fúnebres con la misma cita de Albert Schweitzer, redactada las tres veces de manera distinta:

«Lo único importante en la vida son los rastros de amor que dejamos cuando nos vamos».

«Lo único importante en la vida son [esos] rastros de amor que dejamos cuando, sin que se nos pregunte, tenemos que despedirnos e irnos».

«Lo más importante en la vida son [esos] rastros de amor que dejamos cuando, sin que se nos pregunte, tenemos que despedirnos e irnos».

Imagino el despelote en una reunión de la Comunidad Europea, en las cabinas de intérpretes, traduciendo del inglés al letón, del finlandés al español, y del sueco al húngaro, y me pregunto si la crisis no está preprogramada desde la construcción de la torre de Babel, cuando los peritos descubieron que la firma constructora estaba usando materiales perecederos pero facturados como piedra berroqueña, habiéndolos cobrado, además, por anticipado. Y todo ello, claro está, después de untarle la mano a la corporación municipal babilonia en pleno, ça va sans dire!

 

Weiß/Colonia, 29.5. (4)

Hoy, con el correo quelonio, un informe detallado del encuentro de los supervivientes de mi promoción (la de 1955-1960) en la facultad de Derecho del alma máter sevillana, reunidos para festejar el cincuentenario. Curiosamente yo pasé por Sevilla ese mismo día, cambiando de tren en Santa Justa, pero a unas horas en que ya no coincidía con ninguno de los actos, excepto tal vez la comida. A posteriori me alegro de no haber acudido, porque al ver la foto del grupo debo constatar que sólo reconozco a uno, a Toni Mancheño, y eso por ser de Huelva y haberlo visto un par de días más tarde en la propia Huelva, interviniendo en una tertulia de un canal local de TV. De todos modos, encuentro conmovedor que Pepe Revuelta Atienza me haya enviado el dosier completo y el plato conmemorativo de cerámica, y aún más que conmoverme, mucho más, lo que me asombra es que el plato haya superado indemne el largo camino postal desde las orillas del Guadalquivir hasta mi buzón, casi a orillas del Rhin.

 

Weiß/Colonia, 29.5. (5)

Llega Pauli con la bici para ir a jugar al minigolf con la abuela. Lo recibo en la puerta (Diny anda todavía durmiendo la siesta) y le doy un abrazo y, para mi sorpresa, también él –que es el menos expresivo de los nietos– me abraza. Gracias sean dadas a los dioses de que a Diny la haya despertado el timbre de la puerta, eso hace que me contenga las ganas de estrujar a Pauli entre mis brazos, lo que sería un fuerte hándicap para él cuando luego empuñen los palos.

 

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