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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 1ª / 2011

De mi Diario : Semana 1ª / 2011


Weiß/Colonia, 1°.1.2011

He empezado el nuevo día desayunando con los Conciertos de Brandeburgo como música de fondo. Y a las 11.15 a.m. el concierto de Año Nuevo de la Sinfónica de Viena, al que le ha seguido el homólogo de La Fenice, en Venecia. Buen comienzo del año, sobre todo pensando que esta es la primera vez desde 1965 que Diny y yo no hemos celebrado juntos la entrada de uno nuevo. 45 años de tradición ininterrumpida, pero el motivo está plenamente justificado. Pienso ahora que el 2.7.2008, en Medellín, fue asimismo la primera vez que no lo pasé junto a Diny, también desde 1965, aquel 2 de julio que nos conocimos en el Berlín del lado occidental del muro. Y he buscado y encontrado “Ignacio”, mi cuento de 1956 o 1957, donde relaté el último día de la vida del joven contable de mi padre, que se ahogó bañándose en la Punta del Sebo, en Huelva: todo el cuento es una continua repetición de «la última vez que besaba a su madre al despedirse, pero él no lo sabía», «la última vez que [xxxx], pero él no lo sabía», «la última vez que [xxxx], pero él no lo sabía», un ritornello obsesivo como el del Bolero de Ravel, y que luego, en cierta medida, también emplearían García Márquez en la Crónica de una muerte anunciada, y Chico Buarque de Holanda en la letra de su estremecedora canción “Construção”. Lo curioso es que lo pongo en relación con estas dos primeras veces en que rompo tradiciones comunes con Diny, y termino concluyendo que quién sabe si las primeras veces no son también, disfrazadas de novedades, unas últimas ocasiones.

 

Weiß/Colonia, 2.1., primeras horas del día

The Searchers (en España Los centauros del desierto, en América Latina Más corazón que odio) es una indudable obra maestra. Que parte de su acción transcurra en una granja nada menos que dentro del Monument Valley, con lo que –por si fuera poco– los comanches se convierten nada menos que en oriundos de Utah, es como filmar una peli sobre los mayas ubicando la escena en un tambo por los rumbos del desierto de Atacama. O aquello tan surrealista de «Le pidió las llaves a la sobrina del aposento», al comienzo del capítulo VI de la primera parte del Quijote. Las obras maestras sin lunares no existen. Gracias sean dadas a los dioses todos, pero también a quienes las crearon: en este caso “Padre John Ford que estás en los cielos” etc.

 

Weiß/Colonia, 2.1. (1)

Me preparé el desayuno siguiendo la norma Hansen de un huevo pasado por agua los domingos. Esta vez me sirvió además para probar una nueva sal. Soy yo muy novelero para las compras de productos alimenticios. Recuerdo mi éxtasis al descubrir un día la miel ártica, la que cosechan los meleros canadienses llevando sus colmenas a “pastar” en la fugaz primavera florida al norte del Círculo Polar: es blanca y espesa, exquisita. Ahora he descubierto la sal que se extrae al pie del Himalaya, de una leve tonalidad rojiza, y de un sabor intenso, como acabo de comprobar.

 

Weiß/Colonia, 2.1. (3)

Regresa Diny de Ámsterdam y me trae el catálogo de una exposición de Gabriël Metsu que se muestra actualmente en el Rijksmuseum. Adoro a Metsu y me explico muy bien la pregunta que ya se hacían sus contemporáneos: «¿Por qué comprar un Vermeer cuando puedes comprarte un Metsu?»  También me ha traido Diny varios regalos más, todos comestibles, pues soy un goloso de los productos neerlandeses; sus galletas Spekulatius, por ejemplo, no admiten comparación con ninguna otra cosa que yo conozca en la materia. Y bueno, asimismo ha traido Diny un tarro de nada menos que 750 gr del más rabioso Sambal Oelek, para que Rolando no eche en falta el picante desde el primer momento que pise nuestra casa, mañana al mediodía.

 

Weiß/Colonia, 3.1.

