Las casualidades deben ser encargadas por un espíritu juguetón. Despues de años sin volver a los textos del maestro Kapuscinski, hace unos días compré un par de libros de él que no conocía. No sabía del texto de Alfonso sobre las supuestas dudas de credibilidad del periodista polaco, no tenía ni idea de la polémica biografía (alguna ventaja debe tener el aislamiento parcial en Otramérica). A bordo de este avión de noche me cuelo en los años 70 y en sus miserias americanas. Pienso en los muertos de lodo en Guatemala y como es ese mismo barro el que nos hace olvidar la historia reciente.
Sobre la credibilidad de los periodistas habría mucho que escribir (pero no se si es este el momento). ¿Qué se inventa? ¿Qué se ve realmente aunque no haya sucedido? ¿Qué queremos ver? ¿Qué nos obligan a ver? Es casi ingenuo pensar en la virginidad periodística, como sería ridículo creer en el aséptico polvo columbino a la única virgen de cuyo hijo se sigue hablando. Como digo… de eso hablamos otro día.
Lo que quería compartir hoy con vosotros es la terrible sensación de que esta «chicha sin limoná» en la que ahora se mece Otramérica parace un paraíso en comparación con lo acontecido hasta hace bien poco. Pero solo lo parece.
Los Castillo Armas o los Peralta comandaron Guatemala hasta hace bien poco, teledirigidos por Washington y al servicio de los intereses de la United Fruit Company, la misma que yo conozco de cerca por sus estragos en el resto de Centroamérica. Lo que ha cambiado en estos 30 años es el tamaño de la mentira, no sus consecuencias. Es cierto, ahora no se desaparece o asesina en una cuneta a tanta gente, pero se le hace vagar en la nada a espera de trabajo o expuesta a la violencia nada casual de las maras o se le somete a la esclavitud contemporánea del «no te quejes que al menos tienes empleo».
Las democracias formales, tan defectuosas como sus dirigentes, son una mentira para ciudadanos deseosos de tranquilidad, que compran unos regímenes perversos con tal de no ser víctimas de la perversidad directa de un caudillo (al menos en democracia formal se puede cambiar el mismo sin tanta sangre de cuota). Pero, en el fondo, poco ha cambiado. La United ya no tiene el monopolio de la explotación (ese que en Guatemala siempre compartió con los alemanes), pero las multinacionales siguen poniendo condiciones a los gobiernos a cambio de la «inversión extranjera», que en Otramérica es equivalente al maná. La mayoría de la población está fuera del juego público y los asesinatos, ahora ya no camuflados como lucha contra el comunismo, se siguen sucediendo aunque, para bien de la imagen nacional, uno a uno, de forma dosificada y digerible por la opinión pública (que los lee como consecuencia de una guerra ficticia entre pobres delincuentes y pobres).
Se ciernen sombras sobre esta realidad que no contamos, sobre este revival permanente de la injusticia. Es probable que Kapuscinski se inventara alguna situación, pero lo cierto es que en sus crónicas escritas en los setenta se contaba la verdad que el 90% de los periodistas ocultaban bajo la falsa pátina de la objetividad. Hoy, las cosas no son diferentes. La luz con la que iluminamos los hechos sí ha cambiado, las sombras que de la realidad proyectan son las mismas.