Queridos guineanos: ¿Sabe alguien, a estas alturas del tiempo recorrido por la Historia, de qué deberían estar quejándose los guineanos? Pues primero de haber tenido que aguantar a Macías, un acomplejado que fue puesto en el poder porque las autoridades coloniales le creían tonto y, por ello, manejable. Los guineanos deberían seguir quejándose porque al acomplejado de Macías lo siguieron armando desde el exterior. Y es que si sus esbirros no hubieran estado armados, ni de lejos hubiera durado lo que duró, porque todos los valientes que había en aquel tiempo se hubieran metido en el bosque y se hubieran hecho con buenos garrotes para expulsar del poder a aquellos salvajes. A nuestra fe que el mundo desarrollado tiene muchas cuentas que saldar con Guinea Ecuatorial, a juzgar por los hechos de nuestro reciente pasado.
Pasada la época de Macías, los guineanos tienen que seguir quejando de muchas cosas, pero muchísimas, tantas que no cabrían en una hoja de papel DIN A4. A saber: Quejarse porque no se supo si el Estado de Guinea indemnizó a todos los guineanos por los dolores sufridos en tiempo de Macías. Seguir quejándose porque pasados los cuarenta años de independencia, y con una disponibilidad importante de recursos, todavía no hay ningún plan de desarrollo para las provincias y el medio rural, de manera que sus habitantes se escapan a los barrios de las dos principales ciudades, creando con ello comunidades urbanas deprimidas, privadas del mínimo de bienestar.
Annobón es una isla cuyos habitantes, hablantes de un criollo del portugués, vivían de la agricultura de subsistencia y de la pesca a mano limpia, sin otra ayuda, casi. Corisco es una isla que se puede recorrer en unas horas porque tiene tres kilómetros de largo por seis de ancho. Pues resulta que en esta última isla los que mandan en Guinea, y en una lucha fiera contra la naturaleza, están construyendo un aeropuerto de tres kilómetros de pista, y no se recatan en proclamarlo por sus medios de comunicación. Para la faraónica obra han tenido que desecar un lago, creando con ello un tráfico de piedras y otro material de relleno cuya historia merecería figurar en los anales del absurdo. ¿De que vivían los de Corisco? De nada. ¿Para qué quieren construir un aeropuerto en un sitio tan pequeño, un sitio al que se puede llegar en cualquier embarcación? Para nada, y es que, aparte de que el Gobierno de este país no da visado a nadie que solamente quiere venir a ver, solamente iría de turismo a un sitio donde han borrado un tercio de su naturaleza los criminales confesos.
¿Tienen algo del que quejarse los de Annobón? Claro, pues con las obras que se acomete allá los hombres ya no pueden dedicarse a la pesca y las tierras para plantar escasean, por lo que trabajan todos en las construcciones y su tiempo libre lo dedican al consumo del alcohol traído de Santa Isabel, lo que hoy se llama Malabo. Si alguien quiere certificar este extremo, que pregunte a los que llevan las embarcaciones de la empresa SOMAGEC, ellos saben si los isleños pueden llevarse bebidas alcohólicas a su casa o no.
Los guineanos tenemos que seguir quejándonos porque muchos jóvenes eluden la formación escolar básica y son enrolados en el Ejército para participar en actos de represión contra sus conciudadanos. Ver a estos jóvenes al volante de los coches militares ya es una clase sobre el comportamiento que se aplaude entre ellos, alentados por sus jefes inmediatos. Y es que saben que sirven directamente al general en jefe del Ejército, quien fue en unas elecciones el candidato único, votado con el 98 por ciento de los votos emitidos de cualquier forma. Saben que si están con Dios, no importan los ángeles. Los guineoecuatorianos tienen que seguir quejándose porque no tenemos agua corriente, no hay electricidad, no hay un plan apolítico y sincero de dotar de viviendas a los ciudadanos, no hay escuelas ni planes para la formación de maestros y otra gente que lleve el control de los enseñantes y de lo que enseñan en este país. Si no fuera por las monjas, por algunas monjas, nadie aprendería nada en este país, y es así desde hace 30 años. A menos de un kilómetro del último palacio presidencial construido en Malabo hay un colegio público llamado Enrique Nvo. En el mismo acaban de añadir barrotes de hierro para cerrar los pasillos, pero no hay pupitres, no tiene cielo raso, al mismo no llega la electricidad, los niños matriculados ahí no tienen libros y hacen sus pequeñas y grandes necesidades entre la hierba. Decimos lo de la distancia respecto al palacio, un lugar céntrico de la ciudad, porque cualquiera puede ir ahí y verlo, para que no crea que la mentira pueda fluir libremente por nuestras letras.
¿Tienen que quejarse los padres por el estado de esa escuela? ¿Tienen que abrir la boca para decir que no se merecen esto? ¿Tienen que saber que en estas condiciones sus hijos no aprenderán nada, salvo los caminos que los llevarán a la universidad nacional para adquirir un título que no los avala en caso de una exigencia mayor? Está claro que si los padres ejercieran de tales, y con todas las consecuencias, tendrían motivos para que sus quejas llegaran al cielo de los que desprecian a los ángeles. Pero todo esto, y más, ocurre en la república de este lugar y nadie dice nada. Con los medios económicos derivados de la explotación del petróleo de Nigeria se está creando una generación de chicas y chicos cuya única meta es dejarse ver por las calles de Malabo y Bata al volante de coches llamativos, sobre todo por su tamaño. Para este objetivo, no importa la adecuación de los ingresos a las necesidades reales, hay que estar al volante de un Nissan climatizado y con cristales oscuros sea como sea.
Pero estos retoños renegados, muchos de ellos formados con la fuerza del dinero de sus padres, creen que si abrieran la boca para decir que esto de aquí no va bien perderían la oportunidad de ser vistos al volante de sus flamantes coches. Habría que ver incluso si este deseo tiene algo que ver con el color de los cristales, o sea, que quieren que se les vea, pero no tanto. Esta actitud, que se suma a la de sus padres, que se callaron desde la primera piedra de la Guinea independiente, es la que convierte a esta misma Guinea en res derelictus, un bien abandonado. Es latín. Es una lengua que a veces se utiliza para declarar verdades lapidarias. Todos estos que así se comportan, e incluso se molestan cuando se les relaciona con otra manera de sentir los asuntos guineanos, tienen que saber que el país que declaras tuyo se comporta contigo como un ser vivo que exige con cierto rigor la rendición de cuentas. Por eso ocurre a veces que algunos llegan a cierta edad en la que no quedan los elementos muebles de los que se pavoneaban y necesitan con cierta urgencia que la gente no se comporte como si Guinea Ecuatorial fuera un bien abandonado. De esto saben bien muchos viejos que alguna vez fueron capturados en cierto país vecino y traídos aquí metidos en sacos.
Sin desear que alcancemos estos extremos rigurosos, debemos esperar el día en que los guineanos sientan que este país no debe seguir dejado de la mano de los que vinieron al mundo gracias a sus coordenadas geográficas. Es cierto que nos hemos quedado cortos en la relación de las razones por las que no debemos permanecer callados, por lo que emplazamos a todos en las discusiones futuras.
La Res Derelictae: Son las cosas libremente abandonadas por su dueño tratándose de cosas inanimadas abandonadas, se exige para su ocupación la intención inequívoca por parte del propietario de renunciar a su propiedad , esto es el Animus Derelinquendi.