Querida lectora, hoy, día en que te escribo, hace gris, aunque la temperatura es primaveral, unos catorce grados, y no hay perspetivas de temporales de nieve, huracanes, olas de calor o cualquier otro meteoro que amenace, si no a la entera humanidad, al menos a la ciudad de Nueva York. Te cuento esto, ya sabes, para emular a los cronistas modernos que han encontrado en el tiempo atmosférico el nuevo enemigo público número uno, el gran criminal que, a falta de atentados terroristas, nos roba las cosechas, la demanda y hasta la buena salud de la economía.
Algunos, en nuestra ingenuidad, pensábamos que las crisis las provocaban las deficiencias del sistema y hasta las propias del ser humano, como la avaricia o la mediocridad, especialmente la de algunos gerentes empresariales. Ahí está don Jose María Ruiz Mateos. Pero no, hete aquí que el consumo en enero bajó en Estados Unidos por las tormentas de nieve que hubo en el país en lugar de por la falta de empleo y la pérdida de poder adquisitivo. Y hete aquí que el precio de los cerales se ha disparado un 50% no por obra de los especuladores sino porque las sequías e inundaciones en todo el planeta redujeron la cosecha del año pasado, la tercera más grande de la historia, en un 1,4%.
Miremos, pues, por la ventana no sólo para saber lo qué vamos a ponernos cuando salgamos a la calle sino para decidir si vamos al supermercado hoy o lo dejamos hasta que haga un día soleado. Y miremos a la ventana también para saber si salimos a comprar pan al supermercado o acciones de una empresa de harina a la bolsa de Madrid. Y dejate de protestas por la carestía de la vida, por el descenso de los salarios o por el aumento de las edades de jubilación. Ya sabes, querida lectora, al mal tiempo, buena cara.
Aprovechando que hoy he empezado mi crónica con la fresca actualidad (más del día no podía ser) voy a seguir pegado a ella. Quizá hayas oído hablar de unos premios de cine que se entregan a finales de la próxima semana. Popularmente, aquí, se los conoce como los Oscar. Pues bien, estos premios son la culminación de uno de los usos y costumbres más arraigados del Imperio, el circo, que en este país recibe el nombre de Hollywood.
Para que no te quejes, como sueles hacer, de que apenas hemos avanzado en la historia de la humanidad, dejame explicarte que este de Hollywood es uno de los más afortunados ejemplos en la evolución que ha expermientado el sediciente homo sapiens. Si, creeme. Mira, éste del Imperio es un circo mucho menos violento y sangriento que el de la antigua Roma, al que la plebe iba para ver cómo los leones devoraban a los cristianos y cómo los gladiadores se mataban los unos a los otros.
Aún más, Hollywood en lugar de obligar a sus gladiadores a matarse entre ellos, les da grandes mansiones, sueldos millonarios y una vida de cine, nunca mejor dicho. ¡Y encima la sangre que se derrama es de mentira!
Como además, es un circo de tres pistas, Hollywood ofrece diversos tipos de espectáculos, entre los cuales hay, algunas veces, películas y series de televisión con interesantes reflexiones sobre nuestra vida y nuestra especie.
Veo que, tras mi ejemplo, continúas con alguna duda sobre la evolución del ser humano. Entiendo el porqué. No hay más que ver ciertos programas de ciertas televisiones en nuestra colonia para estar tentado de pensar que el ejercicio de los gladiadores era un arte más noble. No lo hagas, querida lectora, no sigas esa tentación. La violencia nunca ha sido buena. Y por favor, tú, que eres una persona inteligente, sagaz y valiosa, deja ya de ver esos programas de los que tanto te quejas para que podamos seguir evolucionando todos.
Cada año por estas fechas, los señores de ese circo, los batiatus de nuestra época, que se llaman productores, y también los mismos gladiadores, que son los actores, y sus entrenadores, que son los directores, junto con los cronistas del circo, deciden darse unos premios a sí mismos no sólo por lo bien que lo han hecho, sino también por lo que han hecho mal. Ahí esta el ejemplo de Hurt Locker (En tierra hostil) la cinta que ganó el año pasado el Oscar a la mejor película.
Es cierto que mantener a la plebe entretenida es un arte muy difícil, además de necesario, pues cuando la chusma no se divierte empiezan las revueltas y los desórdenes. Si no, que se lo pregunten a los egipcios que, los días pasados, salieron a la calle de puro aburrimiento. Mas, por mucho mérito que tengan tales señores, yo no dejo de preguntarme si realmente un actor, una actriz, un director de cine o un productor debe cobrar por una sóla película lo que no cobrará en su vida un científico que reciba el Premio Nobel por haber hecho un avance en la cura contra el cáncer. O si cualquiera de aquéllos merece más la atención de los cronistas que este científico.
Preguntas absurdas aparte, cuando no demagógicas, te cuento que los Oscar tienen su Academia como los Nobel. También su ceremonia aunque aquí he de decirte que, frente a la decimonónica solemnidad rancia de los Nobel, los Oscar se mueven en la más auténtica frivolidad del siglo XXI. Ya lo ha dicho siempre doña Carmen González: O calvo o siete pelucas, pero nunca un término medio.
Lo que ocurre es que, en el Imperio, a la frivolidad la disfrazan de glamour y, entonces, se vuelve irresistible.
Así que si no quieres oír los cantos de sirena de los Oscar, no queda otra que pedir a tu Ulises que te tape los oídos de cera a la manera que el héroe griego hizo con los oídos de sus marineros (mientras el muy tramposo se ataba al timón para poder escucharlos tranquilamente). Es que él era un poco como tú, cuando ves esos programas de la televisión que tanto criticas.
También puedes hacer como hizo Jasón, que para no oír a la sirenas se distrajo con la música de Orfeo. Prueba a apagar la televisión durante los Oscar y distraete leyendo, por ejemplo, la mitología griega.
Mas como intuyo que ya has oído esos cantos irresitibles y que mis palabras no te van a salvar de estrallarte contra la Caribdis de la frivolidad, la semana que viene te contaré más sobre esta ceremonia y esta costumbre del Imperio para que, al menos, cuando la veas, sepas a lo que atenerte y conozcas algo de su historia.
Hasta, entonces, te deseo salud y buen tiempo.
Vale