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Mientras tantoLa historia, el antílope, los chinos y Dios

La historia, el antílope, los chinos y Dios


En 1979 no sabíamos leer gran cosa, pero ya habíamos aprendido que el antílope jamás caería en la misma trampa por segunda vez.  Pero esto se decía de otra forma, se nos decía que era el hombre el único animal que caía dos veces en la misma trampa. O sea, sin saber leer, ya sabíamos que el hombre era un ser pertinaz en la torpeza. En 1979, antes del mes de agosto, estaba en la silla el presidente vitalicio Masié Nguema Biyogo. Entre otros atributos, era un incansable trabajador, general de acero, único milagro de Guinea Ecuatorial. Cierto que el entorno de Macías y todo lo que tenía que ver con él estaba armado. En los últimos años de su vida, aquel general acerado vivía con un ejército a la redonda. Era de metal, pero tenía un miedo atroz.

 

En aquel tiempo vivíamos las consecuencias de aquel delirio y teníamos que aprender de memoria la sarta de cargos y virtudes de aquel jefe. Y toda la Guinea, sumida en una oscuridad sin precedentes, era una escuela en la que los alumnos se rivalizaban en cantar las alabanzas de aquel general. Y bailaban todos, grandes y chicos, por un hombre que no les daba nada, por el que no sentían el menor afecto: ¡Mayor general, presidente vitalicio…! Y si algún secuaz de los que había inventaba una idea que creía que podía agradar a Macías, lo enseñaba a todos, y estos ponían su prosa en el cielo para que Dios le diera larga vida al único milagro de Guinea Ecuatorial. En aquel tiempo este país era tan fuerte que podía invadir España en unas horas: ¡El imperialismo!, ¡abajo!, ¡el separatismo!, ¡¡abajo!!, ¡el apartheid!, ¡abajo!, ¡la miseria!, ¡abajo!, los vagos y maleantes!, ¡abajo! ¡¡Arriba la minoría negra de Namibia y Zimbabwe!!, ¡arriba! ¡En marcha con!, Macías, siempre con, Macías, nunca sin, Macías, todo por, Macías…

 

Nosotros casi no sabíamos nada de lo que significaba todo aquello, ni sabíamos que Namibia y Zimbabwe  eran nombres de países. La adulación había llegado a unos límites infernales, y la gente creía que bastaba que cualquiera cometiera una equivocación para acabar en Blay Beach. Vivía todavía el innombrable Ondo Elá, quien, con un machete y un perro descomunal, se enseñoreaba sobre la vida de los que allá llegaban.

 

¿Y saben?, aquel general de acero murió joven; todavía tenía cuerda para reinar dos décadas más. Nos imaginamos su estupor cuando se vio ante el pelotón de fusilamiento. Dijo, en el juicio, que era inocente, que había sido traicionado. ¿Era vitalicio o no?

 

Este artículo, escrito de manera casi atropellada, y sin ningún hilo, es el resultado del agobio por la situación actual. Nosotros tenemos que esperar hasta el año 2020 para tener agua corriente, luz eléctrica, escuela para todos, buenos maestros, buena agricultura, y una sociedad sin favoritismos ni nepotismos. Habrá pues, igualdad. Mientras esperamos, acá todos se han soltado el pelo y hay una estampida general hacia el templo de las adulaciones, una cosa no vista desde los tiempos de Macías. Todo el que se asoma a la radio suelta alabanzas al general en jefe. Pero si por su propia boca dice el mismo general que gozaremos del máximo bienestar en el 2020, ¿por qué se desviven en alabarlo ahora si para este horizonte queda una década? Nadie repara en esto, y estos días, con motivo de unos sucesos que de ninguna manera son inesperados, se abrió el grifo adulador y la gente está que se sube a las paredes por inventar el epíteto más florido del castellano antiguo para alabar al general y a su retoño, que está siendo encaminado. Como seguirá esta epidemia de felicitaciones y parabienes injustificados, no tenemos otro remedio que pedir al Señor que nos ilumine para comprender mejor la realidad nacional, pues a nuestro juicio se está viviendo un descontrol anímico sin precedentes. Pero al margen de esta situación, tenemos que salir al paso y desmentir las declaraciones de los diplomáticos españoles, franceses y estadounidenses sobre la situación real de Guinea Ecuatorial y sobre las relaciones que mantienen con los que aquí cortan el bacalao. Sería una mentira que dijeran por cualquier medio que sus países mantienen buenas relaciones con Guinea. Y es que, por más ruinoso fuese el gobierno de turno en cualquiera de estos países, no actuaría como lo está haciendo el de Guinea Ecuatorial, que actúa como si estuviera en una competición para gobernar lo peor posible. Con una gestión tan desastrosa, ningún gobierno mínimamente eficiente sostiene con este una amistad sincera. Y es que, aunque no seamos funcionarios internacionales, las relaciones diplomáticas se sostienen en la paridad de soluciones para las mismas necesidades, pues las mismas se sostienen en un encuentro de un punto en común. Mentirían como bellacos los diplomáticos de estos países si dijeran que tienen relaciones excelentes con Guinea Ecuatorial. Pero la realidad de las relaciones internacionales, basadas en la hipocresía, permite que esbocen una sonrisa de dentífrico adulterado y digan para los medios de aquí que hay buenas relaciones, que son inmejorables, etc.

 

¿Y qué pintan los chinos en todo esto? Pues que son los únicos que pueden decir que tienen buenas relaciones con este país, pues China ha basado su política en taparse los ojos ante cualquier atrocidad intencionada que no afecte a su capacidad de sacar ganancias de cualquier sistema político o económico. Si un ejército reprime a una población y surge la necesidad de aportar ataúdes o palas mecánicas para las fosas comunes, China se ofrece, sin preguntar por las causas de la represión. Esta es la razón por la que China es el único país que puede alardear de sus buenas relaciones con el Gobierno de Guinea. Y ocurre esto porque los diplomáticos chinos saben muy bien cómo ajustarse la corbata para pedir por la no injerencia en sus asuntos internos. Por otra parte, el único punto de conjunción entre Francia, Estados Unidos,  España y China es la ONU, donde todos se reúnen para convencerse de la hipocresía con que se mueven los asuntos de este mundo. Siendo estos países el corazón de la ONU, nos gustaría creer que cuando emitieran sus informes sobre la verdadera situación de Guinea, dijeran, al unísono con el señor que aquí nos gobierna, que tenemos un desarrollo impresionante. Entonces daríamos crédito a los embajadores que aquí atestiguan lo mal que llevamos nuestros asuntos. Ya casi es inevitable terminar un artículo sin una contradicción.

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