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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 14 / 2011

De mi Diario : Semana 14 / 2011


Weiß/Colonia, 3.4. (1)

Desayuno con Chico. Huevos ecológicos pasados por agua (5 minutos), chorizo, queso, jamón, paté, pan campesino tostado, infusión de hinojo. Le ofrezco además plátanos, manzanas, algún postre; no quiere. Larga plática desayunando –casi hora y media– sobre Huelva y la familia y los amigos que tenemos allá. Mi ilusión sería que un día pudiéramos celebrar juntos los doce Bada de acá con los no menos de 34 (estado actual del censo) que son los Bada de allá.

 

Weiß/Colonia, 3.4. (2)

Leo en una página Twitter una de esas frases aparentemente profundas a la par que ingeniosas, pero que si las lees dos veces son paja: «»Soy muy obsesivo», dice un amigo que no hace nada. Estamos esperando que ese defecto se convierta en su mayor virtud». Resulta evidente que si es verdad que ese amigo no hace nada, esperaremos toda una vida en vano a que su defecto se convierta en su mayor virtud. A no ser que la frase que lo anuncia no tenga fecha de caducidad. En tal caso habrá que esperar todo lo que dure la eternidad.

 

Weiß/Colonia, 4.4., primeras horas del día

Hoy (es decir, ya, ayer) ha sido un día especialmente afortunado para los cinéfilos locos como yo. A las 8.15 p.m. Spencer Tracy llamando “gatito” a Elizabeth Taylor en El padre de la novia y haciéndome recordar a mi padre, que volvió del cine, la noche del estreno de esa peli, a la que no fuimos porque aún éramos muy pequeños, imitando a Tracy y llamándole “gatito” a la Nena, que si acaso sería gatita. Y luego, a medianoche, Botellas retornables, una peli checa, de Jan Svěrák, me ha hecho reír, aplaudir, llorar, y desde luego volver a trasnochar. Hace mucho que no veía una peli de tanta excelencia orgánica: un conjunto tan armonioso que en un determinado momento hasta induce al espectador a rezar el Padre Nuestro con los protagonistas. Me compro el DVD la próxima vez que vaya a Saturn. Y después de semejante maravilla, empezó en blanco y negro una de aquellas pelis de Bogey antes de Bogey, The Amazing Dr. Clitterhouse, a la que Bogey, cuando ya era Bogey, aludía llamándola El asombroso Dr. Clítoris. Ni siquiera Edward G. Robinson la salva. Me fui a dormir sin ver más allá de una cuarta parte del metraje.

 

Weiß/Colonia, 4.4. (1)

En  el diario una semblanza de Gene Sharp, el padre espiritual de las revoluciones que están derrocando regímenes en el norte de África, y las que sigan. Y el responsable último de la caída del régimen de Milosevic en Serbia. Su tesis es tan sencilla que escalofría pensarla : Basta con perder el miedo. Si se pierde el miedo, dice Sharp, los déspotas se ven frente a una situación que no saben manejar, y pierden. Pero pienso en China y se me ocurre que hacerle perder el miedo a más de 1.340 millones de personas es una tarea del copón. ¡Larga vida tienen pues por delante, en Pekín, los mandarines rabanitos (rojos por fuera, blancos por dentro)!

 

Weiß/Colonia, 4.4. (2)

Voy a la Western Union a cobrar una transferencia por unos honorarios, y asisto en el tranvía a una discusión filosófica entre una mujer mayor sentada diagonalmente frente a mí y dos chicas jóvenes, una sentada a mi lado, la otra al otro lado del pasillo. Yo andaba releyendo el capítulo sobre Sabato en Egos revueltos, el libro de Juan Cruz, cuando de repente me doy cuenta de que en la conversación que mantenían las chicas, acerca de que una de ellas no sabía por cuál de dos cosas decidirse, ha intervenido la mujer mayor para asegurar de manera apodíctica que una tal disyuntiva no existe, que uno siempre sabe, espontáneamente, por cuál de las dos cosas se va a  decidir al fin. La plática alcanzaba caracteres kafkianos y ya estaba dispuesto a intervenir, para pedirle a la apodíctica que nos contase la experiencia que le daba tanta seguridad, cuando el tranvía llegó a la estación principal y adiós muy buenas. Me recordó cómo termina el cuento de Bret Harte “Una noche en vagón–cama”, una poco menos que secreta obra maestra del género.

