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Mientras tantoCarving Carver

Carving Carver

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

«Carv» significa en inglés «trinchar». Carver, trinchador. Por eso este post podría llamarse también «el trinchador trinchado». Ya que el problema no es que Carver, el trinchador, trinchara a nadie, sino que fue él el trinchado. ¿Por quién? Por su editor Gordon Lish.

 

Gordon Lish.

 

Cuando llegué a Nueva York en 1989, comencé a vivir con dos roommates, un chico catalán y una chica vasca. El chico catalán era (aprendiz de) fotógrafo, y se ganaba la vida limpiando casas. Por esos días comenzó a limpiar la casa, nos contó, de un escritor. El escritor era Gordon Lish.

 

Más tarde, conocí a una escritora y traductora del japonés que había sido la introductora de Banana Yoshimoto en Estados Unidos. Había traducido Kitchen y escribía cuentos ambientados en el corazón del corazón del país, ya que ella era del mismo sitio que William Gass. Me contó que su gran mentor literario, su profesor de escritura creativa y gran inspirador era… ¿lo adivinan? Gordon Lish.

 

En Estados Unidos, Gordon Lish es una especie de leyenda entre los escritores. Don DeLillo le dedica una de sus novelas. Él fue el encargado de revisar y editar en el sentido americano ese libro que acabaría por llamarse De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver. Pero el trabajo que hizo Lish con Carver fue una verdadera masacre. Redujo el original en un cincuenta por ciento. Cortó, cambió nombres de personajes y títulos de cuentos. Uno de los cuentos , «¿Dónde está todo el mundo?» lo redujo, por ejemplo, en un 78 %.

 

El resultado fue lo que nos hemos acostumbrado a considerar el típico estilo Carver. Tengo que decir que a mí ese estilo nunca me ha gustado porque siempre me ha parecido ligero, artificial, poco profundo, efectista y frío, mortalmente frío. Sin embargo, todas estas eran, en teoría, las grandes virtudes del arte de Carver.

 

No me gustaba Carver porque su expresión era tan concentrada que en ocasiones los cuentos tenían saltos impredecibles y difíciles de justificar. No me gustaba el ambiente sórdido y emocionalmente vacío. Ese ingenio de pequeñas frasecitas impactantes situadas en lugares estratégicos. Esa táctica, que al resto del mundo le resultaba al parecer tan interesante, de reducir una vida a un objeto extraño (una estatuilla situada sobre el televisor, una máquina de café). Esas conversaciones tan cortadas y recortadas que uno no acaba de entender a qué se refieren.

 

Nunca he entendido POR QUÉ SE ESCRIBEN CONVERSACIONES EN LAS QUE EL LECTOR NO SABE QUIEN HABLA NI DE QUÉ HABLAN LOS PERSONAJES. Ah, tenía que decirlo así, en voz alta.

 

Pero el gran descubrimiento que hacemos ahora, nada menos que en 2010, es que todos estos rasgos del estilo Carver que tan calientes ponían a todo el mundo no eran, en realidad, de Carver, sino de su editor o podador Gordon Lish. Podemos comprobarlo leyendo ahora Principiantes, un marvilloso volumen donde se recogen las versiones originales de los cuentos de De qué hablamos cuando hablamos de amor. Allí encontraremos es lo que escribió realmente Carver. Es decir, a Carver sin adulterar.

 

Créanme que merece la pena. Porque el verdadero Carver es un maestro del relato, y es un autor infinitamente más rico, profundo, lírico y emocionante que esa extraña y tensa caricatura creada por Lish. Como dice un crítico, leyendo Principiantes descubrimos que «Carver no es carveriano».

 

Uno de los escándalos literarios del siglo XX. Y un libro maravilloso. No se lo pierdan.

 

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