Son las 9:30 de la noche cuando L y D tocan el telefonillo del piso de su amigo B. Asisten a una de las reuniones gastronómicas, que junto con un grupo de amigos, organizan una vez al mes. B los recibe en la puerta con el delantal puesto y los invita a pasar al salón rápidamente porque está en plena faena culinaria y cualquier descuido puede poner en peligro el resultado de su trabajo.
El olor impregna la casa. L está embarazada de S y percibe con mayor intensidad los aromas que le rodean incluso los más imperceptibes. La gestante no resiste la tentación de acercarse a la cocina y ver lo que tiene preparado B para esta noche. Mientras D descorcha una botella de vino blanco que ha puesto a enfriar el anfitrión para ir preparando el paladar; L comienza a investigar y lo primero que ve es una bandeja de makis. A su lado, B ha colocado otra bandeja, también perfectamente dispuesta, con sashimi de salmón. L comienza a preocuparse, aparte del arroz de los rollitos, no ve nada cocido en la cocina. Mal asunto para una mujer que tiene entre sus principales preocupaciones diarias acatar todas las normas para evitar intoxicarse o contraer una infección alimentaria que pueda afectar al bebé. L no se atreve a decirle nada a B que está concentrado cortando unos perfectos trozos de atún para servir junto al salmón. L intenta aplacar su preocupación conversando con el chef sobre los ingredientes que está utilizando y sobre algunas precisiones en los nombres de los platos de la cocina japonesa.
Llegan A y C, otra pareja de amigos que después de los saludos de rigor se suman a la degustación de caldos abriendo una de las botellas que han traído desde tierras gallegas. L aprovecha para acercarse a D y decirle que la cena comer todos menos ella, que no podrá probar más que arroz. D lamenta la situación, y le pregunta que si no prefiere que hable con B para solventar el problema. L contesta que no, que no quiere molestar. D insiste con un “es peor que no pruebes bocado cuando estemos todos en la mesa”. L le dice que tienen razón. L vuelve a la cocina con D, ayudan a B a terminar de preparar una ensalada de rúcula, tomate y parmesano. Mientras B prepara el aderezo, D le comenta que L no puede comer nada crudo. B se siente apenado, le dice que lamenta no haber tomado en cuenta ese detalle y mira con alivio un trozo de atún que ha quedado sin cortar y los prepara a la plancha.
Con el asunto arreglado, se sientan a la mesa. Los invitados están impresionados con la destreza de B a la hora de presentar su repertorio gastronómico. Comienzan a desaparecer los sashimis, los makis y a sucederse los halagos para el anfitrión. B, que está sentado junto a L, vuelve a disculparse por su desliz. L le dice que no pasa nada, que no se preocupe y que el atún está delicioso. B parece convencido.
D le pregunta a L si está todo bien, ella responde que sí, mientras piensa que cuando nazca S se vengará, comerá y beberá todo lo que no ha podido en estos meses, y que ya B tendrá tiempo para resarcirse completamente. Unos meses después devorará el mejor ibérico de bellota al salir de la clínica con S en brazos.