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Informando a las colonias: Feliz Mundial, feliz solsticio de verano y felices vacaciones

Crónicas del imperio   el blog de Máximo Necio

Querida lectora, la semana pasada te comenté que, como cronista novel, voy aprendiendo lo importante que es saber respetar todos los tiempos. Hablaba de los del lector, que seguirá mirando la pantalla del televisor disfrutando de su pasatiempo favorito (aún cuando al tiempo de escribir esta crónica no sé si la selección de nuestra colonia seguirá participando en el magno evento de Sudáfrica), pero también mencionaba los tuyos, muchas veces al pairo de imposiciones ajenas, e incluso citaba los míos, de los que en cambio no dije nada. Pues bien, ahora voy hablar de ellos.

 

Nos acercamos al solsticio de verano y así, sin darnos apenas cuenta, ya hace medio año que yo te escribo y tú me lees. No voy a entrar en consideraciones sobre cuán rápido pasa el tiempo. Los dos lo sufrimos por igual. Mas te supongo con ganas de descansar por un rato de mis crónicas. Es normal y has de saber que son tantas como las mías de escapar a su tiranía. Ya ves que en esta relación nuestra rige la igualdad, querida lectora. Así pues, voy a cumplir tus deseos. Te dejo descansar. Me voy de vacaciones.

 

«Pero, Necio, ¿cómo osas irte de vacaciones? ¿Acaso no sabes que no está bien visto entre los cronistas tomárselas? ¿No sabes que puedes perderme precisamente a mí, a tu lectora? ¿Que puedo, por ejemplo, irme a leer a otro cronista o, incluso, olvidarte para siempre?», estarás pensando ahora en un arrebato lógico por sentirte un poco abandonada. Templa tu ira y tus amenazas. Esa sensación de abandono no es más que soberbia y, siendo mujer sabia como eres, seguro que tú también esperas que lleguen tus vacaciones y, entonces, te tocará a ti dejar de leer estas crónicas sin que yo deba ofenderme. (Por cierto, este asunto de darse por ofendido anda ahora muy en boga pues hemos pasado del «no ofende quien quiere sino quien puede» al «no se ofende quien puede sino quien quiere» y, de esa forma, todos ofendidos.)

 

Además, querida lectora, has de saber que si te pierdo porque empiezas a leer a otro cronista o porque te olvidas de mí, una de dos: O él es mejor que yo o tu no sabes distinguir. Si lo primero, no cabe otra cosa que replantearme este intento de hacer de la crónica mi oficio; si lo segundo, vano seguir intentado escribir para ti.

 

«Sí, pero ¿estando el mercado como está, no puedes permitirte el lujo de dejar de trabajar?», me responderás. Pues ahí también te equivocas y no veas cinismo alguno en lo que voy a decir, pues no lo hay.  Estando el mercado como está y hablándose como se habla de reformas laborales, tomarse las vacaciones es un acto reivindicativo de los derechos del trabajador (y el cronista, por muchas pamplinas que se digan, es un simple trabajador), amén de un acto solidario con los demás compañeros, pues si todos nos fuéramos de vacaciones se necesitarían más contratos para suplir su trabajo.

 

«Hombre, pero el empresario tiene que ganar dinero», me dirás. Sí, ganar sí, pero no tiene por qué ser un mil por uno, basta y está bien con un cien por uno, te responderé.»Pero Necio, ahora, con los avances y la electrónica, siempre puedes dejar escritas tus crónicas para que se publiquen solas», persistirás en tus trece, un tanto imbuida en el curso de la modernidad. Y yo te quitaré de nuevo la razón. Dime, ¿acaso no sería eso tanto como trabajar las vacaciones por adelantado? ¿No hemos quedado en que las tecnologías son para aliviar el trabajo a las personas?. Entonces, ¿por qué quieres que me den más fatiga? ¿No serán engañosas esas tecnologías? O ¿el uso que hacemos de ellas? ¿No crees que no debemos ser esclavos ni de los hombres ni de las máquinas?