Llegó puntual el avión de Rolando y fue el tercer pasajero en salir con su valija y sus dos bolsas. Carlitos y yo lo trajimos a casa no sin pasar por un almacén donde mercamos una caja de kölsch, que es la única cerveza que bebe. Después almorzamos en La Modicana, con Diny,  tras de lo cual se echó a dormir una siesta porque el desmadre horario lo había cansado mucho. Hemos cenado a base de fiambre y vimos luego en el canal Arte el comienzo de un reportaje en cinco entregas, de un documentalista británico recorriendo el itinerario de Marco Polo desde Venecia a la China del Kublai Kahn. Y más tarde, cuando Diny se retire a sus aposentos, inauguraremos la temporada oficial de cine para filmadictos, con Love Actually, que él no conoce y a mí me ha divertido mucho, amén de la calidad de las actuaciones, que es mucha. ¡Y qué lindo escuchar a Colin Firth chamuyando en portugués al pedirle su mano, en público, a Lúcia Moniz!

 

Weiß/Colonia, 4.1., primeras horas del día

Como me lo imaginaba, Rolando se ha divertido de lo “más mijor” (Cantinflas dixit!) con Love Actually. Después, él con su kölsch, yo con mi whisky, charlamos hasta las 2 a.m., hace un rato, acerca del dinero y la literatura. Pero no porque su tesis de doctorado versara sobre Galdós y el dinero, sino porque yo soy un escritor mercenario, cuyo ganapán es la literatura, y Rolando uno de los pocos que entiende mi posición de total desapego de la materia literaria. Como entiende a cabalidad cuando le reconstruyo la escena ideal de un cómico de la legua, inglés, de nombre William, que escribía para ganar sus buenos cuartos, porque en el teatro no se escribe para ganar la gloria inmarcesible, que diría el autor del himno nacional colombiano, sino para pagar los sueldos de los actores y tramoyistas, y así me imagino al actor que incorporó por primera vez al personaje Hamlet, acudiendo al autor y diciéndole: «Che, Bill, lo de meter el teatro dentro del teatro no sé cómo se lo va a tomar el público, capaz que nos llueven tomates podridos, pero en cualquier caso, por favor, ese monologuito que me has endilgado, el que comienza diciendo “To be or not to be”, joder, tío, si no lo entiendo ni yo, cómo quieres que se lo haga entender a los paganinisAcortalo un poco, o directamente sacalo en bloque, porfa, Bill»

 

Weiß/Colonia, 4.1.

Henri ha cumplido un año y los abuelos hemos acudido a felicitarlo. Está enorme. Sus hermanos son grandes, los dos, pero este les va a echar la pata. Y qué energía la que desarrolla, es una fuerza de la Naturaleza. Rolando se quedó en casa porque anda jodido con la rodilla izquierda, algún golpe que se ha dado en el vuelo y que recién le está pasando factura ahora: anda por la casa apoyándose en mi bastón y Diny ya le ha dado unas sesiones intensa de fríoterapia, con bolsas de gel helado que tiene siempre en el frigorífico desde cuando yo padecía migrañas, o bien para alivio de dolores producidos por luxaciones, golpes, etc., como parece ser este caso.

 

Weiß/Colonia, 5.1., primeras horas del día

Vimos en la tele una del comisario Wallander interpretada por Kenneth Branagh, La quinta mujer, que sigue muy fielmente el libro de Mankell, por lo que yo recuerdo del mismo. Y nos quedamos de plática otra vez hasta las 2 a.m., escudriñando en un tema que me apasiona, y es cómo cambian los personajes del libro a la filmación, sobre todo cuando se trata de series en las que hay que mantener el tipo y hacerlo avanzar cronológicamente con cada caso. El más notable que conozco, de casi inversión copernicana del personaje literario al fílmico, es el de la sargento Havers, de Scotland Yard, en la serie del inspector Lynley. Al principio de la saga, Elizabeth George describe a su criatura como fea, regordeta, dejada, y de maneras vulgares, aunque con el tiempo la fue modificando, y al final casi sólo hace hincapié en su fuerte acento cockney y su estrafalaria manera de vestirse. Pero yo diría, incluso, que en las últimas novelas Havers ya  se parece mucho a Sharon Small, la actriz que la interpreta en la serie: un caso muy curioso de ósmosis literatura/cine. En la red leo esto: «Elizabeth George, autora de The Inspector Lynley Mysteries, pensaba inicialmente que Sharon era demasiado hermosa para interpretar a la sargento Havers en la serie. Cambió de opinion cuando vio lo bien que la caracterizaba». Ajá.

 

Weiß/Colonia, 5.1.

