A los jóvenes con fuego en las venas, que andan por las plazas de España exigiendo lo que es suyo.
¡Que por mayo fue por mayo, hace siete años, en la capital de Cuenca!
Unos amigos me enredaron para acudir a un encuentro de Poetas Ibéricos, que iba a tener su cónclave en torno a unas Jornadas Culturales, organizadas por algún ente político cultural autóctono. La Kermesse literaria se había dispuesto a las cinco de la tarde en un hipódromo, donde se concentraron tanto audiencia, como poetas y políticos implicados en aquella temprana verbena de las letras. Por andar cerca del Maestro poético, me fueron presentados los políticos personalmente, como si de un alto honor se tratara para con mi persona. Tenían ambos un aspecto lustroso, lo que quiere decir que habrían debido ser un buen mozo y una buena moza, aunque el sobrepeso actual dejara al descubierto una vida de excesos y opulencia.
El Maestro tocado por la euforia etílica de la larga sobremesa previa al acto, realizó en lugar de una conferencia, una oda pública a la masturbación, que debió incomodar a aquella pareja de próceres orondos, aunque -debido a su alta profesionalidad pública- no lo manifestaran exteriormente. ¿Qué podía importarles ya, si la Prensa había acudido sumisamente al acto para hacer su trabajo, repartiendo parabienes y coronas de laurel sobre las testas previamente acordadas? Nunca pasa nada. Nadie se queja o protesta contra nada, porque estaría mal visto. Así que aquí paz y después gloria. A esas horas, la pareja de políticos culturales ya sólo debían estar pensando en el banquete literario en ciernes.
En diferentes vehículos fuimos trasladados hasta el restaurante, donde habría de celebrarse el culinario y etílico encuentro. Se trataba de un local incrustado entre las casas colgantes de la ciudad vieja. En esa zona los edificios son de planta estrecha, de tal forma que la distribución de los comensales hubo de ser realizada en dos plantas diferentes. En la superior se instalaron -como corresponde- el Maestro y sus más íntimos, la rubicunda pareja de políticos, y una larga serie de eruditos a la violeta de la provincia, que acudieron con esposa o con querido. Los que habíamos viajado -por nuestra cuenta- desde distintas ciudades para arropar el encuentro, fuimos deportados a la planta inferior, donde la perspectiva artística se había perdido, al faltarnos la presencia y mirada de nuestra cabeza rectora, entregada esa noche -para su solaz divertimento- a los políticos.
Cuando las cartas de comida fueron repartidas, corrió la voz de que cada uno tendría que pagar lo suyo, con lo cual las peticiones de raciones y platos colectivos se impusieron frente a la perspectiva de cenar a la carta. También los vinos que se solicitaron fueron los más humildes de la casa, porque ya se sabe que en estos encuentros poéticos corre el alcohol por litros. Sólo recuerdo que cada vez había más humo y más ruido; debíamos ser veintitantos comensales en aquel lugar tan restringido.
Poco antes de los postres, descendió a visitarnos desde su cena en la planta principal, al heredero y favorito del Maestro de poetas. Se trataba de un santo extranjero muy bien considerado por nuestra autoridad, ya que había llegado con la aureola de ser el primero en cobrar un millón de euros por su próxima novela, que aún no había escrito. Acudió con una borrachera brillante bastante considerable. Traía en su mano una copa relumbrante de buen vino; él no estaba bebiendo vino del país como nosotros. En el comedor de arriba debía estar celebrándose una cena de príncipes, no había más que sentir es cristal de la copa de nuestro Arcángel visitante. O ¿sería efecto del millon de euros?
Cuando al final de la cena nos llegó la dolorosa, casi todo el mundo estaba tan borracho, que nadie reparó, ni dijo nada acerca de una factura tan desorbitante. Se hicieron las particiones y todo el mundo pagó religiosamente. La jarana -según supe horas más tarde- continuó hasta las primeras luces del alba, de taberna en taberna, y de tugurio en discoteca, para concluir en una arrasada bárbara de los minibares de los cuartos del hotel, que estrenábamos en las afueras de Cuenca.
Desayuné relativamente temprano junto con nuestro Maestro, indiscutoble cabeza de cartel del evento. En un arrebato de sinceridad, me confesó lo estupefacto que se había quedado la noche antes, al final del banquete. Al llegarles la cuenta, la oronda y resuelta organizadora -sin ningún tipo de pudor o miramiento- le dijo al camarero, que sumara la cuenta de arriba a la que iban a pagar los de abajo. Ella debía estar acostumbrada a este tipo de funcionamiento, pues no ocultó su gesto, ni le tembló la voz al solicitarlo. ¿Quién podría sospechar, en pleno evento cultural, juego floral de la democracia hispana, que pudieran perpetrarse abusos tan deshonestos?
Los que miramos sin cesar los precios de todos los platos, y cenamos humilde y colectivamente, para no extorsionar nuestro seco presupuesto, terminamos pagando todos los lujos de la planta de arriba, sin saberlo. Mientras los que no se habían privado ni preocupado de pedir los platos y caldos más caros, les salió la cena gratis. Eso sin contar con la amortización cultural y política que obtuvieron, al salir al día siguiente en todas las fotografías de los periódicos locales, e informativos de las televisiones de la provincia.
Privilegios+ vanidades = A la violeta
¿Habría sido tal vez el prestigio innato del término Democracia, la coartada para que esto sucediese, pues nadie se atrevería a pensar, que -en tiempos como estos- pudieran seguir ocurriendo abusos tan deshonestos?
La mala conciencia del Maestro, de haber consentido con aquella cínica resolución, le llevó a invitarnos a cenar esa noche al puñado de adeptos que aún quedábamos en la ciudad de las casas colgantes.
¿Tendrá que ver algo este triste chascarrillo moralizador, con la indignación que los jóvenes españoles han sacado a la calle y a las plazas, con tanta valentía, frescura y buena organización, exigiendo una política más sana, transparente, ausente de presupuestos reservados, y privilegios aristocráticos para los políticos, insultantes para el resto de la población, a la que no cesan de predicarle que debe seguir apretándose el cinturón, mientras a ellos no cesan de engordarles los ingresos?
¿Hasta cuándo?