Querida lectora, vivimos tiempos agitados en las colonias. Las protestas que ayer se daban en Atenas y París hoy surgen en Londres. Los motivos son parecidos. La gente joven, estudiante o trabajadora, se rebela contra el mundo que les preparan sus padres, uno peor que el que ellos recibieron. Razón tienen en rebelarse, más aún la tendrán en pedir cuentas a esos padres. ¿Por qué tú tenías un trabajo seguro y a mí me dejaste en herencia uno inestable? ¿Por qué tú tenías vacaciones y yo apenas puedo arañar unos días libres? ¿Por qué tú tenías un trabajo de ocho horas y me dejas uno de diez? O peor todavía, ¿por qué tú tenías trabajo y yo no lo tengo? Y, las preguntas serán no sólo en lo económico y en lo laboral, también en lo ecológico. ¿Por qué tú recibiste un mundo abundante y me dejas uno en la escasez? ¿Por qué esquilmaste los mares y la tierra? ¿Por qué tenías un planeta lleno de belleza y me dejas uno de cemento quemado? ¿Por qué acabaste con tantos animales y plantas y sólo me dejaste zoológicos y jardines botánicos? Por suerte o por desgracia, yo no soy padre y nadie me hará tales preguntas pero me gustaría escuchar las respuestas de unos progenitores tan inmersos y ciegos en un salvase quien pueda que fracasarán en el intento.
«Zapatero a tus zapatos. Necio a tus necedades», estarás pensando, querida lectora, atenta siempre a que deje de divagar y me ciña a mis crónicas. Has razón, sólo quería hacerte observar que esas revueltas mucho tienen que ver, precisamente, con estas noticias que os traigo del Imperio.
Mira, si no, el ejemplo que te pongo hoy, la corrupción. Y eso que, a decir verdad, la corrupción en el Imperio no existe. Es legal. En inglés, la corrupción se llama lobby. Una mala traducción sería grupo de presión; una mejor, cabildeo. Pero ni una ni otra llegan a defenir bien lo que es esta cosa del lobby.
Para que lo puedas comprender, te explico cómo funciona. Todas las corporaciones (los bancos, las empresas farmacéuticas, las de la indutria militar, las firmas de biotecnología, las del transporte, las aseguradoras, las relacionadas con la agricultura y con la sanidad, las de la construcción, etc, etc) pagan a legiones de abogados y ejecutivos para que expliquen, ilustren, convenzan, persuadan, alienten e, incluso, presionen a los senadores sobre cómo han de redactar, preparar, diseñar, modelar y, finalmente, aprobar las leyes del Imperio. Unas leyes hechas, claro, a su imagen y semejanza, digo a la imagen y semejanza de las empresas.
Para los creyentes de la religión capitalista, en concreto, y para los crédulos de la vida, en general, se trata de un mero acto de oratoria, amparado en la primera enmienda de la Constitución del Imperio, la libertad de expresión. Lo sorprendente es lo caro que sale darle a lengua en el Imperio.
En 2009, todas esas empresas gastaron en conjunto 3.490 millones de dólares en tales actividades. Fueron los bancos los que más dinero emplearon en el noble arte de la persuasión. Gastaron 467 millones de dólares en explicar a los legisladores por qué, en contra de lo que pretendía el emperador, no debían regular ni restringir y, menos aún, controlar los llamados productos financieros derivados, esos que llevaron precisamente a la crisis económica causante de la inestabilidad de tu trabajo y de las protestas que mencionaba al principio de esta crónica. ¿Ves como todo está relaciónado?
A los bancos, siguieron, en el fomento de la oratoria estadounidense, las compañías dedicadas a la sanidad, esto es, los hospitales, las farmacéuticas, los seguros médicos y las contratas de enfermeras que dieron a fondo, no tan perdido, 391 millones de dólares. En su caso, querían evitar que los senadores se fueran a equivocar y aprobaran la reforma de la sanidad con la que el actual emperador deseaba dar cobertura sanitaria a todos sus ciudadanos. Como ya sabes por crónicas anteriores, querida lectora, entre los beneficios y la salud, aquí se eligen los beneficios y esto fue lo que las empresas explicaron a los senadores.
Es habitual además que, para que sus señorías entiendan mejor tan lúcidos pero complicados argumentos, las compañías y lobbies hagan donativos a las campañas de los parlamentarios. Suele ser un método muy persuasivo y gran ejemplo de libertad de expresión. Os pongo un ejemplo, entre 2007 y 2009, el aspirante a emperador don Juan McCain recibió un millón de dólares las corporaciones: que si cincuenta mil de una empresa de cosmética, que si ciento treinta mil de una farmacéutica, que si ciento dieciseis mil de una aseguradora, etc, etc.
Sé lo que estás pensando, querida lectora. Pues te equivocas, en el Imperio no hay corrupción. Corromper es sobornar a alguien con dádivas o de otra manera. Y sobornar es conseguir algo de alguien mediante dádivas o de otra manera. En cuanto a lo que son dádivas, bueno, todos sabemos lo que son dádivas. Lo que sucede es que en el Imperio no hay dádivas, hay donaciones o contribuciones. Por tanto, no hay soborno, hay persuasión. Y, por tanto, no hay corrupción, hay transparencia.
Te lo prometo. Los estadounidenses están tan orgullosos de su corrupción, perdón, quise decir de su transparencia, que todo el que quiera conocer las dádivas, perdón, quise decir las contribuciones, hechas por los lobbies y las empresas a los parlamentarios, no tiene más que pedirlas en los registros públicos y se les darán.
Sagaz como eres te estarás preguntado: «Necio, si corromper es sobornar a alguien con dádivas o de otra manera. Ya hemos visto que en el Imperio no existen las dádivas pero ¿existen otras maneras? Si las hay, ¿cuáles son?»
Existir claro que existen otras maneras de corrupción, por ejemplo, se me ocurre que lo sería ofrecer a un funcionario público un puesto de trabajo para conseguir a cambio algo de él. Pero eso queda para las colonias. En el Imperio a eso se le llama la puerta giratoria. Con esa expresión se refieren a los políticos que, terminado su mandato, dejaron la carrera y se fueron a trabajar a las empresas o, incluso, los mismos lobbies cuyas peticiones escucharon siendo funcionarios públicos. No te escandalices. Es normal que lo hagan; ¿no te parece? Quien mejor que ellos para persuadir a otros parlamentarios. Hasta el 43% de los políticos estadounidenses de las últimas décadas ha basculado de un lado al otro, algunos más de una vez.
Ahora que puedes estar tranquila sabiendo que en el Imperio no hay corrupción, me despido de ti como siempre, deseándote que aún guardes la salud y tu puesto de trabajo.
Vale