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Mientras tantoH.A.: Peculiaridades del último mundo

H.A.: Peculiaridades del último mundo


Aquí se nota la pobreza por muchas cosas, entre otras porque no tienen de nada. Ni para comer ni otras cosas.

Los chinos son increíbles, me refiero al país y sus gentes, no a los sitios donde compramos cosas de última hora. En mi caso también de primera hora porque siempre me resultó cómodo eso de comprar en el chino que hay debajo de mi casa en vez de irme hasta el mercado o el OpenCor, que ya de puestos me cae mejor el chino de abajo que el Isidoro Álvarez (ahora que lo pienso no sé ni cómo se llama, mi chino, pero es simpático, y yo buen cliente).

Aquí hay por todas partes productos chinos, desde motos (coches todavía no), hasta preservativos, pasando por todo tipo de cosas, desde alimentación hasta las grapas para la oficina.

Me recuerdan a lo que estudié en el Instituto de Empresa sobre los japoneses. Recuerdo que nos explicaban en clase cómo habían conseguido hacerse un hueco en el mercado mundial después de la II Guerra Mundial a base de producir y producir grandes cantidades de productos de todo tipo, aunque siempre se estropeaban, pero a precios muy bajos. Y que con el tiempo fueron mejorando la calidad hasta llegar a ser líderes no sólo en producción sino en calidad de lo producido, electrónica sobre todo, pero también coches, motos y cualquier producto industrial.

 

         

Bolsa de caramelos que voy repartiendo a los niños. Ni pone dónde se han fabricado, ni fechas de caducidad, ni nada. A veces me ha dado miedo que les acabara pasando algo con caramelos con tantas garantías…

 

Pues los chinos están en ello, ahora, eso sí, que estoy viviendo en primera persona la fase de producción a lo bestia pero pa trapos.

Aquí se ven muchas bicis y motos pequeñas chinas, pero ya me han advertido que ni se me ocurra comprarme una porque se estropean enseguida.

También tengo espirales antimosquitos, de esas que enciendes fuera para pasar un rato en el porche al fresco sin que te coman.

Pero ni hay fresco en el porche, yo no cuento, ni las espirales chinas asustan a nada que vuele, menos aún que pique.

También alguien me enseñó el otro día en un almacén unos preservativos chinos y me advirtió que mejor que hubiera traído de España, porque podía llevarme una sorpresa, creo que no valen ni como globos para los niños. Para tenerlos, sí. Para tener niños, me refiero.

 

Este es el supermercado de Ouahigouya donde compro (hay otros 2 de dimensiones parecidas)

 

Lo de almacén es una forma de hablar, 5×3 ms de superficie, no llega a gran superficie, más bien mediana superficie, pero no está mal para aquí, aunque os desafío a pasearos entre las estanterías con esas amplitudes. Tenía estanterías todo alrededor y una en medio estrechita a la que di un par de meneos y a punto de tirarlo todo por los suelos.

El caso es que todos esos productos son como de broma, como si no tuvieran bastantes los burkineses con ser pobres que además tienen que quedarse con los restos del primer mundo (y segundo). 

 

Pero no sólo los chinos castigan este país con sus productos, porque los franceses se pasan un montón.

En el supermercado más grande de Ouaga, que suelo comprar cuando paso por allí, tienen casi de todo (donde compro café Nespresso, al doble de precio, eso sí, que en la tienda de Serrano de Madrid), y confiado por lo del Nespresso me puse a llenar un carro con latas y otras cosas que me pudieran venir bien, porque aquí ya os he dicho cómo son los almacenes tipo.

Hice patria comprando un montón de zumos Don Simón, pero no encontré más productos españoles, así que en latas pasé a fiarme de los productos franceses…

Ahora que ya he abierto y consumido, ingerido más bien, varias de esas latas puedo afirmar que ¡vaya morro que le echan…!

Salchichas que se deshacen al cogerlas, además de no poner en la lata cuántas traen porque al abrirlo me sorprendió que aquello parecía un loft acuático donde vivían espaciosas las jodías salchichas.

 

Y así con el resto de los productos. Por eso miré la lata para ver si especificaban si era lata de salchichas par (por dos, porque lo ponían en plural) o si ponían el peso escurrido y el peso centrifugado, porque se habían fugado la mitad de las salchichas por lo menos.

También compré varias salsas que hicieron las delicias de mi estómago (me refiero al Jardín de las Delicias de El Bosco) y mi almorrana.

 

Leyre y Almudena, mis sobrinas, delante de Marina Market, el supermercado mejor de Ouagadougou

 

Ahora tengo miedo a abrir las demás latas que compré, sardinas, caballa (creo, por el dibujo, que no sé cómo es la palabra), y una lentejas con salchichas que serán todo un acontecimiento cuando decida darme ese festín.

Lo guardo para celebrar el día que reciba mi primera carta por correo postal (recordad Félix etc; B.P. 142; Ouahigouya; Burkina Faso), y prometo contarle en exclusiva mundial al que lo haga cuántas lentejas traía la lata, si estaban enteras, al dente, o en papillote (papilla, para mí, ya sé que para los franceses es otra cosa), y si era una salchicha la que adornaba la salsa o si eran más por algún despiste del manipulador (que supongo despedido, sin indemnización si así hubiera sido) de la cadena de potaje.

 

Abriré también la otra botella de vino que me queda. Mira que me costó no coger varias botellas, chateau no sé cuántos, pero con tapón, práctico, eso sí, de plástico. Así como una oferta irrechazable de un pack que parecía muy bien de precio y de formas, pero que una persona, sagaz y con más experiencia en este mundo, me señaló como que eran bolsas de vino, en plástico. Como no me he traído el decantador acabé devolviendo a su estante el lote y me incliné por otra selección.

Me he bebido la primera, porque me la he bebido, pero ya debí sospechar algo al ver que el corcho era más bien polímero plasticoso con lo que no pude, como buen gourmet que soy (del Club del Gourmet del Corte ya sabéis algun@s), olerlo para ver si se encontraba en buenas condiciones la añada. Añadiré que lo metí en el congelador después de ver lo que había comprado y me lo tomé con hielo y Sprite a discreción. Para eso podía haberme cogido la Sangría Don Simón que, sibarita, rechacé.

 

Así que ya lo sabéis al último mundo mandan las cosas hechas con mala hostia, porque no sé si lo hacen a propósito o es que les colocan lo que no pasaría ni una inspección de sanidad y consumo en sus países (bueno, en China puede que sí, visto lo visto).

Lo gracioso es que los precios son superiores a los que te pueden costar en Madrid, pero la calidad está muy rebajada. Lo que se va por lo que se viene. Y a estos pobres y a los que lo compartimos aquí, nos la meten doblada.

Por eso es mejor comer Tô avec Gombô o Pate d’Arachide o lo que me ponga Oumou comprado en el mercado que cualquier cosa de importación. Y mucho mejor de precio.

 

 

GALERÍA DE RETRATOS DE JAVIER NAVAS

 

 

11-06-09

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