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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 26 / 2010

De mi Diario : Semana 26 / 2010


Weiß/Colonia, 27.6. (1)

Telefoneo con Marta, y como sé que debe de ser una de los pocos argentinos no aficionados al fútbol, me sorprende que de pronto me pregunta si estoy siguiendo el Mundial y qué me parecen las chances que pueda tener Argentina. Y como sé que nuestra amistad está muy por encima de lo que voy decirle, le digo que ojalá esta noche la elimine México, y si no Alemania o Inglaterra en cuartos de final. Y lo hago pensando en el impresentable Maradona. Y Marta: «Así lo espero yyyo también, imaginate si se quedan campeones, eso significaría cinco años más de Kirchner». No cabe duda: cada cual habla de la feria como le va en ella, de tal manera que «en este mundo traidor / nada es verdá ni mentira, / todo es según del color / de la tanga de Shakira».

Weiß/Colonia, 27.6. (2)

El equipo alemán tiene un equipo hecho de la madera de los campeones. Y en cuanto al 2:2 que no se le reconoció a Inglaterra, bueno, yo creo en la justicia poética, incluso a 44 años de distancia. Váyase este gol de hoy por el 3:2 que sí le reconocieron en la final del Mundial del 66, en Wembley, el gol más fantasmal de la historia del fútbol: sólo lo vio un linier, que además era soviético.

Weiß/Colonia, 27.6. (3)

El nacionalismo, no me canso de repetírmelo ni de repetirlo, es una metástasis enquistada en las  almas. Hoy me he llevado una sorpresa nada agradable cuando una de mis mejores amigas, una argentina sumamente inteligente, culta y equilibrada, de repente, comenzó a hablarme en un tono irritado y agresivo, y sin dejarme contestar a lo que me preguntaba insistentemente, que por qué yo decía que Maradona es impresentable, que por qué nadie lo decía de Domenech, que lo que pasa es que Maradona es un chico de barrio, pero es un buen técnico… y patatín y patatán… y se acaloraba de tal modo que no me dejaba recordarle su comportamiento soez con la prensa, tras la clasificación en el partido contra el Uruguay, o su promesa de dar vueltas en bolas al Obelisco si Argentina se proclamaba campeón, en fin, sólo dos botones de muestra. Pero como no me daba chance a una respuesta razonada, tuve que espetarle «Joder, cómo está el patio», y aprovechar que me estaban llamando desde otro teléfono para cortar la conversación. Lo que concluyo es que en momentos como estos de los Mundiales, de una extrema fijación emocional, salen a flote de un modo natural e inevitable la escuela primaria, el canto del himno izando la  bandera, los colores patrios, en fin, toda la parafernalia del nacionalismo y del patrioterismo. Frente a la cual, aunque estoy inmunizado contra ella, me siento inerme. En el fondo, todo se resume en que mi amiga lo que quiere es que Argentina sea campeón. Y esas son razones del corazón que la razón siempre desconocerá. Al menos la mía.

Weiß/Colonia, 28.6.

Soy un ignaro total en materia de electrónica. Hoy, durante la sesión de linfodrenaje, hablando con Frau Schumacher del Alemania vs. Inglaterra, le comenté lo sorprendido que estaba por lo siguiente : Mis vecinos del #9 del Pflasterhofweg tienen una casa con un amplio jardín y habían instalado en él un gran televisor para ver el partido mientras al mismo tiempo hacían barbacoa. Y yo los oía desde el living de nuestro apartamento porque tenía abierta la puerta de la terraza. De manera que de repente los sentí gritar “¡¡¡Goooooooooool!!!” cuando yo todavía estaba viendo el saque largo del arquero alemán, directamente a los pies del centro forward, de Klose, y antes de que Klose, cayéndose empujado por un defensor inglés, alcanzase a adelantar el pie  y clavar el balón en las mallas. En ese brevísimo intervalo me pregunté cuál partido es el que estarían viendo mis vecinos del #9, pero la cosa se repitió con los tres siguientes goles, lo que me pareció sospechoso. La Frau Schumacher me lo explica: en mi casa tenemos TV por cable y mis vecinos del #9 una conexión satelital, de manera que lo ven todo 3” antes que yo. Me quedé pensando en ello, y en cómo es que vemos en el firmamento algunas estrellas que ya se han apagado, pero su fulgor aún nos llega porque invierte miles de años-luz en el camino. Y así,  me consuelo pensando que los habitantes de esas estrellas (si existen) todavía tardarán miles de años-luz para ver el gol de Klose…, suponiendo que sean tan imbéciles que también hayan inventado la TV. Lo que me lleva a recordar un delicioso aforismo de Millôr Fernándes, ese tan grande humorista y filósofo brasileño: «Si el radio hubiera sido inventado después del televisor, nos parecería genial un aparato que no nos obliga a ver la cara de los locutores».

Weiß/Colonia, 29.6.

