Era inevitable. Llevo toda la semana esquivando el tema, pero es más fuerte que yo. Que alguien intente hablar de las elecciones por las que hemos pasado hace una semana sin decir una palabra del movimiento #15M. Es imposible. Pues lo mismo pasa cuando se escribe un blog semanal de música y ha sido el cumpleaños de Mr. Bob Dylan; tienes que hablar de él. Es más, con o sin cumpleaños, hay que hablar de este caballero.
Desde el primer día, sabía que el tema acabaría saliendo y, de hecho, lo he rondado en alguna ocasión. Es una figura tan grande y se ha escrito tanto de él, que impone respeto hincarle el diente.
Hablar de Bob Dylan intentando dilucidar si es bueno o malo, si canta mejor o peor, si es un sieso o es encantador, si escribe buenas letras o no… hablar sólo de música es absurdo. Es como razonar sobre el porqué de que todo un país esté pendiente de la televisión cuando su selección nacional juega la final del mundial de fútbol. Son figuras, hechos, acontecimientos que rompen el corsé de las definiciones que intentan moldearlas.
Robert Zimmerman es una persona corriente, que nació en una familia corriente, con unos padres corrientes y con una vida corriente hasta que apareció Bob Dylan. Ahí, la cosa empezó a “torcerse” hasta convertirse en uno de los músicos más influyentes de la historia de la música. Esto, para “dylanitas” y detractores, es un hecho.
Mi relación con él ha sido como una carrera de fondo. En mi familia he tenido dos fuentes musicales de las que he bebido: mi padre y mi tío Manolo. De mi padre me llegó la música clásica y de mi tío Manolo, ex bajista de Los Brincos, me llegaron The Beatles, Rolling Stones, The Who, The Kinks, Pink Floyd, Fleetwood Mac, Paul Simon, Cat Stevens… pero no me llegó Dylan.
El primer disco suyo que escuché fue “Desire” en casa de un compañero del colegio en 1977, cuando yo tenía 15 años. Los inicios no fueron fáciles, pero había un tema, “Hurricane”, que me conquistó. El resto del disco casi ni lo escuchaba, pero fue suficiente para ponerme a investigar hasta que encontré, también en casa de un amigo, la primera recopilación de grandes éxitos que había salido en 1967. Ahí me encontré con “Like a Rolling Stone”; para mí y para muchos, una de las mejores canciones de la historia del rock.
A partir de entonces, fui descubriendo, y digiriendo, su música poco a poco. Dylan no es un autor fácil. Temas largos con letras interminables, repetitivas ruedas de acordes, una voz y una manera de cantar poco convencionales. Es como el vino; un paladar joven no es capaz de saborearlo, pero, a medida que madura, va descubriendo sus secretos.
Después de “Like a Rolling Stone” quise escuchar todo lo que había hecho. Las canciones que intentábamos tocar en mis primeros grupos eran de Dylan. Me interesó el personaje y leí su biografía. Hoy, este señor cubre una parte importante de mi equipaje cultural.
Es verdad que desde hace unos años me siento algo más alejado de él. Creo que, en general, mantiene el nivel de calidad en sus composiciones, pero, desde mi punto de vista, hay una preocupación por la forma, que no la tenía antes, cuando sólo le importaba el fondo. Sólo le importaba contarnos una historia.
Cuando cumplió los 60 le hicimos un concierto homenaje en la sala Suristán de Madrid. El martes pasado, Radio 3 le ha organizado otro concierto, mucho más sofisticado, en la azotea del Círculo de Bellas Artes también en Madrid. Y no debemos cansarnos de celebrar, no sus cumpleaños, sino el simple hecho de que exista un tipo que, con su granito de arena y a pesar de todo, consiguió que todos diésemos un paso adelante.
@Estivigon