Me comenta un amigo que se dedica a la comercialización de extensores de pene que en México éstos se venden como churros… Ya ven, estas pequeñas máquinas de tortura y los McDonald’s deben de ser de los pocos negocios al alza a pesar de la crisis. No sé queridos lectores/as (si es que hay alguno/a) si han tenido ocasión de ver un extensor de pene (con o sin pene dentro) de cerca: yo una vez recibí uno en mi casa (que no fue adquirido en la teletienda sino solicitado a una de las empresas comercializadoras) y me quedé de piedra. No os podéis imaginar la de cachivaches que traía, era como un juego de Lego, o mejor, como un mueble de Ikea que te llevas a casa sin montar: almohadillas, anillas de distinto grosor, tubos de plástico, un kit de clavijas, un cd sobre cómo “instalarlo”…
Yo, que para estas cosas manuales soy negada le pedí a mi pareja que me ayudase con el extensor e incluso prestó su miembro como modelo para que pudiese fotografiar la imitación de máquina de la Inquisición. Que no les estoy exagerando, se me ponen los pelos como escarpias sólo de pensar que los hombres puedan poner semejante traje a su pene con la intención de ganar en centímetros.
Todos los hombres quieren tenerla más grande y el que diga lo contrario, miente. El anterior aparato costaba, hace un par de años, la friolera de 250 euros y su fabricante afirmaba vender entonces unas 50.000 unidades al año. Según su publicidad, se podía alargar el pene hasta cuatro centímetros, eso sí, a costa de vestir la polla con la armadura durante ocho horas al día…. ¿Se lo imaginan? ¿Y si tenías que coger un avión, pitaría en el control de seguridad? Ya me imagino al Guardia Civil, con cara de pocos amigos: “Caballero, quítese todos los objetos de metal que lleve encima”… Un show.
Cuando escribí en su día sobre los extensores entrevisté a cirujanos y urólogos y todos me vinieron a reconocer que el producto en cuestión era un camelo: que si la única solución para tener una polla más grande era la cirugía de alargamiento; que tal vez el aparato consiguiera un par de centímetros, pero al dejar de usarlo el pene volvía a su tamaño anterior. Lo más triste, o al menos, lo que me pareció espeluznante es que me reconocieron que gran parte del público masculino que acudía a sus consultas en busca de un pene mayor tenía un miembro de dimensiones normales. Es decir, no sufrían de ningún tipo de problema.
La medida más común del pene está entre los seis y los diez centímetros en estado de reposo y entre 12 y 17 en erección. La longitud media del órgano viril (por favor terminen de leer este post antes de ir a por el metro, recuerden que su condición de hombres les impide hacer dos cosas a la vez) en erección es de quince centímetros. Y en esas horquillas están todos aquellos que se compran extensores o que acuden a un cirujano. Entonces, ¿qué les lleva a querer operarse? ¿Complejos, vanidad…? La respuesta me llegó del cirujano Iván Mañero: los hombres la quieren tener más larga o más gorda no por sus parejas o porque la tengan pequeña. Él lo llamaba el “síndrome del gimnasio”: quieren ser quienes la tengan más grande de la sala de musculación. Tócate los cojones MariLoli, que diría aquel curioso personaje de Youtube.
Queridos lectores: ¿Vds. creen que el tamaño importa, aporta o ni lo uno ni lo otro?