Mientras se calienta el chile con carne para el almuerzo, le paso a Rolando la escena final del DVD de Cuscús con pescado, esa increíble danza del vientre con la adorable Hafsia Herzi y esa melodía que te pone a bailar el esqueleto. Chile con carne y cuscús con pescado qué menú tan contrastante. Y tan rico en calorías.

 

Weiß/Colonia, 6.1., primeras horas del día

Esta noche me tocó sorprender a Rolando con una novedad en material de pelis, y semejante acontecimiento tiene un IVA de no sé cuánto porcentaje. No conocía él Como era gostoso o meu francês. Ya la conoce. Un deslumbramiento, como el mío cuando la vi por primera vez, en Huelva, en el Festival de Cine Iberoamericano de 1984, que había una retrospectiva de Nelson Pereira dos Santos y me la mamé bien mamada desde la primera hasta la última peli. Porque en materia de cine brasileño a la gauche divine se le cae la baba con Glauber Rocha, pasando por alto que las pelis de GB son de rompe y rasga pero malas, como pelis. Y que el gran director del Novo Cinema es don Nelson, quien no sólo rompía y rasgaba sino que además hacía pelis buenísimas como tales, y esta que vimos esta noche es además una de las mejores.

 

Weiß/Colonia, 6.1., día de los Reyes Magos

Todo el día amarrado al duro banco de la galera turquesa de las traducciones mercenarias, casi sin levantar cabeza, porque además el sábado va a ser un día perdido y aún no tengo ni la más remota idea de qué voy a hablar en la presentación de Rolando el 12 en Hamburgo, y como le dije anoche en broma, aspiro a que la gente salga del acto diciendo que «fuiste el pretexto para mi presentación». Es broma, claro, porque el buen presentador es el que dice lo que tiene que decir y punto, es el n° 10 que le pasa el balón en bandeja al que tiene que colar el gol, y ése es el conferenciante. Pero de todos modos, servir un balón en bandeja no se improvisa. Veremos qué se me ocurre. ¿Le inventaré una genealogía? ¿que es el tatara-tatara-tataranieto de la vaquera de la Finojosa?  Al menos apuntarlo como sospecha aún no confirmada por los hermeneutas.

 

Weiß/Colonia, 7.1. (1)

Tengo en la estafeta un mail de mi sobrina Elena, asidua de mi diario, y me escribe que «hace unos días […], al leer la referencia que haces al pasaje del libro de Juan Ramón Jiménez Platero y yo en el que nombra al «pino grande», recordé lo entrañable que me resultó conocer ese pino donde JRJ narra que entierra a Platero. Ese pino aún existe y se encuentra junto a la marquesina de la residencia de verano que JRJ tenía a las afueras de Moguer. Impresiona realmente verlo, ya que es mucho más que grande, y saber que dio sombra a tal eminencia de la poesía Esta casa tiene unas vistas preciosas del pueblo de Moguer, lo lamentable es que los propietarios, que ya no son los familiares de JRJ, la tienen totalmente abandonada y parece ser que no se la venden al Ayuntamiento, aunque éste no cesa en reclamarla, al parecer hasta por vía judicial. ¡Qué suerte tuvo y tiene JRJ de ser «profeta en su tierra»!»  Y yo pienso: ¿Y la suerte que tuvo Moguer, de que Juan Ramón fuese su profeta?

 

Weiß/Colonia, 7.1. (2)

24 días ha tardado el paquete que me envió Anabelle desde San José de Costa Rica con cinco DVD de Cantinflas, dos pelis más, venezolanas (una de ellas de mi admirada Fina Torres), y un CD que me alegra el día oyendo el coro de Cantaclaro. Curiosamente el paquete me llega junto con otro que me envía, también desde Cámaralentolandia, mi Annuchka querida, un libro con 101 de sus columnas. Se diría que el correo josefino está despachando la correspondencia navideña por el sistema de contingentes, y ahorita le tocó al de los paquetes para Alemania. Laus Deo!  Ya sólo me faltan por llegar el libro de Monsivais con su sabroso ensayo sobre Cantinflas, que me manda mi comadre Laetitia desde el Detritus Federal, y la novela de Susana, desde Baires. Paciencia, que todo llegará. También la muerte, pero no me da miedo: llegará por sus pasos contados, ni uno más ni uno menos.