En Alemania no se tutea sino cuando se ha alcanzado un alto grado de intimidad, o bien como signo de menosprecio: a los extranjeros, sobre todo si peones o tercermundistas, y no digamos ya si de pigmentación color serio (como dice el maestro Mutis), se los tutea de entrada, casi mirándolos desde arriba. Hoy, por el diario, y en él un divertido reportaje sobre el tema, me entero de otra forma de tuteo, incluso entre alemanes, y que tiene lugar cuando las personas se llaman de una manera poco menos que impronunciable: Grzesiek, Kolodziejzyk, Mrachaz Con todos ellos entiendo la tentación del tuteo, porque diria yo que cualquiera de ellos puede producir una hernia lingual. Pero lo simpático del caso es que la reportera se llama Katmarzik, que no es un apellido muy alemán que digamos, y lo que me pregunto es por qué Kolodziejzyk resulta más impronunciable que Trützschler, Schwarzkopf o Schwipps, tan, tan alemanes…

Weiß/Colonia, 30.6. (1)

El pronóstico meteorológico es que vamos avanzando imparablemente hacia los 37° a la sombra, lo que puede que no sea nada remarcable en Cartagena de Indias, pero en la llanura renana es un tormento de la Inquisición. Haré como el caracol y que quedaré quietito sin salir de mi casa sino lo estricto indispensable.

Weiß/Colonia, 30.6. (2)

Las revistas barriales, financiadas desde la caja comunal, y de distribución gratuita, son quizás la única lectura fija, mensual, de infinitos alemanes. La de acá se llama Weißer Dorfecho (El Eco del Pueblo Weiß) y la del vecino Sürth, Soretha, quizás una latinización macarrónica del actual nombre alemán. Diny ha pasado el día de hoy en casa en Montse y al regresar a casa me muestra la página de la nueva edición de Soretha donde en una foto aparece nuestro Paul, con su equipo de fútbol. Estuvieron el mes pasado en un torneo internacional juvenil en Francia, en el que entre otros onces participaba también el del Olympique de Lyon. El equipo de Paul clasificó primero en la fase de grupos, y superó los octavos tras un empate, después del lanzamiento de penales, sucumbiendo en cuartos de final. Pero obtuvo el premio al conjunto más limpio (fair  play) del campeonato. Lo que me enorgullece en esa foto es que Paul aparece semioculto a la derecha, detrás de un compañero en vez de ser él, como capitán del equipo, quien alce el trofeo conquistado. Eso es también parte esencial del fair play: escaquearse del primer plano.

Weiß/Colonia, 30.6. (4)

Cena en casa de Víctor, que hoy cumple años. Es un cocinero fabuloso Víctor, pero hace tanto calor que casi no como sino de manera testimonial, y es riquísimo, tanto la causa (¿por qué le llamarán así a esa ensalada de papa molida y atún?) como los mejillones con maíz y los porotos blancos con pollo. Le he llevado de regalo una botella de vino dulce del Condado, de Huelva, con el argumento de que los buenos cocineros sí están libres de la falsa sabiduría vinícola que condena por principio a todos los caldos que no son secos.

Weiß/Colonia, 1°.7. (1)

Telefoneo un largo rato con Sofía, que se va de vacaciones al pueblo de sus padres, Nocedo do Val, en la provincia de Orense. Me cuenta que en agosto irán además a pasar una semana en Madrid, y como es una adicta de la zarzuela, le hablo de las representaciones que suele haber durante el verano en una corrala de Lavapiés, habilitada como escenario, el más propio que uno pueda imaginarse para piezas como La revoltosa (que fue la que yo vi en el verano de 1994) o La verbena de la Paloma. Al colgar, decido meterme en la red y buscar el programa festivo estival de los madriles, y me encuentro, anunciando una puesta en escena de La verbena…, esta frase: «El maestro Bretón, adicto a  músicas más altas, se  apoyó en el acerbo popular del momento», en la cual, prescindiendo de entrar a averiguar cuáles serán esas “músicas más altas” (seguramente las que juegan a baloncesto), lo del “acerbo” es justamente tal y como lo define la Real Academia en su diccionario: “áspero al gusto”. Y tan áspero: raspa el paladar.

Weiß/Colonia, 1°.7. (2)

