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Origen


Origen, la película reciente de Christopher Nolan, puede verse al menos de tres formas. La primera es desde la contemplación fascinada dentro de ella. La segunda consiste en situarse fuera de ella en plan suspicaz. La tercera vía implica un vaivén de adentro hacia fuera  y viceversa.

  Experimento narrativo de gran dinamismo, cuya materia implica traducir el vaivén entre lo real y lo virtual, esta vez entre la realidad y los sueños, Origen tiene su fuente en la paradigmática Matrix de Larry y Andy Wachowski y su anticipación inmediata –con el mismo actor como protagonista central, Leonardo Di Caprio- en Shutter Island de Martin Scorsese.

En un presente que fuese un futuro cercano, el tiempo narrativo que proviene de la era digital y sus figuraciones en pantalla, aquel simulacro de la realidad y al mismo tiempo ideología del dominio proyectado mediante la fantasía de ubicuidad y simultaneidad propias de la fe ultra-contemporánea, existen detectives u operadores que a través de dispositivos, fármacos y técnicas paranormales se introducen en la mente de las
personas mientras duermen para sembrar ideas, o modificar sus conductas.

En tal tarea confluyen arquitectos del espacio onírico –lo más impactante del filme- que diseñan el ambiente protegido que permita la operación furtiva, y diversos agentes, cada uno con una participación activa que puede modificar tanto el sueño como la realidad. El éxito de las acciones de los intrusos depende de la pulcritud y eficiencia con la que realicen sus objetivos. Los riesgos son múltiples tanto como las variables que enfrentan debido a las distintas intenciones o propósitos – ya se sabe: la subjetividad es caprichosa.

En Origen las posibilidades y contrastes del relato son parte del entretenimiento, que incluye persecuciones, choques, velocidad, armas de fuego, peleas, explosiones, etcétera, como parte de una fusión entre el género de acción y las ficciones especulativas. El relato central: un hombre –el héroe transmigratorio- debe afrontar una operación que restaure su mundo de vida. El reto es difícil –insertar una idea en la mente del heredero de una gran corporación planetaria- porque la complejidad se abre a causa de los propios participantes en la operación –en términos de narrativa actual, se trata del juego análogo a los “seres adyacentes”, o bien, el uso de flash-sideways: las fisuras en la secuencia previsible de la unidad de tiempo y espacio y sus
resultados en el relato.

A pesar del efecto de ultra-contemporaneidad, lo sorprendente de Origen se encuentra en su maquinaria retro-involuntaria: el conjunto de sus aproximaciones futuristas reitera las prospecciones de la ciencia y la técnica de cincuenta o sesenta años atrás, la paranoia de la guerra fría y el pánico ante la duplicidad o multiplicidad del mundo conocido, para ya no hablar del anhelo de megalomanía imperial de controlar la mente de las personas a partir de procedimientos subliminales o sutiles.

Origen implica un documento sobre la conciencia ultra-contemporánea de la primera década del siglo y su angustia ante lo incierto e inestable del  mundo. También sobre los límites de la imaginación de la cultura after-pop que vive de reciclamientos y resonancias pretéritas por su falta de aptitud para cuestionar lo existente. La mejor metáfora de este encierro en tal subjetividad que se autodegrada sin darse cuenta de su proceso erosivo es la película El Cubo de Vincenzo Natali. O la serie sadomasoquista Saw de James Wan. El logro de Origen está en desplazar los
ejes de la recepción convencional hacia la aspereza de un porvenir hiper-complejo.

 

http://pelicula-trailer.com/2009/12/origen-la-pelicula.html

 

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