El abismo resonó desde lo profundo y afloraron tantos parlamentos y en tantas lenguas, que el mundo rebosaba monstruos y héroes piadosos, amores y tempestades. Quienes discurrían en serena procesión por la cenefa de piedra se vieron atrapados, junto a los cien bueyes y toda su solemnidad, en estrechas sendas donde no cabían dos verbos sin aliarse o someterse: Mil voces alborotaban el valle en días y días de terceras personas; de pronto, aparece un yo ¿quién es este yo? El pájaro cabra, que ya se creía un gorrión, celebró el silencio posándose sobre la rama, y entonces se oyó un grito perfectamente entonado: ¡Jenofonte! Las mil voces fueron una sola voz y el caos se ordenó por un instante al que siguieron nuevas líneas de azares y almas derramadas, mientras la mano de Dios apenas cuenta tres números.