Visito con Julio, en la Biblioteca Central, la exposición dedicada al trabajo como traductora y escritor, respectivamente, de Annemarie y Heinrich Böll. Pueden verse en ella los esquemas y croquis (la mayoría de ellos polícromos, pequeñas obras de arte involuntario) en base a los cuales Böll desarrollaba las tramas de sus novelas: por uno de ellos descubro que una de mis preferidas entre las suyas, Billar a las nueva y media, estaba en principio destinada a titularse Billar a las diez, y esa media hora de adelanto en el título me intriga, tengo que averiguar la razón del cambio. También pueden verse en esta muestra fotos y documentos muy valiosos de todo el currículo de la pareja, y la guinda del pastel es que está reconstruido hasta el más mínimo detalle el cuarto de trabajo de don Enrique, como yo lo llamaba. Pero de repente recuerdo el poema que le dedicó a Ernesto Cardenal en su 60° cumpleaños, poema que yo traduje para la antología que la Fundación HB publicó en 1995 en Bolivia, y donde le contaba al sacerdote nicaragüense, casi disculpándose, que tenía dos cuartos de trabajo. Llamo a la puerta de Markus, el director del Archivo HB, pero al bajar el tirador descubro que está cerrada, Markus no anda por acá, no podré preguntarle tampoco por este otro detalle. Ni mostrarle a Julio el ejemplar de la traducción argentina de El tren llegó puntual (en la editorial Kraft), que fue la primera de Böll a nuestro idioma y que faltaba en los fondos del Archivo, hasta que yo les presté sine die mi ejemplar. Después, al salir, bajo una canícula implacable, vamos a tomar nuestra zuppe di pesce en el boliche sardo que descubrí la semana pasada. También a Julio le parece un excelente condumio. Y Julio es una persona que sabe, porque Víctor, su hermano, cocinero de pro, lo invita mucho a comer en su casa, que está tan cerca de la Uni donde Julio desasna a la muchachada alemana en materia de Etnología Musical.

Weiß/Colonia, 2.7., recién pasada la medianoche

44 años de casados. Por la iglesia. Por lo civil, 44 años y un día. Diny ya me dió su más sentido pésame ayer, yo se lo daré hoy. Son ritos que se desarrollan con el tiempo.

Weiß/Colonia, 2.7. (1)

Última sesión de linfodrenaje, por ahora. Y le llevo a la Frau Schumacher un papelito donde he escrito, tras consultarlo con mi fiel amiga Miss Google, cómo es que se dice “extranjero” en polaco. Ocurre que ella, polaca de nacimiento, llegada acá a los veinte años (hace treinta), días pasados no me supo responder a esa pregunta, y es lógico, vivía allá en un mundo campesino –y además del socialismo real– donde ciertas palabras no se usaban ni se sabían. Empezó a saber lo que era el Ausland, es decir, el extranjero, cuando aprendió alemán, y cómo, lo habla mejor que casi todos los alemanes que conozco. Cuando le entrego el papelito y lee la palabra polaca, “zagranica”, enseguida le halla la explicación: “granica” es “frontera”, ergo “zagranica=lo que está al cruzar la frontera”. Pienso que en español hay un equivalente idiomático, y es el verbo “extralimitarse”, es decir, salirse de su “limes” (=“frontera”, en latín).

Weiß/Colonia, 2.7. (2)

Desde el domingo he mantenido un intercambio de mails a cuenta de lo triste que me dejó el no ver publicado mi texto sobre Saramago. De un correo mío de hoy, dándole carpetazo al tema: «Vale, tampoco vamos a convertir en el Aconcagua ese granito de arena de la Historia que es el señor Saramago».

Weiß/Colonia, 2.7. (3)

Llama Willy desde Ámsterdam para felicitarnos en el aniversario de nuestra boda, y cuando yo a mi vez lo felicito por la victoria de “la naranja” sobre Brasil, me cuenta que hubo una avería en el suministro de energía eléctrica en su barrio, desde 5’ antes de empezar el partido hasta ½ hora después de terminado. «¿Y en tu compu portátil, que trabaja con pilas, no podías haberlo visto ahí?, hay cadenas que lo están pasando por la red». Pobre Willy, ni siquiera se le había ocurrido esa posibilidad.

Weiß/Colonia, 3.7. (1)

El vecino del piso de arriba viene a presentarnos al pequeño Emil, que nació este martes y que desde anoche es también vecino nuestro y de los Aliyu, la familia nigeriana que vive en el piso debajo de los Bada Hansen. Es una gozada ver a un niño así, harto más chiquito que nuestro Henri, que nació ya con vocación de gigante, la madre que lo parió. El padre de Emil nos cuenta que es muy llorón y que a lo peor tendremos que oírlo a veces en la noche, pero Diny y yo nos echamos a reír de buena gana, y yo le digo que mejor escuchar el llanto de un niño desvelado o con hambre que la Sinfónica de Nueva York dirigida por Bernstein. Exagero quizás un poco, claro está, porque si el director fuera Celibidache

Weiß/Colonia, 3.7. (2)

Y mi otro sueño del Mundial se hizo realidad. Ya en la fase previa se me cumplió el regreso a casa de la cuadra burra. Ahora, en cuartos, del impresentable Maradona. A Gabriel, que desde Los Ángeles me comentó mi última décima (de hace unos minutos) diciéndome que ojalá sea cierto, le he contestado lo siguiente: «Yo creo que sí. Fijate que yo suelo torçer por Brasil o Argentina, pero esta vez Brasil jugó tan feo, tan conservador, tan sobrador… y a Metadona lo tengo como bête noir priBada desde hace muchísimo tiempo, desde un gol con la mano que le atribuyó a «la mano de Dios», o sea, la suya, de lo cual a fundar una religión no hay más que un paso, y él lo dió. Ay no, yo con profetas de este porte no me doy. Vale».

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