Estoy en tránsito. Os escribo desde el aeropuerto de Lima,
en medio de la confusión de dos noches casi sin dormir, de que son dos horas
menos y pronto serán siete horas más; en medio de las sensaciones ya familiares
de cada viaje, las despedidas y la ansiedad de los encuentros que esperan,
ahora en casa, esta vez mi Madrid.
Las prisas también habituales antes de cada viaje explican
mi ausencia de varios días en este blog y el atraso en comentar la última
noticia de esta disneylandia surrealista que llamamos actualidad mediática. El
titular de hace unos días en la Folha de São Paulo: “El presidente del FMI
contrata al abogado de Michael Jackson”. Será cómico si no fuese un tanto
trágico, o más bien es las dos cosas. La detención de Dominique Strauss-Khan,
presidente del Fondo Monetario Internacional, bajo la acusación de abusos
sexuales, es algo más que una jugosa noticia para los periódicos ávidos de matices
amarillos. El caso ha abierto el debate sobre el verdadero papel del Fondo y
sobre el hecho de que, desde hace más de medio siglo, la institución sea
sistemáticamente presidida por europeos, así como el Banco Mundial tiene
presidentes estadounidenses. Aquel fue el reparto del mundo que surgió tras la
segunda guerra mundial, en 1946. Lo que ocurre es que, dicen en Brasil, las
cosas han cambiado mucho desde entonces. Antes, los países europeos y los
Estados Unidos, esos países a los que llamamos ricos, o desarrollados, o del
primer mundo, ponían el dinero para hacer préstamos a los “países en
desarrollo”. Ahora, cada vez más, los emergentes contribuyen, y, cada vez más
también, los países europeos necesitan de esos fondos. Ya los recibieron
Irlanda y Grecia; ahora Portugal. Dicen que Strauss-Khan se dirigía a Europa
para reunirse con Angela Merkel cuando le detuvieron. Y, por aquello de ser
preso en un avión, el juez decidió negarle la fianza de un millón de dólares
que ofrecieron sus abogados. No siempre todo se compra por dinero. Es un
consuelo.
No vamos a negarle a Strauss-Khan la presunción de
inocencia; pero obviamente el francés tendrá que renunciar al cargo y, más aún,
a la carrera política en su país, ahora que se perfilaba como uno de los
candidatos con más posibilidades de suceder a Sarkozy. Al margen de los tintes
morbosos del caso, que no hay cómo negarlos, la sustitución de Strauss-Khan se
perfila como una oportunidad de oro para que los países emergentes impongan su
candidato –el sudafricano Trevor Manuel, el mexicano Agustín Carstens, o tal
vez el indio Montek Singh Ahluwlia- y logren así su primera victoria de peso en
la guerra diplomática y económica que libran para que las estructuras
organizativas del mundo heredado de la posguerra se adapten a la nueva realidad
del siglo XXI. Un escenario en el que la Vieja Europa deberá ir dejando poco a
poco voz a aquellos que ya tienen mucho que decir en la economía mundial,
empezando por los BRICS. Obviamente, los europeos resistirán cuanto puedan, se
defenderán como gato panza arriba. La alemana Merkel ya ha dicho que la crisis
financiera europea es el mejor argumento para tener un presidente europeo al
frente del Fondo. Pero la renovación institucional que piden los emergentes
tiene tanto sentido político y económico que es sólo cuestión de tiempo.
Veremos.