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Mientras tantoDisculpas y culpas

Disculpas y culpas


Lo primero es pedirles disculpas. No sé si alguien retira de la arena esta botella con mensaje que cada semana tiro al mar con la esperanza de que alguien libere a las palabras del empaque, pero, por si alguna vez tengo éxito, pido disculpas por haber fallado la pasada semana. A la hora en la que solía escribir esta columna desde Otramérica estaba peleando en las celdas del Servicio de Migración de Panamá después de una detención ilegal y violenta y poco antes de que las autoridades de ese país me pusieran en un avión rumbo a España junto a mi compañera, Pilar Chato, también periodista.

Cometí varios pecados para ganarme una expulsión y una campaña feroz de difamación comandada por el presidente de la República, Ricardo Martinelli, y su lugarteniente, José Raúl Mulino, Ministro de Seguridad. Tengo la culpa, lo reconozco, de pensar ingenuamente que este mundo debería ser diferente; que los intereses económicos no deberían estar por encima del interés humano; que el bien común es un becerro de alma que deberíamos buscar todos sin descanso; que los pueblos originarios de Otramérica deberían tener el derecho a que su voz sea escuchada y sus decisiones respetadas…

Parece que el pecado es grave. Por la actitud del Gobierno panameño, este periodista desconocido y este activista de Derechos Humanos invisible es un peligro para la «paz social» del país. No le parece que el alto grado de corrupción, la absoluta impunidad que reina en el sistema judicial, la pobreza que expulsa de la vida en común a un 40% de los panameños o ese 98% de indígenas que sobreviven cerca de la nada sean un problema para la «paz social» del país.

Debe ser grave, porque a los grandes medios españoles y europeos les importa un bledo que expulsen a dos periodistas de un país por el «grave» delito de grabar en vídeo los abusos policiales, excepto que este hecho ocurra en los países del eje del mal latinoamericano (Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador…).

Debe ser muy grave porque ahora yo vivo un exilio en mi propio país sorprendido de las cuitas locales y de la ignorancia sobre el mundo exterior a esta burbuja tan perfumada y frágil como si fuera de jabón.

 

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