“Ningún arte ha estado tan indisolublemente ligado a otro como el cine y la música”.
Así arranca Guillermo Cabrera Infante el capítulo “La música que viene de ninguna parte” de su libro “Cine o Sardina”. Y yo creo que es cierto.
Desde el momento de la invención del cinematógrafo, que provoca el nacimiento del cine, pianistas, violinistas y músicos en general, han acompañado la proyección de las películas. La llegada del cine sonoro marca un punto de giro en esta historia de amor de la que nacerán grandes compositores de bandas sonoras como Max Steiner, que compuso la música a la historia entre Scarlett O’Hara y Rhett Butler en “Lo que el viento se llevó”, como Erich Wolfang Korngold, que puso el acompañamiento a “Las aventuras de Robin Hood”, como Miklos Rozsa y “Ben Hur”, como Bernard Hermann, que puso su talento al servicio de Hitchcock en algunos de sus clasicos como “Vértigo”, “Con la muerte en los talones” o “Psicosis”, como John Williams y “La guerra de las galaxias”.
Este año se cumplen 50 años de uno de esos momentos que certifican los beneficios de esta unión entre música y cine. En 1961, Blake Edwards nos regaló su comedia romántica “Desayuno con diamantes”. Quizás haya alguien que no recuerde a Audrey Hepburn y a Geroge Peppard empapados por la lluvia mientras buscan a Gato en el callejón, pero seguro que nadie ha olvidado las notas del maravilloso tema central de la película, Moon River, por el que Henry Mancini, como autor de la música, y Johnny Mercer, como autor de la letra, se hicieron merecedores del Óscar a la mejor canción. Desconozco las razones por las que Cabrera Infante ha titulado así el capítulo de su libro, pero creo que hay películas que, sin la música, no llegarían a ninguna parte.
@Estivigon
Imagen del libro pop up de Carmen Cabrerizo Ortiz