“El tiempo chupa más que las monjas”. Con esta greguería popular, extraída de la conversación espontánea de dos concursantes televisivas, transmitidas en plena francachela de palabras, inicia Faba la reflexión televisiva de esta semana.
“La TV chupa más que las monjas”, podría decirse fácilmente por analogía. Y no se iría tan descaminado. Para tantos telespectadores que apenas salen de sus casas, la TV se ha convertido en un simulacro de vida. Este malabarismo catódico convierte a la TV en una adicción potencial para gran parte de sus consumidores.
La TV se disfruta en el corazón del hogar (como los amantes nuevos lo hacen en el centro de una cama), con toda la comodidad, intimidad y anonimato propios del onanismo.
Si además de producir enganche en sus instintos más bajos, complaciera la TV por igual a la razón de los telespectadores, esta atracción total podría llegar a ser no sólo nociva, sino además considerablemente peligrosa para los usuarios.
Cuando la TV se hace banal y se comporta como puro entretenimiento (y bienvenido acompañamiento), comienza a ser soportable como compañía diaria.
La TV fática o de contacto es un rumor de presencia, y no exige una entrega desmesurada. Frente a la pasión que despiertan ciertos conciertos, la lectura de algunos buenos libros, la fascinación por una película, o la adoración absoluta por alguna figura pública del belén mediático, la televisión –por el contrario- provoca un sentimiento meramente amistoso en su audiencia.
A la TV la asociamos con personas, encarnadas en sus presentadores/as, que en el fondo caen bien o mal a los espectadores. El éxito de un programa radica en que su presentador y colaboradores resulten una compañía deseable, bien recibida en la intimidad de los hogares extraños.
Desde que surgieron las televisiones privadas se enriqueció el medio con la multiplicación de la oferta. Nació con ellas el estilo televisivo diferenciado por cadenas. Los distintos canales, según las bandas horarias, comenzaron a cultivar su propio catálogo de recursos, anzuelos y cebos para capturar audiencias.
De momento, no puede decirse lo mismo de los canales nuevos incorporados con la TeDeTé (por la ausencia de producciones propias), salvo en la aparición de los canales temáticos. Tan prácticos como Vaughan Inglés, (Aprenda Inglés TV); tan sonoros como Kiss TV o Canal Latino, con su permanente emisión de videoclips musicales; el corporal y competitivo Teledeporte; o la reciente incorporación -en abierto- de la emisión en directo de la Casa de Gran Hermano. (¿Para cuándo un canal pornográfico, emitiendo gratuitamente las 24 horas de la jornada?)
Esta TV continua, con menos interrupciones publicitarias, y con el ritmo monótono de los partidos deportivos, la retahíla de canciones escenificadas, o el rún rún continuo de la vida tal cual viene en la casa de presos televisivos temporales de Guadalix de la Sierra, es una TV desestresada, de ritmo continuo, que llega a desaparecer en su monotonía, frente al universo receptivo del televidente.
Bienvenida sea esta TV sin alarma, sin afán de espectacularidad, plenamente prescindible y, a la par, tan tonificante para los diferentes estados de ánimo de sus teleconsumidores.
¡TV bálsamo, TV untuosa, TV quiropráctica, TV pellizco, TV de largapaja!
Bienhallada esta televisión de la nada, tan útil y estimulante que ha permitido e inspirado la escritura de estas palabras, al medio cadáver tumbado de Faba, que ha podido –gracias a ella- acudir al encuentro semanal con sus lectores y visitantes.