Viagrass tocando en el Retiro de Madrid
“Hay pocas cosas que me gusten más, en esta y en cualquier ciudad, que oír música en la calle”. Así, entrecomillado, se publicaban en El País de ayer las palabras del alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón. Entonces, ¿a qué viene tanta polémica? Que si multas, que si incautaciones, que si… Yo pienso que la cosa no ha terminado todavía.
Hace muchos años, casualidades de la vida, con el grupo de amiguetes que andábamos metidos en esto de la música, conocimos a los músicos de Jimmy Cliff. Ya sabéis; unos auténticos rastas jamaicanos que, por aquel entonces, conseguían que moviésemos nuestros esqueletos europeos al ritmo de su “Reggae Night”.
En las habitaciones que ocupaban en el hotel Los Galgos se podía fumar sin miedo a denuncias o multas. Y fumaron mucho y de todo.
Por la noche les hicimos la turné por aquel barrio de Malasaña tan de moda en esos tiempos. El Penta, la Vía… hasta terminar sentados en la Plaza del 2 de mayo. Allí nos ves a cuatro pipiolos haciendo botellón, con una guitarra española y acompañados por unos negros con rastas hasta la cintura. Hoy, nos habrían detenido. Sin embargo, lo único que hicimos fue regalar un concierto en directo de los músicos de Jimmy Cliff a la concurrida audiencia que conseguimos conquistar aquella noche.
En forma de pesadilla, me viene otro recuerdo de domingos en la Latina. Unos metros antes de llegar al Bonano, entre las dos Cavas, se ponía un grupo de individuos a tocar diferentes instrumentos de percusión: congas, yembés, tumbadoras, botellas… cachivaches varios. Yo siempre pensaba en la tortura atroz que sufrían los inquilinos de aquel inmueble al que estas personas, por alguna razón, habían decidido dotar de una banda sonora para toda la vida. Como el sueldo de Nescafé, pero en forma de tambor. Desconozco si fueron las quejas o un baño de aceite hirviendo, pero los tamborileros dejaron de dar la tabarra a esa pobre gente.
Sin ir más lejos, a un par de manzana de la casa donde vivo, ameniza algunas mañanas un caballero con su flauta. El tesón hay que reconocérselo, pero el talento no. Ni el oficio; lleva meses intentando tocar la misma canción y, aunque hay breves instantes en los que reconozco algo parecido a una melodía, no he conseguido averiguar de cuál se trata. Esto puede pasar.
Sin embargo, no sólo hay que permitir que esto siga ocurriendo, sino que hay que hacer lo posible por que siga siendo así. Se trata de la manifestación artística más natural e impulsiva. Salir a la calle y cantar como quien sale a la calle y pinta un cuadro o interpreta un personaje. Ya no es sólo que, por desgracia, sea el único medio de vida de muchas personas, es que es una manifestación cultural que debemos cuidar.
Al leer la información publicada en El País, me alegré, pero al rato, no me la creí. Y por eso he escrito esta entrada en el blog; porque creo que la cosa no ha terminado. Es más; esta tarde hemos decidido tocar algunas canciones en la Plaza del 2 de mayo. Qué mejor sitio que este acompañados por Daoiz y Velarde, aquellos héroes que, un 2 de mayo, dieron su vida para levantar el yugo que intentaba someter a toda Europa.
Ya está bien de prohibiciones. Que así también gobierno yo.
@Estivigon