Si alguien se ha creído que soy la nueva doctora Ochoa, pues no, que se desengañe. Que no tengo ni sus conocimientos de sexología ni esa cara seria de palo que ponía en el programa (con perdón señora de Foster, que bien sé yo que ya era bastante rompedor el formato para la época de la que hablamos como para que encima estuviesen riéndose en el plató). Y digo esto porque yo, desde que escribo de sexo, amén de que ligo menos (a los tíos les debe de dar yuyu meterse en la cama con una mujer que parece saber del tema), se me atribuyen capacidades que no tengo. Como por ejemplo, me llegan mails a mi correo personal pidiéndome que responda a si tal o cual conducta es una patología o no; me solicitan valoraciones moralistas sobre tal o cual tema, que casi habría que decir que moral y sexo son antagónicos.
Y digo esto porque una amiga me envía un mensaje a través del feisbú diciéndome que se topó el otro día con mi blog y que se le saltaban las lágrimas de la risa. Y ese es el modesto objetivo de este blog, que no es moco de pavo: quiero, queridos/as lectores/es, si es que hay alguno/a, que se rían conmigo. Que nos riamos todos. Y si de paso, podemos aprender, pues mejor. Porque con el sexo se aprende mucho del otro, al fin y al cabo follando es cuando nos quitamos las caretas que llevamos en la vida cotidiana, ¿no? O al menos deberíamos porque si no, vaya fiasco.
La gente folla poco, ya lo he dicho aquí muchas veces. Y también se ríe poco, bien lo dice mi amigo Alfonso Armada, que no hay que perder la perspectiva del humor. A mi me gusta mucho, por ejemplo, reírme en la cama: me parece de lo más sano, no sé qué pensáis vosotros/as.
Con esta amiga del feisbú recuerdo que me pasaba muchas noches en nuestra época estudiantil en Salamanca poniendo notas a los tíos. Era algo que hacíamos a última hora, siempre y cuando no hubiésemos ligado claro, porque sino, estábamos a otros menesteres. Pues nos poníamos en el pasillo de una de las discotecas de última hora a valorar al que pasaba: confieso que yo era la más perra de las dos, mis calificaciones a veces bajaban hasta -20. Imagínense el ejemplar: qué cuerpos, qué caras, qué vestimentas con olor a naftalina… Anda que no nos reíamos, e incluso llegamos a entablar amistad con alguno de los valorados. Angelitos, si es que los chicos son muy simples, no se enteran de nada los pobres.
Esta amiga una vez se ligó a un tipo que estaba buenísimo: el tío se movía en la pista de baile que era una provocación y además, estaba la mar de bueno, atributos por entonces suficientes como para llevártelo a la cama (no os creáis que con el paso de los años la lista de atributos tiene por qué aumentar). Estuve a punto de unirme a ellos, pero me quedé en unos simples besos. Una, que a veces la coge la luna y se hace la estrecha. El caso es que el chico decía practicar la doctrina del Tao y se tiraron toda la noche follando. Qué lujo, porque mira que estaba bueno el jodío. Eso sí, según me contó al día siguiente mi amiga (las chicas nos contamos estas cosas con todo lujo de detalles), el pobre sudaba que parecía las cataratas del Niágara. Y venga empujón, y venga sudor y la pobre empapada de arriba a abajo… Casi mejor que al final no me uniese porque a mi esas cosas me dan un poco de repelús. El caso es que ahí estaban los dos, dale que te pego, y él le dijo, cuando iba a tener su primer orgasmo, “que me voy”. Y la pobre dejó de moverse y respondió: “¿Pero dónde vas a ir ahora con lo bien que me lo estoy pasando?”.
Qué risa, si es que reírse es muy bueno. Yo, sin ir más lejos, atesoro una anécdota de hotel con un colega de profesión con el que me enrollé digna de cualquier película de los hermanos Marx. Pero esto lo dejaremos para otro post.
Feliz