Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoSobre rostros y miradas (V): “¡soy yo!, ¡soy yo!”

Sobre rostros y miradas (V): “¡soy yo!, ¡soy yo!”

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

Hace meses comencé, como
divertimento, un comentario del que sólo tenía un título que me cautivaba:
“sobre rostros y miradas”, sé que la idea la saqué de algún lado que ahora no
recuerdo, y al que tuve que añadir una breve jusificación: apuntes para un
libro que no escribiré. Lo que no sabía entonces era que realmente las notas
sobre ese texto iban a ir creciendo a este ritmo. Mire donde mire, encuentro
historias y frases que me incitan a escribir esa obra. Como interesado en la
identidad y sus meandros me acerqué con curiosidad al libro Yo soy un bucle
extraño
del científico y filósofo
Douglas R. Hofstadter, aunque me cueste aceptar que el yo simplemente sea una ilusión necesaria. En cualquier
caso, hubo un párrafo que me impactó, ya que explicaba con sinceridad brutal
una experiencia que el autor vivió tras el fallecimiento de su esposa: 

 

“Cierto día, al contemplar
una foto de Carol tomada un par de meses antes de que falleciera, miré su
rostro con tanta intensidad que sentí que era yo quien se hallaba detrás de sus
ojos y no pude evitar exclamar, mientras las lágrimas acudían a los míos: “¡Soy
yo!, ¡Soy yo!”. Y esas sencillas palabras desencadenaron de pronto un alud de
viejas ideas sobre la fusión de nuestras almas en una entidad de mayor nivel,
sobre el hecho de que en el centro de nosotros yacían idénticos sueños e
idénticas esperanzas para nuestros hijos, sobre el hecho de que esos anhelos no
eran anhelos separados y diferentes, sino un único anhelo, algo que claramente
nos definía a los dos, que nos convertía en una unidad, en el tipo de unidad
que apenas habían llegado a imaginar antes de casarme y de tener hijos. Fue
entonces cuando me di cuenta de que, aunque ella hubiese muerto, ese núcleo
central suyo seguía allí, sólo que ahora vivía de forma clara y decidida en mi
cerebro”.

 

En aquel primer comentario
de esta serie yo escribía que el amor se asienta siempre en la mirada y en los
rostros. En una mirada descansa nuestra humanidad y, por eso, anhelamos y
buscamos miradas y rostros. Te miro y te reconozco. Me devuelves la mirada y me
reconoces. Nos vemos y nos sentimos. En una mirada nos podemos comprender, o
quizá no. Pero, pese a la posible distancia, somos, juntos. Y leyendo a
Hofstadter he entendido que todo esto era fácil de explicar: mirar una foto,
concentrarse en un rostro y en una mirada y descubrirse detrás de ellos. Cómo
no exclamar: ¡soy yo!, ¡soy yo!

 

La poesía también lo revela
a su manera: “No sé
cómo ha sucedido,/ pero el sonido de tu voz/ se adueñó de mi boca.// Me
disfrazo de tus sueños/ y te disfrazas de mi niñez./ Me llamas por tu nombre,/
te llamo por el mío/ y siempre dejas la luz encendida,/ aunque no tenga miedo/ porque
respiramos con los ojos”. Por suerte, necesitamos vivir – desde el mismo
momento de nuestro nacimiento- unos en otros, sino la vida no tendría el más
mínimo sentido. Somos fragmentos de las personas a las que reconocemos y
miramos. Como dice Hofstadter, cada uno de esos fragmentos nos hace vislumbrar
un poco mejor sus puntos de vista. Quizá deba comenzar a escibir ese libro y,
porque soy fragmentos de otras personas, mientras pienso en ello no puedo
eliminar de mi mente una escena de Star Wars en la que Luke le pregunta a Yoda
que hay dentro de la cueva y éste le contesta: “Sólo aquello que lleves
contigo”.  

 

 

“Recuerdo una cena en casa a
la que asistieron varios amigos y en la que, cuando por fin nos quedamos solos
Carol y yo, nos pusimos mano a mano a lavar platos. Llevamos la vajilla a a
cocina y mientras lavábamos, aclarábamos y secábamos platos y cubiertos,
rememoramos juntos la velada, riendo encantados ante nuestras inesperadas y
espontáneas interacciones y comentando quién nos había parecido contento y
quién triste. Y lo sorprendente de aquella conversación post partyum fue que coincidimos en casi todas las apreciaciones.
Había algo que estaba empezando a tomar cuerpo y en ese algo participábamos los
dos. Recuerdo también el curioso comentario que alguna vez nos hicieron, cuando
llevábamos varios años de casados: “Os parecéis tanto…”. Me llama aún más la
atención porque creo que Carol era una mujer hermosa, completamente distinta de
mí en el aspecto físico. Y sin embargo, a medida que pasaron los años, empecé a
ver que había algo en su mirada, en su forma de ver el mundo, que me recordaba
mi propia mirada y mi propia actitud hacia aquél. Concluí que ese “parecido”
que veían nuestros amigos no estaba localizado en la anatomía de nuestros
rostros; era más bien como si algo en nuestras almas se proyectase hacia el
exterior y fuera perceptible como una cualidad abstracta en ciertas fotografías
en las que aparecemos juntos”.

DOUGLAS R. HOFSTADTER.

Más del autor

-publicidad-spot_img