 

Weiß/Colonia, 5.4., primeras horas del día

Regresa Diny de Berlín, tras un viaje accidentado, mientras pasan La vie et rien d’autre, la peli de Bertrand Tavernier, así es que me da un beso y se queda en el comedor repasando los diarios acumulados durante su ausencia, hasta que termina semejante obra maestra, conmovedora hasta extremos indecibles. Por cierto que el final de El húsar en el tejado, otra maravilla, de seis años después, me parece un homenaje de Jean-Paul Rappenau a Tavernier: la carta, los dos personajes alejados, la mirada sobre el paisaje Luego charlo con Diny, que me cuenta del viaje y de lo mucho que han visto, aunque Rebeca se quedó sin conocer el altar de Pérgamo, estaba cerrado el museo, por obras. Diny se va temprano a la cama y a mí me atrae como un imán, desde la pantalla, el programa que ha seguido a la peli, un retrato de la familia Järvi, los directores de orquesta estonios, el padre Neeme, y sus hijos Paavo y Kristjan. Fascinante la comparación de tres estilos distintos, de los que a mí el que más me llega es el del benjamín, sobre todo cuando lo veo dirigir “La noche de los mayas” de Silvestre Revueltas: consigue ser más latinoamericano que Gustavo Dudamel dirigiendo la misma pieza, y eso ya sí que es difícil.

 

Weiß/Colonia, 5.4. (1)

Para su tesis de doctorado en la Universidad de Cambridge, Mr. Alexander Davis se la pasó estudiando cinco años millones de mensajes de Twitter en los más diversos idiomas del mundo, prestando especial atención a la frecuencia de aparición de los emoticonos felices, 🙂 o 🙂, y a los que denotan infelicidad, 🙁 o 🙁 , y llegando a la conclusión numéricamente aplastante de que el pueblo alemán es el más feliz del mundo. Una periodista alemana, quien debe saber de lo que habla porque ella misma también tiene su cuenta de Twitter, arguye en contra que los alemanes  suelen usar el signo 🙂 al final de determinados tuits para señalizar que lo que va delante es en tono irónico. Y un colega suyo extrapola de esa explicación que el alemán, entonces, si hay que llamarle la atención acerca de aquello que tiene que leer con una sonrisa, debe de ser, además del más feliz, el pueblo más carente de humor del mundo. Y que «lo uno no excluye lo otro», afirmación que a mí me parece sacrílega. A mí, además, lo que me parece es que esos emoticones han trascendido la etapa en que lo eran y se han convertido en signos de puntuación new age, que subrayan de manera positiva o negativa lo que el autor consignó delante. Ni más ni menos.

 

Weiß/Colonia, 5.4. (2)

En el canal Arte un reportaje en Madagascar, sobre los lémures. El zoológo le explica a uno del equipo documentalista que entre estos cuadrumanos la norma es que sean las hembras quienes se ocupen de las tareas de mando y de la defensa del propio espacio. Para ello, dice, adoptan una táctica muy curiosa, que se reduce a una manera de mirar fijo, hasta poner en fuga a quienes se les enfrentan. El documentalista le contesta que él tuvo una vez una amiga que miraba también así. A lo que mi madre hubiera añadido: “Y mi Ricardito, cuando pone la mirada de juez”.

