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Mientras tantoShakespeare en el callejón del gato

Shakespeare en el callejón del gato


 

En nuestra percepción simultánea de ese gran bosque de vasos comunicantes que es la cultura, don Ramón del Valle-Inclán es perfectamente contemporáneo de don William Shakespeare. Miramos desde el hoy, y en nuestra mirada, cargada con perspectivas paralelas, ambos autores pueden compatir mesa en un escenario. Acaba de pasar en el madrileño Teatro Valle-Inclán, donde el Bardo de Stratford ha recibido la influencia de Valle en ese juego perceptivo de coexistencias e interdependencias. La puesta en escena realizada por Andrés Lima de un formidable artefacto escénico bautizado como “Falstaff” –que ha estado en cartel hasta el pasado día 1– es una relectura del personaje shakespeariano a través de las lentes expresionistas, viscerales y desaforadas del esperpento.

 

Según explica en “Luces de bohemia” Max Estrella, los héroes clásicos reflejados en los espejo cóncavos dan el esperpento; don Latino de Hispalis, muy consecuente, lo invita a mudarse con él al callejón del Gato. Lima ha trasladado a Shakespeare a ese rincón de Madrid para que sus personajes trágicos adquieran el rango de grotescos. El director y Marc Rosich han amasado una dramaturgia que utiliza fragmentos de las dos partes de “Enrique IV”, más un pellizco de “Ricardo II” y otro de “Enrique V”, agregando como levadura el fulgor de sombría opulencia amenazada con el que perfiló Orson Welles a sir John Falstaff en ese prodigio de austeridad económica y apoteosis de la imaginación que es “Campanadas a medianoche”. Como he escrito en otro lugar, el orondo protagonista de esta propuesta teatral es wellesiano en sus hechuras y rabelesiano en sus desmadres, y añado ahora que también valleinclanesco en su certera estética deformante.    

 

No viene a cuento empaquetar ahora una crítica de ese gran espectáculo, pero sí recordar que, ya con un amplio bagaje a sus espaldas, en los últimos meses Andrés Lima ha culminado tres trabajos de dirección memorables: “El mal de la juventud”, de Ferdinand Bruckner en la Abadía; “Penumbra”, de Juan Mayorga y Juan Cavestany en el Matadero, y el restallante “Falstaff” del Valle-Inclán. Estas líneas tratan de desarrollar una reflexión sobre el carácter esperpéntico –obviamente, nada hay de peyorativo en el adjetivo– de la aproximación de Lima a un personaje tan poderoso que ha sido capaz de robar plano e imponerse como gran creación en una trama que no protagoniza. Harold Bloom lo coloca del bracete de Hamlet cuando asegura que son “las más inteligentes de las personas de Shakespeare”, quien se vio sorprendido por el tirón popular de una criatura que le salió tan redonda que, al parecer, la propia reina Isabel pidió al principal autor teatral del periodo llamado precisamente isabelino que prolongara las aventuras del fenomenal golfante. El Bardo se vio impelido a escribir “Las alegres comadres de Windsor”, una entretenida farsa de enamoramientos sin la tensión creativa ni la hondura moral de “Enrique IV”, la obra en la que Falstaff se encuentra en su apogeo.

 

Shakespeare establece una suerte de irónico paralelismo crítico entre los enconados personajes de la corte y la alegre y rufianesca grey que frecuenta La Cabeza del Jabalí, una taberna cabalmente fantástica. Ese pulso de mundos contrapuestos aparece nítidamente en la arquitectura del montaje de Lima, hasta el punto de que son los mismos actores quienes encarnar a los nobles enfangados en una guerra perpetua y a las putas y facinerosos del figón regido por doña Rauda. Estos últimos llevan en su dotación genética el gen del esperpento, pero el director hace que contemplemos también a los primeros reflejados en los espejos cóncavos del callejón del Gato, confrotándolos con su contraespejo de malandrines. Así, hace que nos preguntemos si son moralmente más dignos quienes batallan incesantemente por una supremacía que empapa su manos en sangre o los ladronzuelos beodos que están siempre a la que salta.

 

Otra vuelta de tuerca: si contemplamos a los reconocibles endriagos del esperpento en los espejos cóncavos, ¿veremos reflejados a los héroes clásicos?

 

 

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