Los caminos embarrados se abrieron a la gran llanura donde brotan los ajenjos y toda especie de hierbas aromáticas, buen número de aves y misteriosas fieras: Los diez mil no cabían en el paraíso. Arreando los borricos salvajes, levantaban avutardas de trecho en trecho. Nadie cazó un avestruz, gran gorrión saleroso que escucha de la tierra consejos prudentes de madre. Otros son los andares de los polluelos cuando practican la decena diaria de horas reservadas para la pluralidad de tesis contradictorias y el ruidoso debate jamás concluyente del contra y pro mientras se ensordece la soterrada sustantivación del verbo poder, temible alquimia morfológica. Si el delicado plumaje del pájaro cabra rozara en un descuido a los hombres, iba a dolerle la dureza de quienes, agotadas las demás opciones, conocen lo importante en el último segundo.