En algún rincón cercano a toda central nuclear existe un depósito dedicado a las píldoras del miedo.
Se trata de medicamentos a base de yoduro potásico, destinados a la población del entorno de instalaciones nucleares, para ser consumidos en la eventualidad de un accidente que implicase contaminación radiactiva.
Si, por ejemplo, se produjese un incendio en el reactor parecido al de Chernobyl, nubes de partículas radiactivas ascenderían a la atmósfera para luego descender con la lluvia, depositándose en las ropas, alimentos o la hierba. Hierba y productos hortofrutícolas que podrían ser consumidos, por animales o personas, contaminando finalmente a la población. La simple inhalación de un sinnúmero de partículas radiactivas tendría sus efectos directos.
Es el caso del yodo radiactivo. Es captado por la glándula tiroides y meses o años después puede producir cáncer en esa localización.
Precisamente para evitar la contaminación radiactiva de la tiroides se usan las mencionadas píldoras. El yodo que contienen satura la tiroides, en el conocido fenómeno de Wolff-Chaikoff, evitándose así la entrada del átomo radiactivo en la glándula.
Pero la pregunta relevante es ¿en cuántos de estos lugares están a punto estos fármacos? Y más importante aun: en medio de un grave accidente, ¿qué proporción de la población rechazaría tomárselas, por simple temor ignorante?