 

Weiß/Colonia, 5.4. (3)

Mi pequeña Safo, a quien conozco tan sólo desde hace menos de una semana pero ya somos como chanchos, me preguntó que si escribir para mí sólo funciona como ganapán, qué es lo que me apasiona y me hace vibrar por dentro. Le debo la respuesta porque nos estamos conociendo en jornadas intensivas y es mucho lo que tenemos que contarnos. Pero la respuesta incluye muy pocos elementos y uno de ellos es el cine, y dentro del cine las actuaciones de Jennifer Ehle, de Julianne Moore o de Kristin Scott Thomas. Acabo de ver por tercera, cuarta o quinta vez Life as a House, y es así, en esa peli vibro sobre todo con la inteligencia de la mirada de KST. Summa summarum la peli no es un dechado, pero la actuación de KST arrastra la de los otros, les hace dar lo mejor de sus capacidades, y la peli vive de esas interpretaciones casi más que de la historia que se cuenta, emotiva pero previsible.

 

Weiß/Colonia, 6.4., primera hora del día

Emilieándonos acerca de Twitter & Co., G*** me escribe a propósito de Q***: «A muchos, nuestro común y magnífico Q*** incluido, estas cosas les dan un poco de yuyu. Pero creo que tú y yo estamos entre los que hemos aprendido a nadar en las nuevas aguas. O en los nuevos tsunamis. Como decía Dylan en su canción «The times they are a-changin’»: «Then you better start swimmin’ / or you’ll sink like a stone / for the times they are a-changin’». Y le contesto: «Los estetas siempre le han tenido pavor a la realidad. Ruskin, en su noche de bodas, se alejó espantado de su esposa y no la tocó más en su vida, al descubrir la mata de pelo que tenía entre las piernas; él creía firmemente que las mujeres, en ese lugar, eran como sus amadas estatuas griegas. Por eso, a lo que les pasa a Q*** y a otros, con estos nuevos medios, yo lo llamo «el síndrome de Ruskin»». Y después de enviarle mi mail me quedo pensado qué será ese “yuyu”.

 

Weiß/Colonia, 6.4. (1)

Leo en alguna cuenta de Twitter una cita de Gay (?) Talese (¡pobre Guy, hasta te amariconan para citarte!): «Siempre he querido escribir sobre gente real que vive cosas reales: porque la realidad es asombrosa». Semejante epítome de lugares comunes es muy difícil inventárselo, así es que o bien (1) es una traducción fallida, o mal (2) no lo es, en cuyo caso, joder, Guy, para ese viaje no se necesitaban alforjas. Cómo se nos desmoronan los ídolos cuando quieren explicar su divinidadCon esos malditos pies de barro que nos gastamos todos los mortales, joder.

 

Weiß/Colonia, 6.4. (2)

Llama Oskar para disculparse de que no podrá venir este miércoles porque se ha citado con un amigo. Me sale la voz triste cuando le digo que la abuela y yo estaremos inconsolables al saber que no vendrá hoy. Él lo interpreta como que hago teatro, que es un chiste mío. Lo que no sabrá nunca es que, al menos por lo que a mí respecta, se lo he dicho completamente en serio. Y triste.

 

Weiß/Colonia, 6.4. (3)

De repente se me ha ocurrido la primera frase de mi conferencia sobre Cantinflas. Abro el fólder reservado para el texto, y escribo. Al terminar tengo 651 espacios. ¡Ánimo! Ya  tan sólo falta añadir 33.349 espacios más y habré concluido.

 

Weiß/Colonia, 7.4.