 

Si estuviera leyéndome el lector, más agresivo siempre que tú en la defensa de unas ideas quizá no tan suyas como él cree, diría aquello de «Máximo, tienes mentalidad de funcionario». A lo que yo le respondería: Y tu de esclavo.

 

Para darte una idea de lo que se critica últimamente como mentalidad de funcionario y de lo se pretende con las nuevas reformas laborales, que tanta flexibilidad prometen, conviene ver lo que ha sucedido en la Historia. Allá por el año 1848 entró en vigor en Gran Bretaña la ley que regulaba la jornada laboral en diez horas diarias; una ley que, según los capitalistas de la época, atentaba contra la libertad del trabajo y del trabajador.

 

Pues bien, aquella norma tan sólo intentaba acabar con una práctica habitual en las fábricas británicas por la que los obreros trabajaban quince horas diarias. Entre los trabajadores estaban incluidos los niños a partir de los nueve años (aunque a éstos se tenía a bien dejarles laborar nada más que ocho horas diarias). Por supuesto, quien no aceptaba esa jornada era despedido sin indemnización alguna. Esa era la libertad del trabajo para los capitalistas. En cambio, los atentados (la ahora llamada mentalidad de funcionario) fueron las regulaciones posteriores que lograron cuestiones tan importantes como las cuarenta horas semanales (en los años setenta del siglo XX), el mes de vacaciones y la indemnización por los despidos.

 

Ciertos autores de aquella época (a los que no voy a aludir porque su sola mención hoy en día pone los pelos de punta y yo quiero, querida lectora, que te fijes en lo que decían y no en quién lo decía) observaron cosas tan sensatas y simples como la siguiente: «La historia de la regulación de la jornada laboral y la lucha que aún dura en pro de esa reglamentación demuestran de manera tangible que el trabajador aislado, el trabajador como vendedor ‘libre’ de su fuerza de trabajo, sucumbe necesariamente y sin posibilidad de resistencia (…) La fijación de una jornada laboral normal es, por consiguiente, el producto de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta entre la clase capitalista y la clase obrera».

 

Olvida por un momento las clases y las guerras, pues el lenguaje belicoso no contribuye a entendernos, y piensa en cambio que todos somos personas (no sólo los ricos) y todos tenemos derecho al tiempo libre. Lo mires como lo mires, renunciar a mis  vacaciones sería ampliar la jornada laboral, es decir, sería tanto como renunciar a la lucha que desde hace más de siglo y medio mantienen los trabajadores de nuestras colonias por el bienestar. No me censures, por tanto, y ve en este cronista a un simple trabajador que reclama un poco de descanso.

 

«Y ¿cuánto te vas de vacaciones?» No lo sé, querida lectora, tres o cuatro semanas. ¿Te parece mucho? Has de saber que aquí en el Imperio sólo existe una semana o, en el mejor de los casos, dos. Dime tú, según ese baremo, ¿quién está más desarrollado? ¿el Imperio o las colonias?

 

¡Ah! Y que no te engañen cuando dicen que así no funciona el sistema. Funcionó durante mucho tiempo gracias a unos impuestos, los que gravaban según la riqueza. Si deja de funcionar es porque se han suspendido tales impuestos. 

Aquí me detengo hasta mi vuelta de vacaciones… o hasta la tuya. Mientras tanto quiero desearte Feliz Mundial, feliz verano y feliz vacación.

 

Vale

 

PD: Querida lectora, te escribo esta posdata lleno de tristeza pues la semana pasada murió uno de mis maestros a quien he citado siempre como San José Saramago. Hoy a su muerte y ante las críticas de la Iglesia, dejame decirte que su alma literaria, la que se ha quedado a habitar entre nosotros para siempre, es más santa que nunca. Descanse en paz.

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