Las cintas al vuelo y la vara en alto silenciaron los cantos del agosto. Al compás carretero, la comitiva avanzaba de buen modo por el camino de vuelta, empacada la cosecha y prendido del ramal el ganado menor. Celebrando baches y sobresaltos, los polluelos sorteaban las cunetas mientras la gallina Mariana decía sus oraciones y los ingenieros, más dados a la adversación que a la devoción, lamentaban la tardanza con que se emprendió el camino, en hora tan indecorosa cuando la máquina ya estaba encaramada en el carro desde el alba temprana. Siempre dispuestos a atajar, los rastreadores confundieron los rastros y causaron el enredo de los sentidos, la pérdida del rumbo y el desbarro del carro por la cuesta abajo: Los ingenieros hubieran preferido ir de ronda en la calesa de la yegua cordobesa que atesoraban los coros y danzas antes que verse en un desorden tal. Con todo, la vida rueda inevitablemente: Llegarían los enganches a la encrucijada, las decisiones se tomarían por miles, se haría dura la cuesta arriba y gozosa la primavera, cuando se vislumbra el valle en el horizonte y la tierra de nuevo se muestra mansa.