He salido temprano de casa, pisando una alfombra de pétalos de magnolia al llegar a la calle. Sic transitEstuve en lo de mi médico, a que me sacara sangre para los análisis regulares de cada tres o cuatro meses. Al regreso, en el bus, en el asiento delantero junto a la puerta, viaja una pareja decididamente asimétrica. Él es un negro africano alto, corpulento, de cara ancha y poco (nada) agraciada. Ella –con seguridad su hija– es una muñequita preciosa de unos seis años, esbelta, con el pelo en mechas rastafari, parte de las cuales están recogidas en dos colitas con cintas rojas. La asimetría es total si se los oye: ella parlotea en un alemán pulquérrimo de Kindergarten, con su voz de mirlo, y él le responde en un idioma que desconozco, con una voz gruesa como de bajo ruso, que en las exclamaciones recuerda el graznido de los cuervos. La ley de los contrarios que se atraen, en ese caso por magnetismo familiar. Cuando bajan del bus y los veo caminar por la acera se me asemejan un gigantesco Sancho Panza llevando de la mano a un quijote diminuto. Sé que luego, a la hora de conectar con el entorno, intercambiarán sus papeles.

 

Weiß/Colonia, 8.4. (2)

Mientras me preparo el café, después de la siesta, veo sobre el mesón de la cocina la lista de la compra de Diny, y en primer lugar “crème fraîche”. Diny no sabe francés, y el neerlandés carece de acentos. Pero lo que de veras me impone es darme cuenta de que esta lista no la escribió para ser leída por nadie sino ella, como recordatorioy sin embargo, esa pulcritud en la ortografíaPienso en las cuentas Twitter que he estado ojeando esta mañana y le doy un 10 a Diny.

 

Weiß/Colonia, 8.4. (3)

Acabo de alcanzar los 12.285 espacios del texto de mi conferencia sobre Cantinflas, es más de un tercio del total, y ahora lo que siento es que voy a tener que ponerme a echar balones fuera, de tanto material como fui almacenando. Pero bueno, mañana nos traen a Henri, y pasado mañana llega visita de Nicaragua. Una pausa no me vendrá nada mal cuando el texto ya está encarruchado. [El síndrome de deformación profesional me hace buscar el verbo “encarruchar” en la página del diccionario de la RALE. No figura. Peor para el dicccionario].

 

Weiß/Colonia, 9.4., primera hora del día

Grace is Gone. Entretiene, conmueve, y las dos niñas, sobre todo la chiquita, ambas debutantes en el cine, dan la talla para una peli de más alto vuelo. John Cusack, en cambio, parece actuar bajo el efecto de un shock, como si fuera él y no su personaje, quien perdió a su esposa en acto de combate en el Irak. Semejante descompensación corroe la médula de la peli. Y en el platillo positivo de la balanza, con las dos actrices infantiles, sólo queda la música de Clint Eastwood.

 

Weiß/Colonia, 9.4.

Al final no nos han traído a Henri. Un sábado, pues, como cualquier otro sábado. Suerte perra. Me dedico a repasar y pulir lo que ya llevo de mi conferencia sobre Cantinflas y a ver de qué modo logro matutear dentro del texto el genial poema nonsense de Marroquín. De vez en vez acudo a la cocina a llenar mi vaso de agua con sabor a manzana, de la botella que tengo en la nevera, y desde la ventana de la cocina me llena los ojos el esplendor del cerezo japonés sobre el fondo del abeto mamut en el jardín de mis vecinos. [Al escribirlo suena casi como un mambo de Pérez Prado, “Cerezo rosa, manzano blanco”]. Regreso a la pantalla y sin decir agua va se me ocurre el comienzo de un cuento colombiano: «Remigio Restrepo Rengifo, a quien llamaban “Erre que erre”, más por lo intenso de su carácter que por su nombre, era de profesión forista, y esa mañana decidió que su tarea del día iba a ser dejar un comentario al pie de una columna de un sujeto a quien odiaba. Dicho y hecho, le vomitó lo que sigue: “Oiga, hijueputa, ¿por qué no se comide a escribir sus pendejadas en papel higiénico y venderlas en ese formato, a fin de que podamos leerle a gusto?”  Después de lo cual firmó comme d’habitude: “Erre que erre”». Ahora tendría yo que escribir el resto del cuento, ¿o será ya uno de esos que llaman “microrrelatos”?

 

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