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Mientras tantoInés y la ignorancia

Inés y la ignorancia


La ignorancia no es culpa ajena pero tiene raíces externas. Es cierto que nadie puede cubrir los abismos del desconocimiento excepto uno mismo pero, con los años, se hace más evidente que la manipulación educativa decide sobre dónde y cuándo echar sombra. Leyendo el último libro de Almudena Grandes, Inés y la alegría, me ha regresado ese picor intenso que mezcla sentimientos de vergüenza, indignación, cabreo y la urgente necesidad de encerrarme a leer los próximos 10 años para tratar de compensar mi ignorancia de los 40. ¿Cómo que los comunistas trataron de reconquistar la España usurpada por Franco y sus mediocres desde el Valle de Arán? ¿Por qué nos usurparon de la memoria el dolor de los exiliados, la suciedad de las cúpulas políticas, el triste derrotero de un sueño convertido en pesadilla que no ha acabado? ¿Quién nos ocultó el papel habitualmente doblemoralista de los ingleses?

 

La sensación se agudizó ayer al leer los especiales sobre el 23-F. Mi memoria de niño me habla de miedo e incertidumbre, de mitos rastreros y de descaro político (si no quese lo pregunten a socialistas, comunistas y otros arcángeles semejantes), y la memoria parcial y fragmentada de libros y medios habla de conspiraciones casposas y mugrientas, al más puro estilo de los militares y de la ultraderecha españolas, tan de mantilla y bocadillo de calamares.

 

No es nada nuevo. Desde que pisé por primera vez Otramérica, hace 15 años, he navegado entre la perplejidad y la mala hostia al darme cuenta de lo poco o lo nada que un español sabe de estas tierras, de aquella cutre conquista y de esta trsite neocolonización. Aunque eso no es lo más grave. Mi tristeza se duplica al constatar el poco interés que al español medio le sigue despertando este mundo y sus veredas.

 

La ignorancia es responsabilidad propia pero también mentira del poder, construcción mítica de los ganadores, puro entretenimiento para engordar prejuicios, una patética balada viscosa donde naufragar como sociedades y, por tanto, como individuos. El Wikileaks de la historia es más escandaloso que los cables de la desvergüenza contemporánea.

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