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Mientras tantoLa casualidad y el perro kantiano

La casualidad y el perro kantiano

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

Leer es conversar. 

 

Lo recuerda constantemente Gabriel Zaid, a quien ya cité la semana pasada en este mismo rincón. Leer es un diálogo repleto de coincidencias, que esconden un vínculo que nunca podrá ser explicado convincentemente. Yo no soy el único ciudadano de mi biblioteca, aunque la soledad de la lectura me engañe en ocasiones. Leyendo sigo habitando un país extraño, en lo que termina siendo una experiencia asombrosa. Porque, como escribió el escritor turco Enis Batur, «el mero hecho de que un libro, cualquier libro, haya sido escrito, es algo extraordinario». Leer es conocer y conocerse. El propio Batur lo explica en su breve y delicioso ensayo Las bibliotecas de Dédalo: mostradme vuestra biblioteca y os diré cómo sois. Y los lectores que construimos, libro a libro, una biblioteca personal sabemos que esto es cierto.

 

Cuento esto porque, hace varias semanas, me preguntaba sobre la posible imagen que proyectaría mi biblioteca a un desconocido. Cuando creía que ya no iba a encontrar respuesta, apareció la columna semanal de mi amigo Dani Capó, uno de los lectores más inteligentes que conozco. Aquel texto iluminador se titulaba «La bondad humana» y tenía como protagonistas a Yi-Fu Tuan y a Emmanuel Lévinas y un perro kantiano. Era lógico que lo escrito por Dani me resultara familiar. A lo largo de los años, hemos mantenido una conversación continua y regada por múltiples lecturas. Pero, además, cualquier lector de esta bitácora recordará que considero que Tuan es uno de los pensadores más lúcidos de nuestra época y que el filósofo lituano era el pilar que sostenía la primera entrada de la muy personal serie «Sobre rostros y miradas».

 

Pero había algo más, allí se narraba una historia sobre un perro vagabundo dentro de un campo de concentración alemán. Yo la desconocía, pese a que la había transcrito Yi-Fu Tuan en una de las cartas que ha escrito desde hace años a sus colegas y era un material que había consultado. El propio Lévinas contaba lo sucedido:


«A mitad de nuestro largo cautiverio, y por unas pocas semanas, un perro vagabundo entró en nuestras vidas. Le llamábamos Bobby, que es como se llama a un perro apreciado. Aparecía en la reunión por la mañana y nos esperaba al regresar del trabajo bajo vigilancia. Daba saltos arriba y abajo y gritaba de alegría. No tenía dudas de que éramos hombres. (…) Ese perro fue el último kantiano de la Alemania nazi».  

 

Leer es conversar, no me cabe la menor duda. Una conversación que depara algunas casualidades extraordinarias. Y es que en el segundo apunte de este blog describía la historia de Erik Müsham, un anarquista asesinado en un campo de concentración, y el mono que le había acariciado y abrazado tras ser apaleado por sus carceleros. De esta forma,  un perro kantiano y un mono circense, dos historias que se conectaban, se habían convertido en la salvaguarda de la humanidad. Dani Capó señalaba, a través de Tuan, «la intuición básica del judeo-cristianismo: la persona sola, aislada, es
insuficiente; nuestra intimidad necesita del otro para crecer y
ensancharse, para ser más plenamente humana». A pesar de las distancias, somos juntos, en relación.
Entonces la bondad surge. Puede ser quizá algo inexplicable, pero se da a menudo. Una buena persona nos hace sentir mejor, y también más inteligentes, con su sola presencia.

 

Leer es una conversación, pero también es una experiencia ética. Es, en definitiva, vida. Ojalá mi biblioteca muestre a Tuan, a Lévinas, a Dani y tantas personas que, sin escribir, forman parte de mi día a día. Ojalá también la historia que elaboro ofrezca algo de estas conversaciones abiertas.

 

 

«Soy lector, son mis lecturas las que determinan lo que escribo»

PASCAL QUIGNARD.

 

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