Nunca he estado en Detroit, aunque probablemente, debería estar allí, rodeado de almacenes, fábricas y calles abandonadas, del andamiaje silencioso de una civilización en declive. Al parecer, mucha gente está yendo allí atraída por un mercado inmobiliario de risa y la ilusión de construir un mundo nuevo sobre las ruinas del anterior.
No sé cómo, pero Detroit ha venido a mí como acaban de llegar la palabra palimpsesto y Antonio Gala. De hecho, Antonio Gala caminando por una calle de Detroit, tropezándose torpemente con su bastón y su pañuelo y su pelo engominado con la llanta de una rueda de camión que una vez cruzó varias veces este país imposible y atropelló un puñado de lagartos en el desierto de Mojave o en el de Nuevo México. Un Antonio Gala derrotado por una rueda.
8/15 es el porcentaje de inclinación del suelo que pisamos.
En el día en el que la Segunda Guerra Mundial se ha cobrado tres víctimas más, alguien –en este escrito experimental a seis manos- me chiva que la mitad de la cara del compositor y arquitecto griego Iannis Xenakis, autor de una extraña yuxtaposición de sonidos llamada ‘Palimpsesto’, fue desfigurada por una bomba en Atenas –en diciembre de 1944-. Una bomba lanzada por tropas inglesas contra comunistas griegos en lo que, según mi deficiente erudición, sería el momento fundacional de la Guerra Fría.
Detroit es el nuevo Berlín. Lo será cuando estemos allí.