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Mientras tantoEl 11 de septiembre y la guerra de Irak (1)

El 11 de septiembre y la guerra de Irak (1)


 

 

       La opinión pública española y una buena parte de nuestros medios de información, aficionados como son al antiamericanismo, vieron dogmáticamente el conflicto de Irak como producto de la obsesión estadounidense por controlar la circulación del petróleo en el mundo. Una vez más, los Estados Unidos se lanzaban a una descabellada e injusta acción militar debido a su empeño en atesorar el oro líquido. Mentes sesudas, intelectuales respetables, proclamaban airadamente a los cuatro vientos que esto, y sólo esto, el petróleo, era la causa de la desdichada decisión del matón Bush.

 

       La simplificación española se dio también en otros países aunque no de forma tan exagerada. En otras latitudes se mencionaba también el propósito de proteger a Israel, el deseo de Bush junior de enmendar el yerro de su padre que se había quedado a las puertas de Bagdad sin derrocar a Sadam Husein, sus ganas de dar una lección al déspota iraquí por haber intentado liquidar a su progenitor… Resultaba menos creíble que Bush tuviera un diseño para democratizar al Medio Oriente sentando un ejemplo con Irak aunque fuera llevando la democracia por la fuerza, conclusión que sí es aceptada en Estados Unidos incluso por enemigos de Bush aunque mantengan que en busca de ese objetivo loable el presidente actuó atropelladamente y sin captar lo ardua que sería la empresa y el costo que éste tendría en dinero y en vidas humanas.

 

           Menos atención se ha prestado en Europa a lo que probablemente esté en el origen de la guerra de Irak y, algo antes, de la intervención en Afganistán, en la que aún estamos inmersos. Me refiero a los acontecimientos del 11 de septiembre que traumatizaron al gobierno y a la sociedad estadounidenses y que explican, independientemente de todas las razones anteriores, democratización, petróleo, Israel, etc., por qué los estadounidenses siguieron bastante masivamente a su presidente a la hora de iniciar dos guerras, la de Afganistán y la de Irak.

 

      Los ataques a las Torres Gemelas conmocionaron en el sentido literal de la palabra a Estados Unidos. Al dolor se unió la humillación. Más norteamericanos morían en un día que en ninguna jornada de las dos guerras mundiales, de las de Vietnam, Corea etc. Puede decirse que desde la batalla de Antietam, en la guerra civil americana del XIX, nunca en una sola fecha perecían tantos americanos de forma violenta. La comparación con el luctuoso día de Pearl Harbor, es decir, del ataque por sorpresa japonés en Diciembre de 1941 que llevaría a Estados Unidos a entrar en la II Guerra Mundial, afloró inmediatamente en los medios de información. El calificativo de “dia de infamia” que el presidente Roosevelt aplicó al ataque de Pearl Harbor era reproducido ahora en un titular de la prestigiosa revista Time.

 

     El atentado de las Torres Gemelas era, con todo, más ignominioso que el de 1941: de un lado moría más gente, de otro iba dirigido contra civiles mientras que Pearl Harbor era una base militar, de otro ocurría en el corazón de Estados Unidos, el anterior era una isla lejana y finalmente, en esta ocasión, se atacaban edificios emblemáticos orgullo de la nación norteamericana, las dos imponentes Torres de Wall Street, el Pentágono. El avión en que su sublevaron los pasajeros y que cayó en un campo iba probablemente dirigido contra el Congreso o la Casa Blanca.

 

     La nación americana quedó sobrecogida, los teatros de Nueva York no abrieron, se suspendieron acontecimientos deportivos, se cerró el espacio aéreo etc. La revista The New Republic escribía: “Las imágenes nos hieren una y otra vez. Nos han masacrado. Aunque vivamos en una cultura de olvido, esto no debe olvidarse nunca”.Y no lo olvidaron.

 

     Esto es lo que no se captó del todo aquí. Si uno cree lo que dice Tony Blair en su libro de memorias A journey, Bush no veía al principio de su mandato mayor amenaza en Sadam Husein, era Blair el que advertía que era un peligro. Los que detestan a Blair y a Bush dirán que esto son pamemas, que el Presidente americano encontró aquí un pretexto de oro para llevar a cabo una acción perversa que venía incubando y que Blair se convirtió en su perrillo faldero. Sea cierta una cosa o la otra, el hecho es que Bush no hubiera cosechado el apoyo legal, mediático y de opinión que obtuvo sin el traumatismo del 11 de septiembre. A partir de ese día, Estados Unidos vivía una cultura política distinta que posibilitó la pronta intervención en Afganistán y la posterior en Irak. En el caso de éste, el Presidente obtuvo el apoyo de 77 de los 100 senadores (Hillary Clinton y el candidato republicano Kerry votaron a favor, Obama en contra), ningún periódico importante rechistó sobre la conveniencia del ataque a Sadam, lo que a posteriori ha producido un patente berrinche en varios de ellos que se reprochan su seguidismo,  y las encuestas daban  un 73 o 75% de conformidad con el inicio de la contienda iraquí.

 

         Los políticos,a la vista del catastrófico resultado que había tenido la ingeniosidad de unos suicidas al haber convertido unos aviones de pasajeros en potentes proyectiles, empezaron a preguntarse que ocurriría si alguien proporcionaba a unos parecidos suicidas en el futuro armas de destrucción masiva de cualquier tipo.

 

La creencia generalizada de que Sadam Husein tenía esas armas lo convertía en el oscuro objeto a derribar para Bush y para muchos estadounidenses.

(Continuará) 

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