La aventura es perjudicial para la salud. Está sobrevalorada en nuestros días, sobre todo en vacaciones. “Sal de tu rutina, e ingresa en el mundo inesperado de la aventura”, nos venden como eslóganes las agencias turísticas. Cuando todos sabemos que lo mejor de los viajes es el regreso al hogar, donde todo vuelve a estar en su sitio. Las dificultades son el pan diario del viajero, por el contrario, en nuestras casas todo lo tenemos domesticado, como para poder valernos de nuestras funcionales pertenencias, incluso a oscuras. Esa es una de las potencias de la certeza doméstica.
Los cardiólogos recomiendan a sus pacientes que cultiven la rutina, que imiten a sus animales domésticos, que ellos sí que saben de supervivencia. Las novedades, sorpresas y alteraciones del orden cotidiano, afectan a nuestra salud perniciosamente. ¿Cuándo comenzaremos a entender que los humanos somos un reloj biológico, animales de costumbres como todos los seres vivos restantes?
Hoy me asomo a mi terraza para sacar al aire libre al pajarillo nuevo que me acompaña con sus trinos infantiles desde la jaula. Al dejarlo sobre su banqueta, escucho unas voces raras, y descubro en la ventana de enfrente a dos nuevos inquilinos extranjeros. Parecen dos alemanes puretones que hayan decidido alquilarse un apartamento en el madrileño barrio del Quartel de Palacio. Hablan los hombres salchicha como en una película pornográfica, sin pudor alguno de ser los últimos en haber llegado a la calle. Me pregunto qué habrá sido del señor mayor que ha habitado esa vivienda durante los últimos doce años. Cada vez que ventilaba su dormitorio todas las mañanas, ofrecía el orden perfecto de su cuarto. Cada cosa en su lugar, limpia y pulcramente dispuesta. ¿Dónde habrá ido a parar el viejo? ¿Se habrá muerto silenciosa y solitariamente, y ninguno de sus vecinos nos habremos enterado? Aunque tampoco era tan viejo. Me produce desasosiego tanto su desaparición, como la llegada de estos nuevos bárbaros del norte.
Ya no queda ni rastro de la preciosa floristería Topiary de la calle de Santiago. La regentaban dos hermanas de Campo de Criptana, alegres, joviales y sandungueras. Mantuve tertulias con ellas -y su socia madrileña de ojos celestes- numerosas tardes rumorosas. Nunca ha disfrutado Faba del sabor de una tertulia de trastienda, tanto como junto a estas manchegas ilustradas, vitalistas y siempre modernas. Nos conocíamos, nos felicitábamos las fiestas, nos saludábamos por la calle, coincidíamos en los restaurantes… Desde que vi colgado el rótulo en la puerta donde se anunciaba el traspaso, no volví a entrar en la tienda. Las despedidas alteran el ritmo diario, insuflan los corazones de melancolía, son pequeñas muertes que experimentamos. “Mejor evitar la muerte mientras podamos”, es el consejo que nuestra razón –siempre cobarde- nos recomienda. Ahora parece que hay un negocio de bicicletas asistidas, que está interesado en instalarse donde las flores tuvieron su residencia. Máquinas de pasear en lugar de colores vivos y aromas.
La librería La mar de letras, en la misma calle, ha cambiado de dueños, aunque siga conservando su nombre; una experiencia quizás aún más inquietante. Conozco a su antigua dueña, y sé de sus ilusiones en este más que negocio, desde el comienzo. El proyecto del arquitecto, las puertas escaparate, los talleres teatrales para niños en el sótano, las fiestecillas anuales de ese consulado juvenil literario, la venta de juguetes alternativos, la distribución de revistas utópicas, y la lucha diaria e ilusionada por seguir subsistiendo. Ahora no entro en la librería de mi calle, porque sé que no encontraré dentro lo que he buscado tanto tiempo.
En cada cambio vital suele esconderse un fracaso, un deceso, algo que desaparece y cuya pérdida tendremos que cicatrizar durante bastante tiempo. Bien es cierto que eso también es la vida, pero ejemplifica en sí mismo la experiencia de la pérdida. La jodida crisis fabricada por políticos y banqueros, (y promocionada a bombo y platillo por los medios de comunicación,) tiene la culpa de éstas y tantas otras pérdidas. Aunque parezcan insignificantes, ponen en evidencia que nuestras vidas son más pobres, menos prósperas y reconfortantes.
Después de la cena, en el sopor de la primera franja de la madrugada, he aprendido más inglés viendo el canal Aprende inglés TV, de Richard Vaughan en la TDT televisiva, que en años de estudios oficiales en facultades y escuelas de idiomas. Sin embargo ha sido suprimido recientemente, para emitir en su lugar un ríspido, arisco, inhóspito e inapetecible producto, totalmente contrario al de Vaughan. El argumento oficial de la emisora, es que el nuevo proyecto ofrecía mejor imagen y sonido que el preexistente. ¿Y los valores pedagógicos ya no cuentan? El carisma y la ductilidad seductora del Maestro Vaughan eran elementos fundamentales para incitarte a aprender cada día más, y a sentirte más seguro en la nueva lengua que por fin empezabas a hablar. El tosco tunante que conduce ahora el programa, ha ganado con su presencia chusquera a la efectiva sabiduría clásica.
¿Por qué los cambios se producen siempre para empeorar, o al menos así nos lo parece? ¿No se tendrá en cuenta ya en ningún alto despacho, donde se toman las decisiones que a tantos afectan, el interés y beneficio de los ciudadanos y usuarios? ¿No será esto una nueva forma de “mobbing” colectivo, y se está consintiendo -a pies juntillas- tal abuso, mientras las asociaciones de consumidores, en vez de realizar sensatas reivindicaciones, andan refocilándose en propio beneficio con los políticos y los ejecutivos televisivos, premiándose unos a otros?
Hace no mucho, realizó Faba una cauta pregunta-sugerencia en un mostrador de lo que queda de Correos en Cibeles, (gracias al faraón Gallardón), de por qué no se habilitaba una cola para envíos sencillos, y otra para envíos masivos, de tal forma que no hubiera que alargar tanto la espera del público. La respuesta que obtuvo fue la siguiente:
– Pues estaría bueno, si hubiera que organizar el trabajo en función de los usuarios. Tenga en cuenta que para nosotros el último eslabón de la cadena, el que menos importa, en el que se piensa en último lugar, es siempre el público.