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Mientras tantoHola a todo el mundo

Hola a todo el mundo


«¿Qué estoy haciendo con mi vida?»

Dije mirando al techo en aquella pensión de Ceuta, sobre una cama doble de uso individual. El ventilador ondeaba lentamente, intentando enfriar la habitación sin éxito. El trofeo del público joven al segundo mejor cortometraje de comedia descansaba sobre la mesilla, al lado del reloj-despertador que marcaba las dos de la madrugada. Quitando mi camiseta, la corbata, los calcetines, los pantalones y la ropa interior estaba desnudo y empapado de sudor. 


«Internet no necesita un nuevo blog, debe haber ochenta o noventa blogs como mínimo»

 Y yo mismo había tenido uno en el pasado, por todos los demonios: «El blog de Ciro». Porque era un blog. Y yo me llamaba Ciro. Las entradas estaban a la altura de ese título. Escribía tonterías. Nada serio. Nada de metáforas. Lo cerré al poco de descubrir Facebook y Twitter y Tuenti (aunque luego no cayera en Tuenti, por el qué dirán): ¿para qué escribir un texto sobre David Hasselhoff si podía publicarlo directamente en la social network esa?. Aparté un mosquito de mi párpado. Volvió.


«Si cerré mi blog una vez… ¿qué me asegura que no volverá a pasar lo mismo?, ¿qué? ¿¿QUÉ??»

Cierto es que a la hora de abrir mi corazón al mundo no hay nada comparable a tomar las riendas del destino y subir desnudo a un cajón en el Retiro. O un blog. Un blog es una segunda opción muy digna. Abrí un botellín de whisky y me incorporé de la cama. Bebí un trago. Estaba asqueroso. Nunca me ha gustado el whisky. Soy más de ron. Pero tanto azúcar deja unas resacas morrocotudas. Así que me he pasado a la ginebra. Con tónica y una rodajita de pepino. Que además ayuda a hacer la digestión. Pero no encontré pepinos en la noche de Ceuta. Me miré al espejo. 


«¿De qué vas a hablar?, ¿a quién le va a interesar lo que escribas, Altabás?»

Volvían mis demonios internos. Un mosquito se posó en mi frente, otro en la mano, otro en el cogote, en los labios, en la nariz. «¡Cáspita!», grité. «¡Recórcholis!». A  mi madre no le gusta que diga tacos. Intenté golpear el espejo y descargar mi rabia contenida con uno, dos, tres puñetazos con la mano desnuda. Pero tenía miedo de cortarme así que cogí el trofeo -una estatuilla de Chaplin- y golpeé con cuidado por si saltaban cristales. El espejo se resquebrajó. Di un paso atrás y me miré. Mi reflejo estaba partido como mi alma estaba partida. Y lo sentí. Aquello era una metáfora de esas de las que hablaban en el taller de escritura creativa, con espejos rotos y tal. La apunté en el móvil, no fuera cosa que luego se me olvidara y, lleno de orgullo por primera vez en mucho tiempo, grité:


«¡Hablaré de lo que me dé la gana! … ¡Por ejemplo
-exploté- estoy preparando un nuevo corto, ¿sabes?!» Tomé aliento. «¡¡Algo sencillo, para rodar en un día!!» Los mosquitos revoloteaban nerviosos. «¡Pues puedo empezar hablando de eso, ¿no?!» ¡De eso o de bandas de música tributo!» Se me caía la moquita. «¡O del largo que estoy preparando! ¡O lo que sea! ¡¡Lo que sea, caramba!!»


Agarré el trofeo de Charlot pero me dio pena romperlo aunque era feo. Así que lancé el botellín y el espejo se hizo añicos. Me tumbé en la cama y lloré hasta quedarme dormido. Me despertó el ruido de los repartidores a primera hora. Abrí los ojos: había vomitado en la cama y quedaban restos de whisky y los cigarrones con tomate de la cena.

Me miré en el único cristal que quedaba en su sitio pero ya no había ninguna voz que me hablara en cur
siva. Sólo silencio. Bueno, silencio y el ruido aquel de los repartidores a primera hora que me había despertado.


Me di una ducha rápida intentando no rascarme las picaduras de mosquito, sin éxito. Salí. Los de recepción pidieron cien euros por los desperfectos de la habitación. Pensé en montar un escándalo diciendo que ya estaba así cuando llegué, pero acabé pagando porque quería que me llamaran a un taxi. Camino del aeropuerto respiré hondo; llevaba a mi lado todas las maletas, todas mis bolsas y sin embargo… Sin embargo volvía a casa más ligero. Con menos equipaje. Eso me pareció otra metáfora acojonante. Dos en poco tiempo. Una puede ser causalidad, pero dos significa que ya estoy listo para tener un blog en un sitio serio como una revista digital. Saqué el móvil para apuntar la ocurrencia, pero me distraje con el Angry Birds y ya se me olvidó.

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