Hay una campaña contra la religión, dice la iglesia. Hay una campaña bien orquestada para imponer el laicismo. España ha de ser «reconquistada». Hay que luchar contra el laicismo, dicen los obispos, porque no se puede vivir sin Dios.
Qué curioso es todo esto, y qué extraño. Lo primero, es el problema del laicismo. ¿Cómo se puede «imponer el laicismo»? ¿Se podría, acaso, imponer la tolerancia? ¿Imponer la libertad? ¿Imponer el respeto a las ideas del otro? El laicismo quiere decir separar la iglesia del estado, hacer que el estado sea laico. Pero ¿cómo no va a ser laico el estado? El estado ha de ser laico como ha de ser laica la justicia, por ejemplo, de manera que los jueces se rijan por las leyes y no por la Biblia, por poner por caso. ¿Hay alguien en su sano juicio, creyente o no creyente, que no esté de acuerdo con esto? Un estado que no fuera laico sería un estado no democrático, sin elecciones generales, sin partidos políticos, regido por la iglesia, es decir, un estado regido por leyes emanadas de Dios. ¿Hay alguien que quiera esto de verdad?
Pero entonces, ¿por qué la iglesia utiliza el término «laicista»? ¿Por qué hablan sin pensar y dicen cualquier cosa? La respuesta, la triste respuesta, es que en realidad les da igual, y que el término elegido o los argumentos que se esgrimen no tienen mayor importancia. Hay unos, los que les siguen, que ya están convencidos, y hay otros, los que no les seguimos, que jamás podrían convencerse. De modo que, ¿para qué esforzarse?
Suponemos, por tanto, que la iglesia cuando habla de «laicismo» quiere decir, en realidad, que hay una campaña generalizada de descrédito de la religión… Que hay una campaña para minimizar la importancia de la religión en la vida de las personas…
Lo cierto es que tal campaña no existe.
¿Quién podría intentar una campaña así? Los que no son religiosos, no piensan en la religión ni sienten la menor necesidad de ponerla en entredicho. Sólo los hombres de ciencia, creo yo, escriben contra la religión – unos libros, por cierto, que tampoco convencen a nadie de nada porque por lo general la ciencia se equivoca al tratar el tema de la religión. En este caso se enfrenta un literalismo con otro.
En realidad, esa supuesta «campaña» del «laicismo» no es más que el desarrollo natural de los acontecimientos, la evolución natural e imparable de la historia de occidente. Nadie impulsa esa «campaña» porque no hay tal campaña.
Considerar, por ejemplo, que la legalización del matrimonio homosexual o el llamado «divorcio exprés» es una «campaña» contra la iglesia, es de locos, es no entender la realidad y, lo que es peor, no querer entenderla.
Pero en ese no querer entender la realidad está gran parte del problema. Por eso la religión muere dulcemente y se va quedando como algo vacío, anquilosado, algo así como el relleno de un cisne de cartón, una serie de efemérides compuesta de costumbres, ritos y tradiciones que no significan nada. Porque se aleja de la realidad, de la realidad de la vida humana.