 

Weiß/Colonia, 8.1., primeras horas del día

Debo confesar que Cantinflas, al menos la primera de las pelis que he vuelto a ver al cabo de medio siglo, El gendarme desconocido, me ha defraudado bastante. No por él, sino por lo mal que ha envejecido ese cine. Mientras que Chaplin, Harold Lloyd, Buster Keaton, los hermanos Marx, Laurel&Hardy, nos divierten hoy tanto como entonces, este Cantinflas se desinfla ya en la mismísima banda sonora, que parece como de cartón piedra. ¡Y pensar que el camarógrafo de El gendarme es nada menos que Gabriel Figueroa, uno de los “más mijores” que hubo en el cine latinoamericano! En fin, veremos cómo son las otras pelis.

 

Weiß/Colonia, 8.1. (1)

Una vez más recibimos la visita de los Reyes Magos. Tres niños vestidos, o sea: disfrazados, de Melchor, Caspar y Baltasar, recorren todos los hogares de este país, pulsan los timbres de cada puerta y cantan un villancico, suplicando al terminarlo el óbolo de sus habitantes. Esta vez llamé a Rolando, que estaba leyendo en su habitación, para que los conociera de cerca y él fuese quien entregase nuestro aporte. Es siempre para una buena obra, destinada a otros niños: enfermos del sida, abandonados, de comarcas mártires como Darfur en el Sudán. En el dintel de la puerta han dejado luego, escrito con tiza, un mensaje cifrado: 20*C+M+B+11. Ello significa que por acá pasaron los Reyes Magos y fueron bien atendidos. Pero literalmente incluye las dos primeras cifras del año en curso, una estrella (aludiendo a la de Belén), las iniciales de los tres monarcas, y las dos útimas cifras del año. Y las iniciales van en ese orden porque traducen el deseo de que Cristo bendiga esta casa: “Christus Mansionem Benedicat”. En el 2008, cuando mencioné esta visita en mi diario, una amiga chilena me escribió que la pudríamos los europeos con nuestras caridades hacia el mismo horror que nosotros creamos, y me añadía, literalmente: «Aquí estamos comiendo mierda, Bada, las sofisticaciones culturalistas del Primer Mundo son un insulto». Le respondí que no soy precisamente un modelo de “inocencia” primermundista, y me atrevería a suscribir lo de que me pudren los europeos y que las sofisticaciones culturalistas del primer mundo son un insulto. Sólo que debía excluir ex profeso a esos niños tan primermundistas como inocentes, que patean las calles de todas las ciudades y pueblos de este país pidiendo para sus congéneres menos favorecidos: ¿o es –le pregunté– que  también los metes en la misma bolsa con los Austrias españoles masacrando América,  los tolerantes holandeses traficando con esclavos, el honorable Mr. Disraeli ahogando en sangre las insurrecciones indias, el rey belga depredando el Congo, y un interminable etcétera?  Me respondió: «Claro que todos los niños son inocentes. ¡Faltaba más! La culpa de los niños del primer mundo la tienen los que meten imperialismos en sus cunas. ¡Qué papelón, el mío! Quise entrar en complicidad tercermundista con el  niño que nació sobre los escombros de una guerra civil, ante la puerta de una guerra mundial, en la región más pobre de Europa, y ¿qué me salió? ¡un Habsburgo!»  Le contesté sin hacer caso a la alusión tan personal que me concernía: «Supongo (maticemos esto) que quieres decir que la culpa de que los niños del primer mundo, cuando llegan a mayores, piensen como “Herrenvolk”, la tienen quienes les inoculan imperialismo en sus cunas, pero eso es negar el libre albedrío. Marx y Lenin salieron de la clase media. Y además ello no invalida el hecho de que mientras ejercen su solidaridad de niños con otros niños, la ideología debe quedar en suspenso». No me ha vuelto a escribir, a pesar de dos intentos que hice para reanudar el contacto. Y es una lástima, porque se trata de una persona muy valiosa y muy querible. Pero está claro que en ella debe de haber un punto de no retorno cuando se toca la ideología. Lástima grande, sí, ¡ay!

 

Weiß/Colonia, 8.1. (2)

En El mercader de Venecia, donde busco un pormenor que necesito para una cita, cuando el príncipe de Marruecos falla la adivinanza del cofre –eligiendo el de oro– y se va desengañado, Porcia, la hermosa y discreta Porcia, dice inequívoca: «Let all of his complexion choose me so  [Que todos los de este cutis elijan así]». ¿Shakespeare, racista? ¿o nada más Porcia?

 

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