Queridos papi y mami,
Os saluda vuestra hija desde Beirut. Mi proceso de inmersión en el país marcha viento en popa y me siento cada vez más libanizada. Aunque por el momento no puedo hacerme la manicura francesa, se me están cayendo hasta las uñas de tragar solo pollo y alcohol adulterado, ya flipo en colorines cuando veo a un negro conduciendo un coche de la ONU y no recogiendo basura del suelo. Es chachi.
Mis nuevas amigas son superdivertidas. El otro día preguntaban sorprendidas en la clase de español que qué era eso que repetía la profesora entre el trece y quince. Y es que su maestra es de lo más enrevesada…El contraste de culturas me parece cada vez más interesante; ellas hablan todo el día por el móvil, les pagan por leerse un libro y le dicen cariño de mi corazón a cualquiera porque son de lo más afectuosas. Bueno, menos a los sirios claro, que esos violan a la gente y ni siquiera tienen la decencia de ir bien vestidos cuando van a trabajar a los rascacielos.
Las chicas no paran de viajar y aprovechan muchos veranos para ir a rezar a la Virgen de Lourdes y hacer compras en París; algunas incluso conocen Marbella y les chifla. Son muy estudiosas e inteligentes, se preparan desde el cole para encontrar el marido perfecto. Y, sobre todo, me admira su sentido maternal. Me han enseñado un proverbio libanés muy chuli: “los niños vienen con dinero debajo del brazo”; así que, papi, como ves, los moros paren y luego piensan. Tal y como tú gritabas borracho las pasadas navidades, “acabarán invadiéndonos”… pero no, no te precipites, solo si tenemos tiendas de lujo y concesionarios de Ferrari, que aquí hay un nivel.
El pasado fin de semana estuve en el exclusivísimo Sky Bar y lo pasamos genial bebiendo mojitos y tequilas. Fátima también bebió aunque sea musulmana, porque dice su religión que si no sabes que estás bebiendo alcohol entonces no está mal. Ella no se enteró hasta la décima copa así que Allah la perdonará. Tengo que preguntarle un día a Fátima que ocurre si no te das cuenta de que te están follando, que aquí la tienen muy pequeñita…
Mi otra amiga, Leila, me cede a su esclava etíope los sábados. Aunque es muy amable y no protesta cuando la dejamos encerrada en su habitación varios días cuidando de mi cachorro de guepardo, nos ha salido un poco contestataria y, a veces, compara su barriada fecal de Addis Abbeba, en la que siempre hay luz y agua, con Beirut, donde los cortes son por pura ecología. La metemos como podemos en el maletero y la llevamos a la playa con nosotras. Allí se queda jugando con sus otras amiguitas etíopes en la zona de exclusión, comparten la bolsa de patatas fritas que le compramos y son, sencillamente, felices.
Tengo también un amigo palestino, Hassan, al que visito a menudo en su casa porque el gobierno no le deja salir del campo, pero es por su propia seguridad. Aquí en Beirut nunca te imaginas a partir de que calle puede caerte una buena somanta de hostias si no perteneces al clan adecuado. Es de lo más excitante. La familia de Hassan es superagradable y siempre me preguntan por España: si les he traído algo de El Corte Inglés, si les regalo un equipo de música español… Están acostumbrados a que la UNRWA les pague todo, así que es de muy mala educación no obsequiar a quien te sirve una taza de té con una pantalla de plasma.
Mami, no te preocupes, no me han salido ni la mitad de las manchas y alergias en la piel que tuve en el campamento de verano de Chernobil.
Estoy bien. Os juro que no me acuerdo nada, nada, nada, nada de nada, de la vieja, gris y bien organizada Europa.