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Mientras tantoResistencia.

Resistencia.


El peligro es un concepto relativo. Parece que lo causan otros, cuasi marcianos, que no tienen nada que ver con nosotros y  por tanto, contra los que sólo nos cabe protegernos y obedecer. El miedo colectivo no necesita grandes esfuerzos para que crezca y sobre todo no necesita hechos probados, le bastan indicios. Es entonces cuando una sociedad puede convencerse de que el peligro antes o después se convertirá en daño. Es cuando una sociedad pierde su capacidad de respuesta.

 

Si no han visto la maravillosa película de Icíar Bollaín, Y también la Lluvia. Vayan a verla. Podría haberse titulado también Resistencia. La historia se repite siglo tras siglo. En América primero fue el oro, ahora es la lluvia. En Europa, primero fue  el trabajo y ahora es el descanso. Después, si no ya, vendrá la educación y la salud.

Primero el paro y  el sueldo a ras de miedo.  Ahora hay que negociar el peligro de que también el retiro, se convierta en un bien escaso. Que se jubile quien pueda permitírselo, esos que no tienen miedo, los que están a salvo, los que no ven peligrar su descanso son los que ponen en venta el de los demás. Porque el suyo sí es sostenible, pero no el de la masa, el de la población general, el de la mayoría.

La resistencia es una actitud individual que cuando se contagia colectivamente hace aparecer a las sociedades como dueñas de su destino.

 

Grandes cuentas y recetas doloras. Sostenibilidad. ¿Qué se derrumba? El crecimiento ilimitado, la especulación sin trabas, el margen de maniobra de las élites financieras.

Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Tampoco han cambiado tanto las amenazas de los padres del mundo. Cuarenta años de trabajo si queréis pensión.  ¿Dónde está el trabajo? Eso es otro  capítulo. Hay que bajar los salarios y costes de rotación. Pobres salarios caros descansos. Reajustar. Silenciosos despidos colectivos que depuran cuantos salarios dignos con larga carrera de cotización pudiera ir quedando en un sistema que se salva a sí mismo, sin atisbos de resistencia.

 

Todos en crisis y todo en crisis.  Fuera excepciones, ayudas, redes. Sálvese quien pueda.  No hay trabajo y si hay trabajo no hay derecho al descanso. ¿Cuál será la próxima resistencia vencida? No hay hijos y si hay hijos no hay derecho a cuidarlos. No hay seguridad y si hay seguridad habrá que pagarla. No hay educación y si hay educación habrá que competir para que se eduquen los mejores. No hay investigación y si hay investigación habrá que buscar un filtro sin riesgos de sus triunfos. No hay crisis. Hay desigualdad. Y hay desigualdad dentro de la desigualdad.

 

Ante la restricción de lo público, que se arrojan entre sí los dos partidos políticos en esta campaña electoral que tantos miramos desde el desaliento, el hombre es más lobo para el hombre. ¿Y las mujeres? Silencio. Es una variable de tiempos mejores.  Si nos iba bien podíamos permitirnos que el ochenta por ciento de la mujeres se tomara excedencias, redujera su jornada, trabajase a tiempo parcial, renunciase a trabajar, cotizara mientras cuidaba y se le compensara por todo ello: ayudas, subvenciones, subsidios, asistencia. Pero no eran derechos y menos derechos fundamentales. Se acabó el gran discurso de una sociedad sostenible donde lo productivo y lo reproductivo, lo personal y lo laboral, el cuidado y el progreso, la riqueza y el bienestar pudieran llegar a ser compatibles.

 

El ejemplo contrario lo encontramos en Noruega, país que no hizo concesiones sino que defendió derechos y exigió deberes. Si la mitad de la población eran mujeres y estaban tan formadas como los hombres impuso por ley su presencia en los Consejos de Dirección de las Grandes Empresas. La medida la propuso un hombre conservador y economista. En ocho años, pasaron del 7 % al 44 %. La paridad no es la igualdad pero por algo se empieza. Se empieza y a decir por las cifras, se avanza. En la actualidad Noruega es el país  más rico de Europa,  el primero en el  Índice de Desarrollo Humano de la ONU y cuenta además con una tasa de natalidad de las más altas de Occidente.

 

Cualquier paso en la igualdad es una resistencia. En la igualdad entre hombres y mujeres es una resistencia multiplicadora en cuanto rompe con el modelo de homo economicus que vive por y para el beneficio sin plantear la dependencia del espacio público y el privado y la necesidad de construir posibilidades sostenibles de bienestar para la mayor parte de la población. Y hay resistencias que a pesar de poder ser calificadas de aisladas, pequeñas y dirán muchos insuficientes, funcionan, algo cambian, algo mejoran.  Porque no hay mayor peligro que darse por vencidos.

 

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