Llego tarde, lo sé. Anoche me senté a escribir, pero no pude. Sentía como una brecha en el costado y por ella se escapaba mi instinto y todas las palabras. Preferí perderme en la noche del salón con mi amigo Klid y bebimos vino y hablamos de la política monetaria china y de otras cosas más ligeras. No quiero engañar a nadie, esto es lo que dejé escrito:
Vivo al lado de la autovía elevada de Queens y cuando pasa un camión, la casa vibra como el cascabel de una serpiente mortal. Ahora mismo me estoy tomando el mejor gintonic de la ciudad. El que yo sé preparar con las medidas perfectas y los ingredientes adecuados de la tienda de la esquina regentada por mejicanos que una vez cruzaron el desierto. En esta calle, todas las diosas inalcanzables llevan la piel tatuada.
Hoy es un día importante para mí, aunque anoche soñara con serpientes. Las sacaba muertas del agua y resucitaban en mis manos y trataban de morderme y luego las sacudía como látigos hasta que dejaban de moverse. A una le arranqué la cabeza. Los sueños no me dan tregua en esta ciudad.
El 4 de agosto de hace un año llegué a Nueva York. Estoy vivo. Más que nunca. Hubo momentos en los que dudé, pero aquí sigo, con el cuaderno en automático. Nunca sé muy bien lo que escribo, pero siempre está presente la inutilidad de todo esto. Tengo 29 años y me he fumado 30.000 cigarrillos –según mis propios y conservadores cálculos-. Mi abuelo siempre me ganó los pulsos. A veces marco goles increíbles. Un equipo de irlandeses todavía se acuerda de uno, aunque perdiéramos. He levantado la Copa del Mundo en Queens.
En marzo pisé las baldosas de un hospital en el que se me iba lo que más quería. Algún día daré la vuelta al mundo en velero.
Suelo tener ideas geniales que no producen beneficios. Las calles que rodean Wall Street tienen una geometría móvil y claustrofóbica. El lema de seguridad en el metro de la ciudad es, si se paran a pensarlo, el mejor consejo para ligarse a la mujer de su vida: “Si ve algo, diga algo”.
Esta mañana cuando lo he releído me ha parecido mucho peor que ayer y me he dado cuenta de que me iba a costar sacarlo adelante. Nada de lo que digo es mentira, pero el texto es malo. Mi amigo Klid, que me ha visto preocupado, ha bajado a comprar huevos y pan y ha preparado un desayuno maravilloso. Le he dicho que no pasaba nada, que cuando uno escribe emocionado, pasan estas cosas. Hay que desconfiar de las palabras y del corazón. Hay que escribir con hipotermia. No puedo Klid, de verdad, no sé qué me pasa, pero no te preocupes amigo, hermano, comamos este pan y este aceite del mar que nos une -Klid es de Albania-, dejemos pasar esta mañana soleada. Y luego me he ido al trabajo escuchando a Miles Davis, sus ‘Flamenco Sketches’ -Bocetos flamencos- y me he reconciliado un poco conmigo mismo y he decidido que le debía algo al cuaderno, aunque fuera esto.